Uno corre como es, y escribe como es

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Uno corre como es, y escribe como es

Libros, escritores, lectores, más libros. Un mundo.

«Yo lo admiré siempre. Desde su primer libro, hoy casi inencontrable; durante siete novelas más y una noche de borrachera, siempre pensé que Ricardo Santos era el mejor escritor de España y que para mi fortuna lo había visto crecer literariamente…»

Así empieza Detrás de cada hombre, uno de los cuentos de Las esperas, de Felipe R. Navarro, un primer libro casi inencontrable, que alguien busca y encuentra.

«Como cualquier admirador o epígono que se precie, yo había seguido con minuciosidad hebrea el desarrollo de su vida…»

Historias, las mismas y tan distintas.

«Lo que ya está escrito no debe volver a escribirse…»

O sí.


Así podría haber comenzado, si no fuera que ayer me compré Obra poética, de Jorge Luis Borges. Entonces yo, que tenía pensado arrancar con ese texto de un posteo de días atrás, parafraseo la dedicatoria de fervor de Buenos Aires:

                                                                                                                                                               A quien leyere esta entrevista

Si al leerla, algún tramo de ella, consiente alguna línea que se parezca al verso feliz de cualquier poema, sabrá perdonar el lector la descortesía de haberlo usurpado nosotros, previamente. El entrevistado y yo. Nuestras nadas poco difieren, entre sí y con la tuya; es aleatoria y casual la circunstancia de que seas vos o tú, según de donde vengas; el lector de este borrador, y nosotros, sus redactores.

Es que La poesía es la medida de todas las cosas, como bien escribió Isidoro Blaisten: “Es cierto. Si el hombre es la medida del hombre, la poesía es la medida de todas las cosas. Borges tiene razón cuando dice algo de un mismo río que se repite muchas veces porque yo siempre digo lo mismo. Manejé mi vida con cuatro o cinco ideas. Así me fue. No importa. Siempre seguiré repitiendo esto: la poesía es el máximo común denominador y el mínimo común múltiplo de todas las cosas. Seguiré repitiendo que cuando uno ve una mujer hermosa dice: es un poema. No dice: es una comedia festiva en un acto, es un entremés, es un agua tinta o una técnica mixta o un cemento patinado.”

De eso se trata, de una entrevista que es un poema, lo cual puede sonar raro porque no entrevistamos a un poeta.

O sí.

“El poeta es un ser con una íntima humildad.

No conozco ningún político, ningún crítico, ningún pedicuro que pueda escribir esto:

No soy nada

       Nunca seré nada.

       No puedo querer ser nada.

       Aparte de eso, tengo en mí todos los sueños del mundo.

Esto lo escribió Fernando Pessoa. También escribió un verso que dice: Sentir es estar distraído. Ahora bien: si el poeta es el sentidor por excelencia, ¿quiere decir que cualquier distraído que anda sintiendo por ahí es un poeta? No. Porque otro poeta que se llamaba Vladimiro Maiacovski dijo que un poeta es cualquier hombre, pero cualquier hombre no es un poeta.”

(de Anticonferencias, Isidoro Blaisten, Editorial Emecé)

A veces hay hombres que no saben que son poetas. Poetas camuflados de profesionales serios, sesudos, circunspectos.

Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,

pero mi verso brota de manantial sereno;

y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,

soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.”


Querido Felipe:

Retomé los apuntes para la entrevista, que retomé a su vez el día del libro, sí el ppdo. 23 de abril, después de muchas cosas que pasaron y de comprobar que el mundo no se detiene para lo que uno desea realizar. Al hacerlo, me desconcierto, tengo dos borradores: Felipe R. Navarro y Felipe R. Navarro 2; pero el desconcierto mayor, tiene que ver con los amaneceres de Paul, que son los tuyos, o lo eran, y la pugna por los atardeceres que son los que a mí me pueden mucho más.

Me encuentro, entre apuntes y preguntas borroneadas, con estas palabras tuyas, a propósito de Hombres felices, o la presentación de Hombres felices:

“Esa es la función -una de ellas, sí- de los libros, crear un ágora en la que quienes aman lo mismo puedan sentarse al sol delicado del invierno a abrigarse con metáforas del frío.

Un hombre que no vive en una ciudad desmesurada en la que a casi nadie conoce llega a esa ciudad para hablar de lo que ha hecho por puro amor, y encuentra la ciudad llena de gente que lo conoce y que lo ama, que lo ama directamente o de manera indirecta a través de los hechos y las cosas y de la belleza que puede construirse con ellos, porque, dice Byung-Chul Han, “la belleza es el acontecimiento de una relación”. Después de todo eso llega la noche, debe llegar la noche, contenedor del olvido; de cierto y necesario olvido. Habrá otras cosas, otros instantes, pero no serán estas, no serán estos. Nunca se repetirán estos días, pero tampoco, en el silencio que ya se acerca y que me cerca, apagarán nunca su brillo.”

Y pienso en el poema de José Hierro, en las dos palabras tan sencillas y poderosas que insta a pronunciar, en cómo demostramos el amor y en lo que provocan las demostraciones públicas de ese amor; alguien decía que le provocaba curiosidad; a mí, alegría, honda y profunda, motivadora. Hoy reseñé poesía, y después de la lluvia de más de un día entero en Buenos Aires, se me ocurrió ir hacia vos, terminar con la espera y hablar de hombres felices que no lo son en realidad, pero viceversa también. Como verás, bien kafkiano el asunto.

DON FELIPE R. NAVARRO, arrancamos pues…

Juro que arrancamos así, de esta forma, con las preguntas a continuación, todo en un correo electrónico; y en respuesta, otro, a modo de acuse de recibo, antes del que traería sus respuestas. Ningún dislate como él pretende.

