Un día como hoy

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Un día como hoy

Hoy confié en un posteo, cuánto llama mi atención la inteligencia artificial, en realidad confesaba que me alucina, y que mi modo de neutralizar el miedo, es restarle importancia con ese eufemismo.

Cuando en facebook, el sistema ofrece compartir recuerdos de «un día como hoy»,  no puedo evitar pensar en Ray Bradbury; de allí que solo por llevar la contraria y resistiendo la automatización, soy quien elige volver a contarlo o compartirlo.

«No sé si las cosas se nombran para no perderlas. Creo que es al revés: se las designa una vez perdidas o cuando, de alguna forma, ya no nos pertenecen”, escribió Luis Sagasti. Hace un año lo recordaba, un 25 de septiembre que era domingo, mezcla de primavera por aquí y de otoño en otra parte.

En Barcelona es otoño y era feriado, por las festividades de La Mercé, y yo que venía leyendo, escuchando, escribiendo y repitiendo la palabra miedo, volví a leerla.

Maite Núñez compartía una publicación del 25 de septiembre de 2014:

“Queridas y queridos. ¿Hace falta en el mundo un libro más de relatos? Pues probablemente no. Pero que os queréis que os diga. Que hay editores que tiran anzuelos. Y yo soy muy débil. Así que dejadme que os anuncie que en febrero verá la luz   -Editorial Base – ES y  David Aliaga Muñoz mediante-  «Cosas que decidir mientras se hace la cena», un conjunto de relatos por los que circulan  mujeres sin teta, hombres desorientados, infieles de ambos sexos, adolescentes desnortados y otros especímenes. Por tener, tiene hasta una urna con cenizas multiuso. Y una aspiradora…”

Pero lo compartía, agregando:

Sólo  hace tres años de este anuncio y pocas cosas son iguales ya que entonces. Tal vez lo más importante, sí: la familia, los amigos. Y el  miedo.”

Entonces, pienso ahora,  asocié libremente mi miedo y el de Maite y el de tantos otros, y recordando fragmentos de Todo lo bueno es libre y salvaje, una recopilación antológica de los mejores pensamientos de Henry David Thoreau, me decidí a escribir, como él sugiere.

«Escribid mientras haya calor en vosotros. Cuando el granjero hace un agujero en el yugo, lleva rápidamente el hierro candente desde el fuego hasta la madera, porque cada segundo que pasa lo hace menos eficaz para atravesarla. Debe usarlo al instante o será inútil.  El escritor que aplaza el momento de dejar constancia de sus pensamientos emplea un hierro que se ha enfriado para hacer un agujero con él y no será capaz, así de inflamar las mentes de sus lectores

Maite Núñez no aplaza la escritura, se rinde a ella, y además, es generosa. Hace poco tiempo atrás, a partir de la lectura de Proyecto escritorio, de Jesús Ortega, empecé a pensar en los espacios de otros escritores, a partir de las entrevistas y de las reseñas de nuestra ciudad, y se me ocurrió la idea de convocar a algunos, pero no la forma que podía tener o podía darle.

“Los pensamientos de un hombre no son nunca nuevos, pero el estilo con que se expresan es la novedad, siempre infalible, que alegra y revitaliza a los hombres”, dice Thoreau.

Creo que por eso, aquí estoy escribiendo.

Cuando le propusimos un texto para compartirnos el cómo y dónde escribe, no sabíamos que lo utilizaríamos para celebrar que un día como hoy, tres años atrás,  ella se haya lanzado a la aventura de publicar su primer libro: Cosas que Decidir mientras se hace la cena.

También para conjurar el miedo, sin que interese preguntar a qué. Es que si pocas cosas son iguales que entonces, las más importantes sí, como dice ella. La familia y los amigos, que son un buen salvoconducto contra aquel.


Foto gentileza de la autora

Escribir es mi forma de estar en el mundo, así que mi espacio de escritura refleja algunas de mis virtudes domésticas pero también algunos defectos.

A decir verdad,los relatos de mis dos libros han sido escritos en lugares y con soportes diversos: en la sala de estudio de la escuela de música en la que estudia mi hijo; en la cama, en un portátil que ya no funciona, convaleciente de una operación de hernia inguinal. También me gusta esconderme a escribir (a corregir, sobre todo) en las cafeterías, como si se tratara de una actividad delictiva, pero siempre regreso a casa, a este rincón algo destartalado que sueña con una mudanza. De hecho, hablamos de una mesa compartida -una mesa de madera veterana y con una pata coja, casi como yo misma-, que cuenta con dos ordenadores para los tres miembros de la familia.

En ocasiones establecemos turnos. Decir que soy escritora no me concede ninguna prioridad sobre los demás. Pero cuando -por fin-  me libero de otras tareas y me pongo a escribir -también soy la reina de la procrastinación, todo hay que decirlo-, preciso del máximo orden a mi alrededor. Retiro facturas por ordenar, libros pendientes de lectura, libretas llenas de notas garrapateadas. Lo pongo todo en montañitas en el suelo. No tengo otra manía. No requiero un tipo de bolígrafo especial, ni una libreta de unas medidas concretas. De hecho, ni siquiera sé la marca del ordenador que utilizo. Tampoco conozco ninguna otra de sus características. Soy un desastre para la tecnología.

En cambio, me gustar levantar la cabeza y reconocer entre los libros que me rodean un territorio amigo, necesario. Escribo rodeada de libros: los tengo delante, a un lado, detrás. Y también algunas fotos, entre las que destaco una en blanco y negro de mi padre, joven (siempre lo fue, murió joven) escribiendo en una máquina que presumo una Olivetti.  Cuando descanso la vista en ella, en esa foto, creo que podría echar raíces en esta silla no demasiado cómoda y seguir escribiendo eternamente, mientras las facturas esperan a ser ordenadas, los libros a ser leídos; las notas, su turno de convertirse en historias.


Yo podría hacer un juego de palabras y decir que Maite Núñez lo hizo de nuevo, consiguió sin saberlo que yo conjurara mis propios miedos y aquí estoy, escribiendo, dándoles batalla.

Un día como hoy, ella hizo el anuncio: Cosas que decidir mientras se hace la cena, su primer libro, vería la luz.

Decididamente el mundo necesitaba un libro de relatos más, y otro también, Todo lo que ya no íbamos a necesitar, que vendría después, y que no será el último.

Gracias Maite, y a por más.

 

 

 

Sandra Patricia Rey
Sandra Patricia Rey
Autora del libro de cuentos Matrioshkas; Pegaso, un libro infantil ilustrado; y de los poemarios No hay más vuelos reales (Editorial En Danza) y Altar doméstico (La Ballesta Magnífica)

2 Comments

  1. Nicola dice:

    Y el mundo necesita tu libro y tu voz!

    (Seré pesada!!! 😉 )

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