El barrilete (una historia de perros)

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El barrilete (una historia de perros)

Foto Mégara, Paseo de la costa, Vicente López, Buenos Aires (otoño 2017)

Aprender a escuchar y a hablar.

Algunas personas debieran hacerlo, aún cuando escuchan y hablan. Sucede que hay gente que escucha poco y habla mucho, en este mundo del revés.

Conocí a Sergio Antonio Marti, el autor de El barrilete (una historia de perros), en mi obstinada y laboriosa tarea de difusión de Mégara; fue el destinatario de uno de los tantos mensajes que aún suelo enviar, periódicamente.

Teníamos conocidos en común y en la correspondencia entablada, conocí a un hombre campechano, sencillo y genuino; un artesano que comenzó a escribir por la necesidad de sentirse acompañado, en una etapa difícil de su vida. Él y su mujer Mariel, viajaron desde Chivilcoy hasta San Isidro, para acompañar a su hijo menor, Valentín, que nació prematuro y fue diagnosticado con hipoacusia. En la escuela Las Lomas oral, le enseñarían a escuchar y a hablar. No solo a él, claro, eso lo descubriría después.

Es que lo que vivía, lo remontaba a otro tiempo y así nació la necesidad de contar su historia. El barrilete fue escrito, semana tras semana, en un bar, el Da Cuore, que ya no existe más que en el corazón de Marti, que agradece a su dueña, María Ester De Liberto, la hospitalidad.

Él iba escribiendo y enviando las entregas de la historia, por correo electrónico a distintas personas, y así el círculo fue creciendo y el barrilete comenzó a volar. Se convirtió también en un cartero, acercándoles los capítulos impresos, a las personas mayores que no manejaban el correo electrónico.

Pero por sobre todas las cosas, el libro fue posible porque Marti creyó en él, más allá del pudor que tuvo cuando se planteó la posibilidad de editarlo.

Lo mismo puede decirse de su difusión y de las ediciones que fueron sucediéndose, la gente creyó que el destino del libro, signado por su nombre, era remontar el vuelo.

Uno de los entrevistados de Mégara, Hipólito G. Navarro, me dijo en una oportunidad: «En este mundo la emoción cada vez se valora menos, por mucho que nos quieran hacer creer lo contrario. No cambies, Sandra

Yo podría decirle exactamente eso a Sergio Antonio Marti, de quien tengo mucho que aprender, considerando que tengo unas cuantas muñecas rusas olvidadas en el fondo de un armario. Muchas de las cosas que me dijo, me hicieron pensar más de una vez, en el transcurso de nuestra correspondencia, en esto del triunfo y del fracaso, de los sueños y la lucha por concretarlos.

Hay muchas cosas que sucedieron por buscarlas, el destino no te toca timbre”, me respondió en una ocasión, y cuanta verdad hay en eso.

Es curioso como al crecer, nos vamos dejando vencer por los prejuicios que combatíamos a capa y espada.

Será que la emoción, primero se va metiendo en un puño, después encorsetando, y finalmente se resigna y cede ante quienes supuestamente saben más y tienen la verdad.

En una entrevista que tiene dos horas de grabación y muchas más de desgrabado, que no publicamos, por motivos que no vienen al caso; la entrevistada me dijo que esa especie de vómito de ciertos escritores actuales, le parecía, en principio, de una petulancia insoportable.

Que lo que a uno le pasa, puede no interesarle a los demás y que en todo caso hay que construir a partir de eso, para conseguir una historia que pueda interesar, o que tenga un valor artístico.

Lo que sucede con el barrilete, es que sin pretensiones, sin recursos estilísticos, sin impostura alguna, con la honestidad de quien cuenta lo que necesita contar, se convierte en una historia con mayúsculas, que vaya si merece ser contada.