Los poetas que no son poetas, todo el tiempo le dan vueltas a los asuntos, cuando en verdad todo es más sencillo. Tanto como entregarse al viento, mientras corremos; o al agua, bajo la lluvia o flotando en ella. Tanto como escribir sin estar pendientes de la extensión de lo que escribimos. Una de las cosas que llamaron mi atención, fue que él escribe largo, como yo; y otra de las cosas, es la sospecha de que no le importa que muchos no lo lean, al saber que hay quienes lo leerán, celebratoriamente. Cada vez, como si fuera la primera vez que algo de lo que dice los conmueve de manera profunda; tanto como ver esos amaneceres, que si él no comparte, se reclaman de manera pública y manifiesta.

Es como él bien dice: Literatura, amistad, amor, pertenecen al mismo campo semántico. Vamos pues a correr, como el agua, que nunca está quieta. Afortunadamente. Y va, corre aún entre las piedras.


PRELUDIO

Después de miles, de millones de años,

mucho después

de que los dinosaurios se extinguieran,

llegaba a este lugar.

Lo acompañaban otros como él,

erguidos como él

(como él, probablemente, algo encorvados).

 

A partir de onomatopeyas ,

de monosílabos, gruñidos,

desarrolló un sistema de secuencias sonoras.

Podría así memorizar sucesos del pasado,

articular sus adivinaciones,

pues el presente -él lo intuía- no comienza ni finaliza

en sí mismo, sino que es punto de intersección

entre lo sucedido y lo por suceder,

llama entre la madera y la ceniza.

(de Cuaderno de Nueva York, José Hierro, poesía Hiperión, Quinta edición, enero de 1999)

 


M. Cuando se habla de correr, hoy en día, inevitablemente recuerdo a Murakami y su libro De qué hablo cuando hablo de correr, pero, digresiones aparte, y a propósito de tu gusto por correr pruebas kilométricas, he leído que el entrenamiento de los corredores de fondo es muy diferente al de cualquier velocista. ¿Podemos decir que como escritor sos un buen corredor de fondo, que busca ganar distancias, mejorar la resistencia, ocupar su mente en la concentración y utilizar estrategias muy diferentes; o viceversa?

Yo creo que como ciudadano y como hombre quisiera ser un buen corredor de fondo, y mejorar la resistencia, pero no descuidar cierta explosividad que se pierde con los años, y sí, utilizar las estrategias adecuadas para cada situación. Y no creo que pueda separar todo eso como escritor, o como panadero si me dedicase a la panadería. Uno corre como es, y escribe como es. Pero sí, ese entrenamiento de fondista es el de cualquier escritor, aún cuando acabe escribiendo textos cortos, si ese escritor se respeta como tal: hay que hacer muchos kilómetros solo para poder un día salir con dignidad en una carrera, y quien dice una carrera dice publicar. Ese libro de Murakami es de hecho, en la lectura que en su día hice de él, más que un libro sobre el acto y el hecho de correr, una poética.

M. Como a veces es imposible sustraerse a la atracción que ejercen ciertas imágenes, te pienso en un autobús, sentado en sentido contrario al de la marcha, leyendo un libro de poemas que cerraste al percibir que una chica se daba cuenta que estabas echándote a llorar. ¿Qué te hizo cerrar el libro, la vergüenza de exponer tu llanto o la del otro, incapaz de brindar consuelo o contención?, ¿qué creés que hubiera pasado si no cerrabas el libro?

Bueno, esa historia es una historia antigua como todas las historias. Tiene que ver con la compra, una tarde de 1998, de Cuaderno de Nueva York, de José Hierro, y con atravesar el centro de Málaga leyéndolo mientras camino, y con quizás una de las últimas veces que me subí a  un autobús para ir a una casa  de verano que aún tienen mis padres. Me senté en ese autobús en el sentido contrario a la marcha. Es una sensación rara esa, no sé por qué ponen así los asientos, uno percibe el movimiento como fuga o huida, uno no va a buscar algo, su destino, sino que va viendo cómo pierde el lugar de donde sale, cómo se aleja de él.

En cualquier caso fue así, iba sentado contra la marcha, e iba leyendo ese libro extraordinario, y en un momento determinado me di cuenta de que tenía un nudo en la garganta, que no podía tragar ni apenas respirar, y que varias lágrimas iban camino de la barbilla. La lectura genera esos espacios de aislamiento de lo aparentemente real y de cercanía con lo escrito y con quien lo ha escrito, y entonces levanté la cabeza del libro para tratar de tomar aire, y en ese instante me di cuenta de que una chica morena sentada frente a mí, en diagonal, junto a la ventana del autobús, me miraba extrañada, y en cuanto me vio levantar la cabeza giró la suya hacia la calle pero se quedó en el reflejo, se quedó observándome en el reflejo.

Aún quedaba bastante camino, y decidí cerrar el libro, un libro que casi no hay vez que no lo abra, desde 1998, que no me provoque lo mismo. Me preguntas qué habría pasado si no cerraba el libro: supongo que nada, más allá de que pasado un rato más de lectura, mi ahogo y mi llanto apenas habrían tenido ya remedio. Pero nuestros acontecimientos íntimos no afectan a la corteza exterior de la tierra, somos nada en ese paisaje, somos Nadie, como dice llamarse Odiseo cuando le pregunta el cíclope; el mundo sigue su marcha sin nosotros y pese a nosotros.

Aquella chica, de la que nada recuerdo salvo que era morena y su gesto reflejado en el cristal, un gesto que mezclaba extrañeza, preocupación e incomprensión, no creo que después de tanto tiempo recuerde nada de aquel instante. Pero si lo hizo alguna vez, quizás estaría bien que ello pudiese haberse construido como una metáfora para ella acerca de los efectos de la literatura; de qué modo un hombre puede aislarse en mitad del ruido, tanto como para que no exista ninguna realidad superior a la generada por un texto, de qué modo un hombre se apoya con la lectura en un semejante, de qué modo se entabla una conversación, que siempre se desarrolla fuera del tiempo, hecha de silencios y miradas.

