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Soy cada vez más fundamentalista de la primera versión

A José María Brindisi lo conocí en Casa de letras, en un curso presencial, del que él no debe tener memoria. Tiempo después, en otro a distancia, lo crucé de nuevo. Lo escuché en las devoluciones que mandaba mediante audios, con su opinión sobre textos propios y ajenos, y lo conocí un poco más a través de las lecturas que sugería y de las de dos de sus libros, Permanece oro y Placebo.

Sin más contacto con él, luego de haber descubierto que era el director de El ansia, me choqué de frente con su generosidad, diciéndome que sí a una entrevista personal, a vuelta de correo, citándome en un bar de los notables que tiene Buenos Aires. El Tokio. Muy cerca de La Paternal, donde nací y me crié y se criaron mis hijos, de Villa del Parque, de Villa General Mitre, de Villa Santa Rita y de Floresta también.

Muchos barrios, como los que él recorrió en más de veinte mudanzas. Esas que contó y que tienen tanto que ver con su historia, la que descubrimos un poco en cada respuesta, y también en alguna que se reservó, porque en definitiva, el silencio es una forma de decir.

“Otra vez me pregunto qué dejo en el camino, qué partes de mí mismo. Hacia dónde voy: qué es lo que estoy abandonando, qué es lo que deseo encontrar. Si los fantasmas del pasado y los del futuro podrán convivir en paz”. (ver completo) Así dice él y también nos dijo muchísimo a nosotros.


M. José María, cuando uno busca datos biográficos tuyos, encuentra que se te describe como: “escritor, crítico literario y docente de escritura creativa”. También “coordinador de talleres y profesor”, “colaborador de distintas publicaciones» y «director editorial de la revista El ansia”…

Si es más viejo, dice: «músico». Porque tuve un grupo muchos años.

M. Todas esas referencias tienen que ver, que es lo que a mí me llamó la atención, con el quehacer. Y yo siempre bromeo con que uno no siempre es solo lo que hace ¿Te definen? ¿Cómo te presentarías vos, si tuvieras que decir y contarnos un poco?

No, yo soy escritor y casi todo lo demás viene por añadidura. Mi viejo era publicitario. Escribió, fue actor, fue boxeador aficionado, hizo muchas cosas en poco tiempo. También escribió teatro, después tuvo que vivir y se dedicó a la publicidad. Pero mi viejo era de la época en que no se estudiaba publicidad y era director creativo y él venía de la escritura. Pienso que el periodismo no se estudia, y será por eso que hay tanto periodista ignorante, porque, digamos, vos estudiás derecho o economía, ciencias políticas, literatura, o todo eso, y lo ejercés en el campo del periodismo, pero estudiar periodismo para mí es como una introducción a otras disciplinas. Yo llego al periodismo desde la literatura y en si bien en algún momento, había hecho cosas sueltas,  llego un poco por algún consejo. Algunas veces te cruzás con consejos buenos. En mi caso, alguien, en un momento en que estaba muy flojo el laburo, me dijo «Pero el problema es que vos tenés que buscar de lo que sabés hacer, si vos sabés escribir». Y entonces empecé a circular de otra manera, a aprender a conseguir trabajo. Además yo no tengo reproches importantes conmigo para con mi mecánica de escritura, mi dedicación. Después en la vida soy padre, amo a mi hija, todo el tiempo que le he dedicado a ella es tiempo ganado. No me quejo.

M. Pero sos escritor.

Sí, pero digamos que con el laburo, me llevó más tiempo enganchar, aprender cómo era la dinámica de trabajo. Después soy cada vez menos cosas de esas. En realidad periodista soy cada vez menos y soy crítico literario cada vez más, casi exclusivamente. Lo que pasa que me proponen que haga cosas. También eso tiene que ver con los años y con el recorrido, ¿no?…

M. ¿Que te puedan convocar para hacer algo en particular?…

La mayoría de las veces ya a esta altura me convocan. Entonces vos mirás atrás y decís «Pará, el año pasado hice veinte cosas nuevas y quince me las propusieron». Y bueno, son cosas que uno sabe hacer, la mayoría de las veces. Y lo de editor es otra cosa porque yo pienso que también ahí se llega desde otro lado. Se estudia edición, lo que vos quieras, pero digo… se llega desde otro lado y yo pienso que estoy… que es algo que hago mejor que casi nada, que soy editor también.