Foto Mégara, Paseo de la costa, Vicente López, Buenos Aires (otoño 2017)

El silencio se parece a la inocencia. La inocencia es atributo de la infancia. Dicen que el hombre repite su infancia. Entonces crecer es repetirse. Repetirse es una manera lateral de ser obvio, su forma más tediosa. Queda una escapatoria, repetir aquel momento único, obvio, limpio: la adolescencia. Sucede que crecer es siempre ensuciarse; entre otras cosas, es ensuciarse. Sólo en la adolescencia uno logra escapar de su propia cara, pelea hasta la última luciérnaga, corre a rescatar la foto de comunión de una casa incendiada.

Lo otro, lo que quedó de lo que fuimos, es crecer, ser adultos. Para lograrlo hemos doblado, guardado, la capa de mosquetero definitivamente. Entonces algo feroz ha sucedido. Ya no somos el ángel. Y con panza y con papada, con cansancio, contemplamos la memoria de lo que no fue, el precio de la cara, la cara de la máscara, el estupor de un número. Pactamos para siempre con la ausencia y una tarde amarilla de tabaco entablamos la nostalgia y sus invenciones…”

Así dice Isidoro Blaisten, el inefable poeta aunque luchó por no serlo, en sus Anticonferencias, en una vieja edición de Emecé, de 1983, la de mis 21 años; que ayer volví a pasar por mi memoria, en un posteo en facebook.

El barrilete en su vuelo por aquí, me hace recordar mi adolescencia, y su autor me hace pensar que uno puede ponerse la capa que tenía prolijamente guardada, y conmover; con una escritura despojada, sin adornos ni firuletes, pero con una humanidad que al mundo le hace tanta falta.

La melancolía ha sido, consecuentemente para mí, una estación de tren en que he parado. En donde los demás son pasajeros en tránsito que no te prestan atención.

Así y todo es un lugar que me ha dado mucho y al que visité seguido en el paso del tiempo, es siempre un plato de sopa caliente que me espera en una noche fría” (pág. 22 de El Barrilete).

Así dice Sergio Antonio Marti, y mientras yo tecleo, un ghost que vive en esta misma casa, me acerca un tazón de sopa de zapallo, bien caliente, como ameritaba esta noche fría de Buenos Aires.

La verdadera escucha, reconoce varios niveles, el oír, como preámbulo; acceder al sentido del hablar del otro; discernir qué hay detrás, o sea, aquello que conduce a actuar; interpretar su forma de ser;  y como corolario, el verdadero secreto del escuchar sublime, que es saber escuchar el bien, como enseña Moisés Cordovero.

Escuchar el bien es la llave para esa doble apertura de la escucha, comprender al otro y conseguir la transformación personal.

Si la comunicación efectiva se basa en lo que tenemos en común con los demás, solo nos escuchamos a nosotros mismos. Cuando en cambio somos capaces de percibir que es la diferencia lo que predomina en la comunicación, reaccionamos casi por instinto. Entonces, en muchos casos, la comunicación se resiente, con la descalificación del diferente.

Cuando en cambio nos disponemos a escuchar bien, con respeto, la aceptación del otro como diferente, legítimo y autónomo; se impone y la comunicación se perfecciona.

Es como un juego de palabras.

Se descubre la capacidad a partir de la discapacidad”, escribe Marti.

De eso se trata a veces, la palabra es acción y es una herramienta poderosa de transformación; escucharnos y escuchar permite transformarnos.

Dicen que al presentar el libro, el escritor chivilcoyano Daniel Casas Salicone, utilizó la palabra “inevitable”, al referirse a la lectura de la obra. Es que es de verdad inevitable leerla,  tras conocer la historia que hay detrás.

Yo diría aún más, hablar de “inevitabilidad”, es preciso y precioso, dos palabras que me gustan tanto. Es inevitable conmoverse, emocionarse, rendirse ante la sencillez enorme de quien cree y avanza por creer, asistiendo a esa alineación de los planetas cuando el amor motiva y empuja.

Cuentan que mientras él escribía, ese gesto desesperado de comunicar lo que le pasaba, lo que sentía, lo que le dolía y lo que no entendía, fue reverberando; y los lectores fueron decenas y después cientos.

Valentín merecía una legión de lectores porque él es un gigante.