Presentación de Hombres felices en Madrid. De izquierda a derecha, Juan Casamayor, Javier Morales, Lola Lopez Mondejar, Encarni Molina, Teresa, él, Pepe Cervera, Jesús Ortega, Miguel Angel Muñoz, y Ernesto Calabuig. Todos extraordinarias personas.

M. Ya que arrancamos con la poesía, por tu posteo dedicado a unos pocos amigos, claramente escogidos, y que el poema y la voz eran de José Hierro, quien respecto de su poética sostuvo que para ser considerada social, era demasiado intimista, te pregunto, pensando en el primer cuento de Las esperas, Derecha, ¿cuánto tiene tu escritura de intimista y cuánto de social?, ¿es demasiado intimista para ser considerada social, o viceversa?

¿Cuánto tiene mi escritura y de qué? Es una pregunta complicada de responder, porque me obliga a un nivel de análisis que no sé si quiero afrontar en estos momentos. Yo creo que, puesto a decidir, lo tiene o podría tenerlo todo de ambos, intimista y social. Creo que lo íntimo y lo social no son incompatibles, y que lo social posee o debiese poseer según yo lo leo un componente íntimo que tiene que ver con el modo en que lo público afecta a los espacios privados. E igualmente lo íntimo debe ser susceptible de transformarse en categoría de ser necesario para componer bienes comunes que permitan ese desarrollo íntimo de los ciudadanos.

Si uno escribe acerca de cómo se construyen y resuelven los conflictos íntimos en un entorno que los penaliza o reprime, está haciendo a la vez una escritura social y una escritura íntima. Creo que las reglas y valores sociales inciden en el desarrollo de lo íntimo, y que lo íntimo puede alcanzar valor de cambio social. No planteo que ello siempre sea positivo, pienso por ejemplo en la interiorización de valores represivos o en la conformación de esa represión interna como norma, pero desde luego no veo que exista un conflicto en el que lo íntimo deba ser postergado e incluso despreciado en favor de lo social, lo que en algunas épocas ha solido ser una respuesta habitual.

M. Siguiendo con Hierro, en el estudio de su poética, como él mismo afirmó “el misterio ha de ser abordado con claridad de expresión”, si partimos de la idea de que hay misterio en tu narrativa, ¿creés que en tu escritura está alcanzado ese objetivo?

Yo escribo para contestar algunas preguntas, y esas respuestas deben tender a ser sencillas. Cuando uno no entiende algo, cuando tiene necesidad de comprensión, no elabora una respuesta compleja que impida el acceso. Pero fíjate, eso que mencionas del misterio, yo lo identifico con el problema que supone formular la pregunta.

A veces la escritura se me transforma en una crónica sobre la indagación y la construcción del enigma; si uno cree, como he dicho, que lo íntimo posee o puede poseer valor de categoría, yo me veo ante esa tensión de manera continua. Lo que hago entonces, para saber de dónde vengo -algo parecido a ir sentado en sentido contrario a la marcha en ese autobús de que hablábamos antes- es contar de qué modo nace en mí el interrogante, cómo cae sobre mí o cómo me sumerjo en él-, y para tratar de saber hacia dónde voy, es contar todo eso.

Contar cómo un detalle que carece de valor hace que todo ese mecanismo contemplativo y reflexivo se ponga en marcha y entonces ese detalle alcanza un valor extraordinario, de piedra preciosa. Quien lea esto podría pensar, este tipo es un boludo, de qué diablos habla. Pondré un ejemplo: el modo en que la paternidad se ejercen por un hombre de 75, uno de 45 y uno de 25. Hablamos de mundos absolutamente distintos. Jamás vi a mi padre acercarse a unos pañales, con cuatro hijos; yo los he cambiado todo lo que he podido, con tres hijos; ahora veo a chicos de 25 con hijos y veo que los dos paradigmas conviven en ellos, el del hombre que contempla el fenómeno de la paternidad como una extravagancia necesaria de la que deben ocuparse las mujeres, y el que lo contempla como uno de los acontecimientos esenciales de su vida pero que no sabe bien cómo integrarlo.

Un hombre de 45 va al supermercado y ve que cae una de esas pilas de productos a las que tan aficionados son en los supermercados, y quizás hombres de varias generaciones y con valores distintos se agachan a recoger o sólo contemplan el estropicio. Es un pañal, un objeto feo, con un tacto no muy agradable, un paquete cuadrado de pañales, pero puede ser el desencadenante de una historia acerca de la conformación de la paternidad en un mundo que cambia a toda velocidad aunque aún no sabemos hacia dónde corre exactamente, sabemos de dónde viene, pero si miramos hacia adelante, en el sentido de la marcha, volviendo a la metáfora del autobús, sólo vemos obstáculos, curvas, edificios, otros coches o transeúntes, y no alcanzamos a saber exactamente dónde vamos a llegar.

Si yo tuviese que contar esa historia desde el punto de vista de que interesa, que es el del hombre perdido entre dos mundos que no comprende bien, el de sus padres, el de sus hijos mayores, quisiera contarla de manera sencilla, pero me parece que explicar de qué modo a un tipo se le ocurre a la vista de un pañal todo eso necesariamente lleva a la narración de un mecanismo complejo, que yo pretendo acercar lo más posible para que se entienda que quien narra eso no es alguien extraordinario, sino un individuo corriente, y que por tanto puede ser cualquiera. 

M. Muchos hablan de la metaficción, ese concepto que tiene que ver con la autoconsciencia en literatura, la advertencia de que estamos leyendo un libro, con una historia inventada y unos personajes que no existen más allá de nuestra idea de ellos. ¿Vale la advertencia para abordar la lectura de Hombres felices, o corre por cuenta del lector?