M. ¿Eso es algo que descubriste vos u otros?

Hace unos años, cuando yo no había editado nada, alguien me dijo: «Vos tenés que ser editor». Me dio las razones y dije: «Tiene razón». Por una cuestión de poder estructurar fácil y claramente las cosas, ¿no? Separar la paja del trigo, darme cuenta de qué es un libro de pronto y qué tiene que ser, ¿no? No que hay que pedirle por fuera al libro sino qué es el libro y cómo tiene que serlo de la mejor forma. Yo siempre pienso que yo soy profesor de escritura o doy clases. Todos podemos crecer, pero también pienso que un libro es una cosa y en el otro extremo está la trampa del estilo. Digo siempre: «Este es mi estilo». No, pero tu estilo puede cambiar, tu estilo se puede enriquecer. Pero, bueno, la edición es para mí apasionante en un país sobre todo como éste, en que uno tiene como la ilusión de ayudar un poco más desde ese lugar o volver visible. Seguramente también si sos editor en Inglaterra. Pero, bueno, es otra historia, ¿no? En Argentina uno siente que hay una intervención ahí en el campo distinta. No sé si mayor, distinta.

M. Ahora, sos un escritor y editor, pero lo que despierta curiosidad es que todo parece empezar en tu quehacer, tu historia es difícil reconstruirla, no hay muchas pistas, solo algunas cosas sueltas. Vos dijiste «A los diecisiete años me quedé sin padre y sin madre», conservás amigos que son como hermanos de esa época joven. Pero si nos vamos bien atrás, tu infancia ¿dónde fue? ¿Qué hacías? ¿Comenzaste a escribir en esa época?

Ah, fue en muchos lados. Yo soy campeón mundial de mudanzas. De hecho un amigo se muda la semana que viene y urgente le tengo que mandar un mensaje y decirle que él es experto gracias a mí en mudanzas porque me ayudó diez veces. Sí, viví en muchos lados. Yo fui a colegios muy buenos en algunos de los sentidos de la palabra, algunos célebres y tristemente célebres a la vez, como el San José, al que ha ido, creo, Yrigoyen, pero también fue Videla o Viola, así que esas mezcolanzas. Mis viejos me anotaban en colegios que no podían pagar. No me quejo del todo porque me trajo cosas buenas, pero también lo he sufrido. Me cambié en la primaria cinco veces de colegio. Después la secundaria la hice toda, o casi toda, en el mismo.

M. ¿Dónde te recibiste?

En el Independencia, que ya no existe más. Soy perito mercantil. Pero mis amigos más viejos son todos del Sarmiento, que tampoco existe más, que era un colegio que había acá en Flores, que era parte de ese plan, muy moderno en su momento, que estaba la Escuela del Sol, a la que va mi hija, y algunas escuelas más. En ese momento eran cinco o seis.

M. ¿El que estaba sobre Avenida Nazca, cerca de Avenida Rivadavia ?

Claro. Ahora después se convirtió en la Universidad de Flores. Era un colegio muy lindo, muy progre podríamos decir, en el que había o por el que pasaron algunos tipos brillantes. 

M. ¿Como quiénes?

Y, como Vitagliano, como Jarkowski. Y después otro tipo de personajes lindos como Javier Lombardo, el actor, era profe de teatro ahí. Era un colegio muy piola en su momento. Bueno, la rectora se fue a la Escuela del Sol y se llevó a la inteligencia, digamos… Pero en cuanto a la escritura, ¿qué fui antes?…no me gusta como la automitificación.  Ese: «Nací escritor». No, no nací nada. Pero la verdad es que siempre leí. Mi viejo escribía, mi vieja era mejor lectora todavía que mi viejo, o más lectora, no sé si mejor.