También leí por ahí que en marzo del año 2013, la escritora Mari Gandolfo, seguidora de la historia, semana tras semana, presentó al autor a los escritores de la SADE de su ciudad, Chivilcoy, en el transcurso de uno de sus Cafés Literarios; y que fue la generosidad de todos ellos, quienes le dieron al autor, la confianza para publicarla.

Una alegría que cada uno de los sucesos hayan ocurrido como cuentan, para que el barrilete haya remontado el vuelo; pero por sobre todas las cosas, para motivar tanto, tan alto como merece estar.

Alguna vez expliqué que en Mégara reseñamos lo que nos gusta, lo que nos llega y nos arrasa o nos conmueve o nos desarma o nos motiva, o nos explota la cabeza y el corazón y nos hace sentir ganas de que sea leído.

Necesariamente tengo que volver al gran Isidoro, tan olvidado; no al personaje de la historieta que leíamos cuando éramos chicos. Dice Blaisten:

     “Decía Jean Genet que la vida es una gran tiniebla alumbrada por cuatro o cinco destellos. Entre esos cuatro o cinco destellos, está el cuento que todo ser humano ha querido que le cuenten alguna vez.

     Entre esos cuatro o cinco destellos, está la gran literatura.

     Lo demás, como dice la propaganda, es lo de menos. Gente que sabe mucho, que cita tremendos libros que no conoce, y que además no va a conocer nunca, porque un escritor, mágicamente, encontrará al paso de su vida aquellos libros que necesite, porque donde nace la creación, muere la teoría.

     “Más has dicho, Sancho, de lo que sabes –dijo Don Quijote- que hay algunos que se cansan en saber y averiguar cosas que, después de sabidas y averiguadas, no importan un ardite al entendimiento ni a la memoria.”

     No importan un ardite al entendimiento ni a la memoria las cosas escritas sin dolor, sin alegría, sin demonios, sin necesidad. Y entonces, aquí llegamos a una conclusión: todo lo aburrido es inútil.” (pág. 38 de Anticonferencias)


A ver, ¿cómo decir, qué decir? Yo no sé qué libros hay que leer, sé qué libros me han hablado a mí al oído. Yo no sé si hay imprescindibles. Yo no sé si un sello editorial es el que señala el valor de una historia.

Creo con religiosidad en lo que genera en mí la lectura, aún hoy, medio siglo después de haber leído las primeras letras, y hay mucho de lo aprendido que quisiera a veces desaprender. Es que a fuerza de buscar el tono, el acento, de sacar esta coma, de poner esta allí, a veces me pierdo.

Al entendimiento y a la memoria le importan las cosas escritas con dolor, con alegría, con demonios, con necesidad. Todo lo demás, resulta aburrido e inútil.


Ediciones

Mi ejemplar es de la segunda edición, de mayo de 2015, y está dedicado a Mariel, a Candela y a Valentín. El diseño de la portada no es cualquier portada, "Yendo y viniendo", es una foto del pequeño gigante y de su bisabuela, y diseño del autor. Además trae unas ilustraciones preciosas de Graciela Gómez Sala.

De la editorial Imaginante, pertenece a una colección cuyo nombre lo dice todo: Corrélavoz.

De boca en boca, las mejores historias siguen un camino que transforma a quienes las reciben. Y rodando de aquí para allá y por el tiempo, el relato fue encontrando nuevos caminos para difundirse.

Por eso Corrélavoz quiere ser el canal de historias recién nacidas: aquí las nuevas voces narrativas tienen su lugar.”

Corran la voz, hay un barrilete volando alto y se viene la tercera edición. Ladran , Sancho…

 
Sandra Patricia Rey
Sandra Patricia Rey
Autora del libro de cuentos Matrioshkas; Pegaso, un libro infantil ilustrado; y de los poemarios No hay más vuelos reales (Editorial En Danza) y Altar doméstico (La Ballesta Magnífica)

2 Comments

  1. Eme dice:

    Hermosa tu reseña, Sandra, y hermosa la historia de El barrilete, muy emotiva. Gracias por contarla!
    Un abrazo y un mate,
    Mirtha

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