Rechazo absolutamente la idea de que Hombres felices sea un libro de metaficción. Si me obligas a definir, diría que es un libro de ficción sobre una serie de personajes que están muy marcados en su, y por su, entorno. La gente que vive en mi libro no es gente que habita un entorno artificial en el que todo el mundo lee filosofía contemporánea o ve cine francés de los 60, que estudió un doctorado y que va a ver instalaciones o performances; todo lo contrario, es gente que en un entorno digamos normal, y ahora de crisis, de pronto se ve frente a un dilema que no contaba con que iba a tener que resolver. Eso es lo que yo quiero contar, de qué modo uno de pronto ve algo que nadie ha visto, o se ve ante una pregunta que nunca pensó que debería contestar, y entonces debe aprender a la vez que lo hace cómo resolver el enigma.

Sí es cierto que en algún texto el narrador entra en la historia para explicar sus problemas de composición de la historia, pero eso tiene que ver para mí con normalizar el trabajo del escritor. Uno no va por la calle, un rayo de luz divina te cae encima, y entonces te ves ante la historia. Eso no va así; todo el mundo que nos rodea es una construcción ficcional, y nosotros personajes. La idea ya está en Shakespeare, la vida es una obra contada por un idiota, llena de ruido y de furia, que al final no significa nada. Y no hay nadie que desconozca esto. Si yo hablo de ordenar acontecimientos o de selección de interés o de estrategias narrativas, un lector no muy experto puede sentir rechazo. Pero si yo cuento a ese lector que ante una cita con una chica que le gusta lo que hace es ponerse la ropa que mejor le sienta, y que cuando habla con ella procura dejar fuera de la charla sus aspectos menos favorecedores, y que si la lleva a cenar busca un restaurante en el que el atardecer en junio es espectacular entonces ese lector se dice, Ah, claro, ahora entiendo de qué habla este boludo, eso sí forma parte de mi vida, eso ES mi vida. Y eso está muy lejos de la metaficción, esa artificial torre de cristal.

Yo no hago metaficción; si quieres acusarme de algo, hazlo de tratar de componer parábolas, como reclamaba Miguel Torga, pero no soy un escritor metaficcional. Si adopto una perspectiva de narrador, si lo hago personaje, ese personaje debe ser fiel a  quien es y lo que es: un escritor. Pero también construyo la mirada de un griego que mira como lo haría Homero, y debe ser fiel esa mirada a la de ese griego: espadas filosas, soledades, salitre, sangre, cantos. MI idea es la de una escritura de la sinceridad, y en el modo en que tú cuentas lo que sea la metaficción, esa sinceridad parecer no estar. Y se me ocurre que la sinceridad es un ejemplo acerca de las uniones entre lo íntimo y lo social de que hablabas antes.

M. El título de tu regreso al cuento, Hombres felices, parece haber sido elegido adrede, con una ironía particular. ¿Creés que el humor es uno de los caminos en pos de la felicidad?

El título es desde luego adrede y tiene que ver con algunas formas de ironía, sí. Y sí, también creo que es el humor no es que sea uno de los caminos, sino es quizás el único camino de la felicidad. Si uno piensa en alguien de quien se haya enamorado advertirá que la sonrisa le viene a la cara. Luego habrá ratos mejores o peores, pero creo que todo el mundo aspira a enamorarse de alguien y de algo que lo haga sonreír. Todas las historias de humor son historias de amor. Yo jamás me iría, y jamás lo he hecho, con alguien que no me haga reír.

M. A propósito de la presentación de Hombres felices, dijiste en alguna nota: “Me parece divertido jugar con los géneros y arrancar con estructuras convencionales para subvertirlas”. ¿La literatura es experimentación?, si es así, ¿dónde se ubica la inspiración?

Pues en una casa con tres hijos saber donde están las cosas a veces es complicado, déjame pensar a ver dónde tenemos la inspiración guardada, jeje … Creo que una obligación del narrador es contar como si fuese la primera vez que se hace pero sin olvidar que no es la primera vez que se hace. Esto obliga a ser humilde en el trabajo, en esta artesanía que es la literatura, pero también a ser ambicioso en el proyecto, a tratar de llegar a lugares donde quizás ya se llegó por senderos que están poco transitados o incluso por trazar, si uno es capaz de ello.

Pero está aquello que decía Chéjov, que uno no debía preocuparse si fracasaba en lo que escribía porque lo que había que escribir ya lo había escrito Tolstoi por todos nosotros. Así que tenemos todo el horizonte por conquistar, y podemos y debemos subvertir géneros y fórmulas, y habitar los lugares comunes, y decir frases hechas como si fuese la primera vez que se pronuncian. Eso que llamas inspiración a mí me parece el estadio final de un largo y sostenido esfuerzo, que no todo el mundo puede y quiere mantener.

Voy a poner un ejemplo relacionado con correr. Uno sale temprano, mucho, atraviesa parajes que apenas ve, sube por senderos complicados, y cuando nace el día ya está solo delante de un paisaje que ve la luz en ese momento. Quizás es la primera vez que uno está allí, y eso es prodigioso, es maravilloso, es digno de contarse, es conmovedor para otros ese relato acerca de llegar y acerca del lugar al que se llega y cómo se siente uno ahí arriba, pero para eso hay que correr mucho tiempo en la casi oscuridad, hay que caerse, hay que dolerse, hay que perderse y atreverse entonces a subir por una ladera por la que parece que nunca hubiese subido nadie. Ese paisaje inspirador es imposible de alcanzar sin asumir riesgo, sin que duela, sin un trabajo silencioso, intenso y sostenido, que muchas veces no nos lleva ante un espectáculo deslumbrante sino por ejemplo ante un vertedero ilegal o una cantera. Sin riesgo la literatura habría desaparecido al día siguiente de cantarse por vez primera la Odisea.

Sus libros, el lugar que ve cada día, al despertar

M. Sos profesor de filosofía del derecho, pienso en mi época de estudiante de y en particular respecto de tu materia, recuerdo a Hegel. ¿Creés como él que la filosofía es el mundo al revés?