M. ¿Qué leían? ¿Qué había en tu casa?

La verdad…mirá, yo tenía una parte de la biblioteca que quedó de mis viejos y perdí toda mi biblioteca, incluído eso, en un incendio en el 2001. Así que ahora tengo una biblioteca mejor, más linda, pero la rehice. Así que no me acuerdo tanto.

M. ¿Qué sentiste cuando se incendió la biblioteca?

Me agarró en un momento buenísimo. Tuve un suegro durante un tiempo, un tipo divino que me volvió a despertar a la política, a darme cuenta que no tenía ninguna gracia ir y votar una feta de salame, y él me acompañó. Por suerte era un depósito en el que estaban cosas mías, me agarró entre mudanzas. Fui al depósito con este suegro que tenía, con Baltazar, agarré dos libros, los salvé, con el lomo quemadito y…

M. ¿Te acordás cuáles eran?

Uno de Viñas, «Los dueños de la tierra», y el otro no me acuerdo, pero lo tengo por ahí. Me parece que uno de Peter Handke. Pero Balta me miró, yo lo miré y me dijo: «Vámonos de acá». Aunque pudiera salvar muchos más libros, no estaba bueno estar ahí. Pero ese fue el comienzo de algo que yo no creí que tenía. De mi etapa práctica, o en un sentido práctica y de saber ver la mitad llena.

M. ¿Sos otro cultor como yo…? ¿De la mitad del vaso lleno?

20161110_001318_resizedNo soy un optimista tonto. De hecho, diría que no soy optimista, pero tengo mucha facilidad para no apenarme por lo que no tengo y sacarle el jugo a lo que sí tengo. Eso nació ahí, yo no era así. Tal vez estaba empezando a ser así y eso tuvo que ver también con cierta reconversión laboral que hice. Fue el comienzo de la etapa en la que empecé a ver claramente cómo tenía que buscar trabajo. También siempre hay amigos que ayudan, ¿no? Una amiga periodista, tal vez un poco más conservadora en su trabajo, qué sé yo, pero un día me enseñó a hacer un sumario. Y tipos muy talentosos, con plumas excepcionales, no saben hacer sumarios y tienen diez años más que yo. Vienen y te preguntan: «¿Qué es un sumario, che? Me pidieron un sumario en tal medio. Entonces te dicen: ¿Qué…? ¿Cómo se hace?». Y vos pensás: «Pero este tipo hizo doscientas notas de tapa». Sí, pero nunca las pensó. Se las propusieron o tuvo una idea y le dijeron sí, pero…

M. ¿O en realidad escribió y otro se la armó?.

Bueno, no… con esas plumas no pasa eso. De eso que te estoy hablando, no. En todo caso hay un editor que puede ayudar de otra manera. O que piensa cosas para vos, ¿no? Pero a lo que iba es a antes de eso, digamos, a que tuve suerte. Yo escribía desde chiquito, algunas cositas, una maestra en séptimo grado (siempre aparece alguien), le dijo a mi vieja: «Esto vale la pena que le prestes atención». Y en primer año… Lo conté muchas veces pero vale la pena contarlo de nuevo porque le debo muchas cosas a Miguel (N. de M.: Miguel Vitagliano). Miguel era el bibliotecario de mi colegio. Y daba taller literario también.

M. Eso es un bibliotecario de lujo.

Sí, era mucho más que un bibliotecario, ¿no? Porque Miguel ya era un bocho a los veintiuno. Me acuerdo que yo no tenía un mango. Fui a pedir el libro de historia a la biblioteca. Miguel, que era muy piola, se dio cuenta que yo no le iba a devolver nunca el libro. Entonces creo que me preguntó por cuánto tiempo y le dije: «No sé, una semana», y me miró, se sonrió… se río. Yo ya había ido a pedir alguna novela o algo prestado y habíamos hablado, se ve. No me acuerdo porque pasó mucho tiempo, pero se ve que habíamos hablado un poco de literatura ya alguna vez. Entonces Miguel se hizo el tonto y me dijo: «Bueno, bueno, sí, sí, está bien. Por una semana. Por una semana o por quince días». Hizo como que me creía y agregó: «Hagamos lo siguiente. Vos vení al taller literario dos veces. Nada más que dos veces». Además me dijo: «Yo sé que vos escribís, que has escrito alguna cosa. Vení dos veces, yo no te hincho más que eso».