Yo creo que el mundo está al revés, y eso no sólo lo decía Hegel sino Santos Discépolo. Me parece que la Filosofía es un auxilio indispensable, y desde luego lo es la Filosofía del Derecho, porque vivimos en un mundo ultra regulado hasta en nuestros espacios más íntimos. Y como te decía antes, el problema no es sólo lograr una respuesta sencilla sino aprender a formular preguntas, a detectar problemas que deben ser pensados y resueltos. Y regresando a algo que te decía antes, esto lo entiende cualquiera, no hace falta haber leído la Fenomenología del espíritu, aunque sí sirve para identificar antes los conflictos.

Un hombre -yo siempre uso el sustantivo hombre como genérico- ante la necesidad de resolver cualquier problema tiene intuiciones dialécticas, y quizás tiene intuiciones acerca de la historia o el arte que pueden ser hegelianas sin saberlo. Así que cuántas más herramientas se tengan, mejor puedes arreglar un aparato estropeado. Para eso sirven las Humanidades, no sólo la Filosofía, para aprender a construirnos y a repararnos cuando nos desmontamos.

M. “Nada grande se ha hecho en el mundo sin una gran pasión”, dice Hegel. ¿Qué es lo más grande que alcanzaste en tu vida?, ¿qué herramienta fue la más poderosa para el logro?

Pues verás, tengo tres hijos, no creo que nada de lo que haga pueda superar eso, ni uno ni cien libros que escribiese -cosa que no haré, claro-. Y para tener esos hijos, lo de la pasión y el humor es esencial para que su madre aún me soporte. Para el resto de cosas que he hecho o que hago, lo del esfuerzo me parece indispensable, un largo y silencioso y sostenido esfuerzo, y la voluntad de llegar aunque no sepas a dónde, la voluntad de ponerse en camino, y de hacerlo con toda esa pasión de la que hablas. Hay que tratar de amar lo que uno hace, hay que tratar de ser honesto y coherente y sincero y compasivo, hay que tratar de ser un buen ciudadano crítico. Todas esas herramientas y algunas más, como tener amigos a los que darías tus riñones, permiten situarse mejor antes la perspectiva del logro, que también es la perspectiva del fracaso, son laderas de la misma montaña. Pero si uno va a fracasar, que será lo más probable, que al menos ese fracaso sea a lo grande.

Foto mítica, algunos amigos de los de la foto de Madrid, con otros como Paul Viejo o Cristian Crusat.

M. Me ha llamado la atención que respecto de tu silencio de una década y un lustro, entre Las esperas y Hombres felices, dijeras: “Fue una decisión consciente el dejar la literatura y una decisión casi inconsciente el retomarla”, ¿hay que creer en esa afirmación?, ¿vos la creés? ¿Por qué?

Hay que creer esa afirmación y yo la creo porque estuve por allí. Yo decidí dejar de escribir, y sobre todo dejar de pensar en escribir, por una cuestión privada que no viene al caso, y eso fue una decisión plenamente consciente. Pero en cierto momento y por mera necesidad comunicativa, pasados esos años que dices, me vi juntando más frases de la cuenta en textos que comenzaba sin ninguna pretensión que no fuese el mero divertimento privado, y cuando me quise dar cuenta eso que estaba haciendo se parecía demasiado a la literatura como para fingir que no estaba pasando. Siempre he creído que la literatura es eso que sucede cuando un grupo se sienta alrededor de un fuego o de una mesa a escuchar las historias de otro; yo no quería contar más historias y prefería oír las de otros -y lo sigo prefiriendo, la lectura es para mí más importante que la escritura-, pero fue como si estuviese hablando solo sin darme cuenta, musitando, y alguien me hubiese oído sin querer y me hubiese pedido que hablase más alto.

Por mera coherencia, y por agradecimiento a quienes me preguntaron qué era aquello que estaba murmurando, regresé a la escritura. Y además porque esa expresión privada tenía que ver con problemas que no había previsto, es decir, que no había visto de manera previa, y que debía intentar responder por mera supervivencia. Me preguntas por qué hay que creerme; bueno, porque te he hablado de coherencia y honestidad y sinceridad como lemas privados que creo que deben transformarse en virtudes públicas. Antes de ser escritor o de ser lo que sea uno, se trata de ser eso, honesto. O bueno, mejor bueno, como reclamaba Machado.

Con Michelle y Paul

M. ¿El Derecho fue antes que la literatura o al revés? ¿Alguna vez pensaste consciente o inconscientemente en dejar el derecho, o creés como yo, que la necesidad tiene cara de hereje?

La Literatura es antes que todo y sobre todo, creo. Y yo el Derecho lo veo en primer lugar bajo la forma de Derecho como Literatura y con Literatura y en la Literatura, lo que más interesa como investigador y docente es esa Cultura Literaria del Derecho de la que habla mi maestro José Calvo González, y a la que se dedican por ejemplo en la Argentina colegas admirados como Carlos Cárcova, Jorge Roggero o Jorge Douglas Price. Pero luego también me dedico al ejercicio de la abogacía, que es un mundo bien distinto, al que sí es cierto que llegué por necesidad pero que he acabado por amar. Me parece que no hay día que no piense de dejar el Derecho, la verdad, porque su ejercicio y las dificultades de administrar  e impartir Justicia en un mundo regulado por el Derecho, esa ficción, no dan para muchas alegrías y apenas para pagar facturas.

El tiempo es breve, no tengo todo el que quisiera, y hay que optar, y quisiera optar en un futuro por dejar al ejercicio profesional. Pero luego pienso en algunos momentos extraordinarios que se parecen a esos amaneceres sobre un risco al que has llegado con mucho esfuerzo, momentos en que al final de tu trabajo coinciden Justicia, Derecho y Razón, y que encima logras que te paguen la factura, y me digo, venga, vamos a seguir otro poco.

Con Lola y Poli, presentación en Madrid

M. Me voy a permitir algunas asociaciones libres y hasta digresiones. Aludiste a esa cita de Tawfiq Al-Hakin que dice: “El que tiene una vida feliz no la escribe y se dedica a vivirla”, y ya explicaste una y otra vez que el título del libro deriva del que le habías dado a una carpeta en la que ibas recopilando textos, que remitían a esa idea. Pero también hablaste de gente común que en un momento dado, descubre la felicidad, como una suerte de epifanía, en situaciones ordinarias o corrientes.

Entonces, recordé que hoy al reseñar a Isidoro Blaisten, cité un texto de sus Anticonferencias: “Creo que un momento poético es un destello en la oscuridad, porque uno no puede pasarse la vida saludando en el ascensor, pagando el monotributo y hablando del riesgo país. La vida son momentos, momentos que son siempre algo para recordar, y ahí está la literatura y ahí está la poesía, y el humor que dimana de la ejecución de la poesía. Somos los momentos poéticos que vivimos. Nada más que eso”, dice él.  ¿Estás de acuerdo con Blaisten? ¿Cuáles son los momentos más poéticos que recordás?

Yo me haría un tatuaje con esa cita de Blaisten, la suscribo de una punta a la otra. Creo que poco más puedo añadir a lo que dice. Momentos poéticos, casi intransmisibles, y en ese intento de transmisión, de narración, es donde crece la literatura.

Hemos hablado del episodio ese que me recordabas del autobús mientras leo a José Hierro, pero también recuerdo alguna llamada telefónica en una noche de calor pegajoso, o ir en el asiento trasero de un coche y que tus ojos coincidan con los de otra persona y que veinticinco años después levantes la cabeza de un libro y veas a esa persona charlando en la mesa con los tres hijos que has tenido con ella, o los instantes en que has visto por vez primera a esos hijos, o que la dueña de una pastelería te regale unos dulces cuando le cuentas que esos mismos dulces se los comprabas a su abuelo y su padre cuarenta años atrás, o que estés charlando, metidos todos en el agua de una cala en la que ya ha caído el sol, con un grupo de amigos a los que te ha unido el amor por la literatura. Uno es la enumeración caótica y la suma y la cifra de esos momentos.

No me hago el tatuaje con lo de Blaisten porque las agujas me dan un poco de miedo, la verdad.

¿Hace falta que diga quiénes son?

M. La poesía te conmueve, eso percibo, entablás un diálogo con otros de tu círculo íntimo que vibran de la misma manera, mientras que, curiosamente, el mismo autor citado, Tawfik al Hakinm, recordado por su Diario de un fiscal rural, decía que «la poesía no es la única literatura posible», cuando la poesía es el género más noble en la cultura árabe, parca en narradores y dramaturgos. ¿Vos intentaste con la poesía?

Pues lo raro del asunto es que el único premio literario con dotación económica que he ganado en mi vida fue de poesía, pero era una poesía muy narrativa, yo no tengo conciencia de ser poeta ni haber tratado de serlo porque creo que no tengo capacidad bastante para serlo. Y he hecho alguna cosa más, al modo de que Cortázar hablaba de su poesía, pero es inconsciente y privada, producto de cierta necesidad de experimentación expresiva. Yo trato de contar historias; si se me cruzó un poema, pido disculpas a los poetas.

M. Has confiado en alguna oportunidad, a partir del testimonio de tu agradecimiento para con muchos, que has aprendido de los otros, el concepto de obligación moral. “Tú sabes hacer una cosa, hay gente que le gustaría hacerlo y no saben o no pueden, y tú tienes la obligación moral de ir hasta el final con esa capacidad.” ¿Vos considerás como esa gente, que sos mejor persona escribiendo, o escribís porque te sentís en deuda con ellos?

Ambas cosas. Creo que escribiendo soy mejor persona, y además creo que estoy en deuda con los que me quieren, sí. Y además, si fuese cierto que uno pueda tener cierta capacidad de mirar y de poner voz a algunas inquietudes compartidas, creo que estoy en deuda con quienes no pueden hacer eso pero necesitarían sentirse acompañados por quien pueda hacer eso. Como te decía, como cuenta que sucede Gil de Biedma en su poema Amistad a lo largo, a veces en ese diálogo sin tiempo que es la literatura, uno abandonó su brazo sobre el que está al lado y se sabe en compañía.

M. Has estado en Buenos Aires, hace como veinte años, toda una vida casi, me comentaste, ¿cuáles son los sonidos que aún recordás?

Bueno, recuerdo el bullicio de Corrientes, sí, y el tránsito de la 9 de Julio, pero recuerdo más la sensación de espacio, de que el cielo  en la Argentina estaba más alto que de costumbre. Cuando fui allí, y fui por trabajo, acepté un trabajo casi de mozo o azafato, lo hice porque suponía que quizás sería mi única ocasión de pisar las mismas calles que Cortázar, o Bioy, o Borges, por pura mitomanía. Recuerdo también la luz de Rosario o de Mendoza, y la noche bulliciosa de Córdoba.


Vista desde donde escribe

M. Hemos conversado sobre la belleza del cielo, y me queda claro que lo tuyo son los amaneceres, mientras a mí me pierden las puestas de sol. Habiendo coincidido en que la mirada que se refleja en ciertas fotografías, no se enseña en la Facultad de Derecho, de dónde viene la tuya, ¿es heredada o adquirida?

Bueno, supongo que todo es herencia y que se alumbra con trabajo, como te decía, con entrenamiento. Pero de modo un tanto romántico, es decir, mítico, ingenuo, injustificado, creo también a veces que hay gente que ve lo que a otros les pasa desapercibido.

M. Ya que hablamos de fotografías, por qué creés no haber salido bien nunca en una foto de la que fueses consciente de que te la hacían, ¿creés que te roban el alma con ella?

No lo sé, no me gusta ser el punto de enfoque sino el que enfoca, no me encuentro cómodo dejando que me congelen.

M. Si uno va en su escritura por los que nos han flasheado, y tuvieras que decirme tres autores y por qué, ¿cuáles citarías?

¿Sólo tres? Me niego a contestar a esa pregunta por falta de espacio. Yo me paso la vida flasheado por la escritura de los otros.

M. Se ha dicho de Thomas Pynchon que es un autor cáustico, misterioso y enciclopédico. ¿Creés que algún desprevenido podría pensar que están hablando de vos?

La gente desprevenida es capaz de pensar cualquier cosa, supongo.

M. Pynchon, en la espléndida Introducción de Un lento aprendizaje, dice: “El robo literario es un tema fascinante que, como en el código penal, tiene sus grados. Estos abarcan desde el plagio hasta la mera derivación, pero todas sus formas son un procedimiento erróneo. Si, por otro lado usted cree que nada es original, y que todos los escritores “toman prestado” de “fuentes”, la cuestión de las notas de reconocimiento o los agradecimientos sigue abierta.” ¿A quiénes podrías mencionar en tus notas de reconocimiento o los agradecimientos? Recordá que a confesión de parte, relevo de pruebas, y que todo lo que digas podrá ser usado en tu contra.

He escrito dos largas notas de agradecimientos en mis dos libros, en previsión de que no escribiese ninguno más. Me remito por tanto a lo declarado en esos documentos.

M. Si Hombres felices es críptico, inabordable, blindado, acorazado, pero siempre hay un resquicio, ¿podríamos decir que está escrito a tu imagen y semejanza? ¿Toda la escritura es en parte autobiográfica?

Hombres felices quizás es todo eso, no seré yo quien lo niegue con legitimidad, pero creo que también es un libro luminoso a través de esos resquicios, de esas grietas de que hablas. Creo que hay mucha luz en él. ¿Si yo soy así, si mi voz es así? Teniendo en cuenta las largas y aburridas respuestas que te he ido dando, quizás sí. Pero sobre si toda escritura es en parte autobiográfica, yo afirmo que no. Más allá de que uno pueda tratar de producir o reproducir ciertos reconocimientos, estoy con Kertész cuando niega la existencia de la escritura autobiográfica; a un lado hay hechos, y al otro hay lo que contamos sobre los hechos. Cuando uno construye una ficción a través de un artefacto narrativo, todo es ficción en esa narración y nada más que ficción.

M. Volviendo al principio, a Las esperas, ¿qué personaje serías de la historia de El hombre que continuaba los sueños?

El hombre que mira por la ventana desde una casa ajena, y que solía soñar poco y raramente recordar. Sin duda, ese.

M. Si tuviera que elegir un poema de Cortázar, elegiría Encargo, ¿vos, cuál?

El perseguidor, es un largo poema épico camuflado de cuento.

M. Y aunque seguiría, claro, vamos con la última pregunta, o para nosotros la ya instituída como “la pregunta de Mégara”, siempre con la convicción de que en todo final está el germen de un nuevo comienzo. Felipe, ¿cómo hacer para “buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y dejarle espacio”, como dice Italo Calvino, en Las ciudades invisibles?

No sabría bien cómo hacer eso, creo que para eso uso la lectura y uso la escritura, para buscar y saber reconocer en medio del infierno.


¿Qué más, además de agradecerte? Pedirte un ejercicio en primera persona, que cuentes en qué cosas creés, cuáles aborrecés, en contrario; que nos brindes, de primera mano los datos biográficos que no pueden faltar. Qué carrera ganaste y por qué la recordás. Qué lugar del mundo te resultó más inhóspito, si Poli es de verdad tu primo y si no lo fuera, si te gustaría que lo fuera, cuál de tus amigos querrías que fuera tu hermano. Si Javi es tu único hermano. ¿Te quedaste finalmente, alguna vez, una noche, a dormir en la Alberti? Y todo lo que quieras decirme, contarme, si es algo que no quieres que publique, me lo aclaras.

Creo que siempre llego a destiempo, y creo que mis amigos son mis hermanos, además de los tres hermanos que tengo, y creo que mis amigos no me fallan nunca, y creo que uno no gana carreras a estas alturas de la vida, sólo las acaba si puede. Y te aclaro que Poli es mi hermano, más que primo, porque uno puede elegir que la gente a la que ama y a la que admira sea lo que le dé la gana. Poco más, porque como bien decías todo lo que declare puede ser usado en mi contra, y además si uno cuenta mucho deja de parecer críptico y acorazado y pasa a ser lo que es, un hombre común.


“Un hombre que no vive en una ciudad desmesurada en la que a casi nadie conoce llega a esa ciudad para hablar de lo que ha hecho por puro amor, y encuentra la ciudad llena de gente que lo conoce y que lo ama, que lo ama directamente o de manera indirecta a través de los hechos y las cosas y de la belleza que puede construirse con ellos.”

Así evocaba él, la presentación de Hombres felices, en Madrid. Y yo leo lo que escribe, como si fueran historias de las de sus libros. Las de Hombres felices, que no son de metaficción, claro que no, o no para mí, es solo que a veces uno recoge algún guante que encuentra tirado por ahí; y las de Las esperas, ese casi inhallable, que a él le parece extraordinario que haya terminado en mis manos.

El casi inhallable

Conocí a su autor, le habría encantado que el camino de esas historias finalizase en tu librería.

-Me hubiera gustado conocer al autor. Es como dice De la Serna: «El escritor quiere escribir su mentira y escribe su verdad.»

Bueno, podría intentar contarte algo de él, lo poco que recuerde. En definitiva ese poco, bien urdido, será lo único que en realidad quede, y por tanto sea: una historia contada por otro.

Ese poco bien urdido de lo que uno recuerda termina siendo una historia contada por otro, como esta de la entrevista, o como la de la reseña de un libro de poemas que es algo así como querer poner la lluvia en un vaso, descolgar la luna que queda recortada entre los cables de alta tensión, cuando ya amaneció; o conseguir que los charcos de agua dejen de dibujar arabescos infinitos que consiguen sonar a música de cámara, si uno aprende a escuchar.

Hay historias que nacen de un momento poético, como dice Blaisten y la vida es un puñado de momentos de esos. Y el hombre vive, pero escribe, como dice Imre Kertész “…Porque era su único medio de expresión. Sin embargo, el verdadero medio de expresión del hombre es la vida.”

A mí también como le ha sucedido a él tantas veces, son las palabras de los otros los que suelen explicarme.

Ese sentido y sentimiento de pertenencia, de fidelidad a mí mismo, sólo está en la escritura, lo que nada tiene que ver con su exposición pública. Pero a veces esa exposición ha sucedido, de hecho ha sucedido dos veces, en el único formato en el que alcanza sentido y significado la escritura: el libro.”

Así dice él, mejor que como yo hubiera podido decirlo.

Libros, escritores, lectores, más libros. Un mundo. Así decía yo que empecé leyendo Hombres felices y recién después lo admiré desde su primer libro, ese casi inencontrable, que bien valió la espera.

«Como cualquier admirador o epígono que se precie, yo había seguido con minuciosidad hebrea el desarrollo de su vida…»

Historias, las mismas y tan distintas.

«Lo que ya está escrito no debe volver a escribirse…»

O sí.

“La historia no es más que un puñado de gestos ordenados; el aparente orden de una ficción.”


Por eso estoy tan agradecida de que en julio de 2013, cuando yo no siquiera sabía de su existencia, a él se le rompiese la lavadora, justo cuando acababa de acabar Hombres felices.

“Un libro es también un puñado de gestos ordenados; los previos de quien los cuenta, los propios de los hombres -hombres y mujeres- que lo pueblan, los que añade quien lo lee en ese silencio habitado de gestos de otros que anticipan o cuentan el propio y que nos hace sentir menos solos, más humanos.”

Y estoy agradecida no solo por la rotura de la lavadora, sino después por la del  frigorífico, otro electrodoméstico que él había vuelto a hacer vivir varias veces antes de que ya no sirviese para nada el esfuerzo y el gesto. Pero estoy agradecida porque no había pensado antes que volver a escribir puede ser un gesto incomprensible o ininteligible, un ejercicio, un acto de esperanza, confiar en que la conformación de lo particular como universal siga siendo la literatura.

Yo dejé de escribir y volví a escribir, y mientras seguía pensando en cuál sería el destino de cuartillas y cuartillas, me vengo a topar con unos tipos felices que me animan y hacen que me atreva a seguir repitiendo gesto sobre gesto.

“Como digo, gestos privados que saltan al otro lado del muro sin temor a ser públicos, sin temor. Tras cada palabra hay otras mil que la sostienen en el aire mientras la palabra aparenta flotar sobre lo que no existe, y esa es la poética que me interesó en todo ello, el hombre sentado sobre lo que de lejos parece el vacío y que es el vacío también mirado de cerca, sentado sobre un cable, sentado de modo imposible sobre un cable que se sostiene sobre lo que ya no existe, sobre lo que es historia, sobre lo que es gesto, ordenación de gestos; ficción.”

Infinidad de cosas se me han roto, a lo largo de medio siglo, pero haber comprobado que podía reparar algunas, me permite escribir y vivir, con la convicción de que hay otros que miran la vida, con la misma ilusión.


Yo trabajo frente a eso cada día, sea para el derecho o para la escritura más o menos literaria, o simplemente trabajo para ser mejor persona o no ser al menos peor de lo que soy. Esto último ya me parece casi titánico empeño en estos tiempos. (Felipe R. Navarro)

El epílogo de Cuaderno de Nueva York, es un poema que se llama Vida, pero el de esta entrevista, serán los versos de un poema del libro que le cambió la forma, porque el agua no está quieta, afortunadamente.

Mucho más apropiado como epílogo, porque tiene que ver con dos nadas, la de él, un hombre que no vive en una ciudad desmesurada en la que a casi nadie conocía cuando llegó a esa ciudad para hablar de lo que había hecho por puro amor; y la mía, en algún punto parecida, aunque yo sí viva en una ciudad tan enorme e inhóspita como inefable.

[…] Si están ajenas de sustancia las cosas

y si esta numerosa Buenos Aires

no es más que un sueño

que erigen en compartida magia las almas,

hay un instante

en que peligra desaforadamente su ser

y es el instante estremecido del alba,

cuando son pocos los que sueñan el mundo

y sólo algunos trasnochadores conservan,

cenicienta y apenas bosquejada,

la imagen de las calles

que definirán después con los otros […]

(De Amanecer, poema de Fervor de Buenos Aires, Obra poética, Jorge Luis Borges, Editorial Sudamericana)


Si como dice Felipe R. Navarro (sí, claro el él de todo esto que llevo escrito): los cuentos se escriben (y se leen digo yo) para metaforizar, para ordenar los acarreos de la memoria, para mirar y para mirarnos y para mirarnos mirando.

Si se escriben y se leen para alegrarnos, para unirnos, para situarnos, para salvarnos; todo cuanto se ha dicho en esta entrevista es para agradecerte, Felipe, por tanto.

Sandra Patricia Rey
Sandra Patricia Rey
Autora del libro de cuentos Matrioshkas; Pegaso, un libro infantil ilustrado; y de los poemarios No hay más vuelos reales (Editorial En Danza) y Altar doméstico (La Ballesta Magnífica)

4 Comments

  1. Mirtha dice:

    Me encantó, disfruté mucho cada palabra. Me encantaron todas sus respuestas, ahora necesito conseguir uno de sus libros.
    Gracias, Sandra por estas hermosas entrevistas, besos!

    • Sandra Patricia Rey dice:

      Gracias Mirtha por acompañarnos. Te va a encantar, y creo que en Waldhuter, en Avenida Santa Fe 1685, que son los distribuidores de Páginas de espuma en Argentina, debe estar Hombres felices. Un abrazo!!!

  2. ¡Espectacular entrevista! ¡Enhorabuena, Sandra!

    • Sandra Patricia Rey dice:

      Muchas gracias a ustedes, por detenerse y enviar este mensaje. Es de gran valor para mí. Un abrazo desde Argentina y felicitaciones por lo vuestro, un material de lo mejor.

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