M. ¿Tenías catorce años?

Trece, trece años. Trece.

M. ¿Cómo se impartían los talleres en esa época? O cómo funcionaba el de él o cómo trabajaba.

Bueno, ya ha pasado mucho tiempo. Cuando empecé supongo que tomaba muchas cosas de él, de ciertas reglas esenciales, pero la verdad es que los talleres no tienen mucho misterio. Es decir, lo que diferencia un taller bueno de uno malo es básicamente quien  está al frente y cómo le imprime a los demás el espíritu autocrítico y el espíritu crítico, las dos cosas.

M. ¿Hay que corregir?

11530-mlu20045924154_022014-c-2Sin dudas. Soy fundamentalista de eso pero soy cada vez más fundamentalista de la primera versión. No de la espontaneidad. Yo creo que la escritura es un cincuenta y uno por ciento de espontaneidad pero una espontaneidad controlada, dirigida, pensada, no mecanizada, no tiene nada de eso. Todos los textos son diferentes. Pero como creo que la batalla esencial es en el campo del lenguaje, entonces no creo mucho en eso de que creo una situación pobre y después la engordo, creo personajes chatos y después los engordo desde la escritura. No, no, si ya nacen chatos, los puedo inflar un poquitito, pero gordos no los voy a volver. O sea, si yo digo «La amaba como se pinta una pared», vos podés interpretar que la amaba poco o mucho pero, para decir lo que yo dije, lo tenés que decir con mis palabras. El triunfo de la literatura es ese. El lenguaje convierte, como dijeron los rusos hace cien años, eso que es común en otra cosa. No es contar lo raro, es volver extraño lo conocido. Por supuesto, a veces contamos lo extraño, pero en general no se trata de eso. Por supuesto, cuando ellos dijeron eso, pensaban en la literatura realista esencialmente. Pero, digo, no se trata de eso. Y así es como también defiendo a muerte la primera lectura. El Ulises está escrito para la primera lectura. Las otras lecturas suman, son alucinantes pero ¿cómo vas a leer el Ulises interrumpiéndolo unas tres mil veces para ir a las noventa páginas de notas de Valverde? Lo que leíste no es el Ulises, es otra cosa, algo ligeramente aproximado, porque para leer el Ulises…

M.¿A qué edad lo leíste?

Lo leí dos veces, pero la primera cuando se suponía que tenía que leer los libros importantes y me di un atracón. Y algunos no los he vuelto a leer. Algunos sí, pero… debe haber sido a los diecinueve, por ahí. Diecinueve, veinte. Probablemente cuando dejé la facultad, el poquito tiempo que hice, que sentí enseguida que tenía que cubrir ese hueco

M. ¿Creés que hay un canon?

¿De lecturas?

M. Sí, claro.

Lo que creo es que no hay muchos genios ocultos. Por lo tanto, después viene y aparece tal y desmiente esto pero me parece que, tarde o temprano, cierta justicia se hace con los libros, ¿no? Todas las lecturas son individuales pero a Tolstoi lo reconocés en la primera página. Entonces no me parece, no creo, que haya un Tolstoi oculto. Y si hay, hay uno. Por lo tanto, en conclusión, más o menos, no sé si todos tenemos que leer ciertos libros. Pero me parece que hay una cantidad de libros que tienen todas las condiciones para ser insoslayables, ¿no? Yo no creo en eso que decía Borges que hay que leer por placer. Además Borges mentía todo el tiempo, exageraba, ¿no?

M. No, a mí me pasa algo curioso. Me pasa que yo ya no creo más en que hay que leer lo que dicen que hay que leer. O sea, yo puedo leer algo porque es insoslayable pero puede no gustarme.

Ah, bueno, pero eso es otra cosa. Eso es otra historia. Pero igual yo no creo que haya que leer, lo que creo es que cada uno tiene que decidir cómo quiere vivir y yo no puedo vivir sabiendo que existe un libro como «Petersburgo» (Nota de M: novela de Andréi Biely) que no lo leí. Después, si termina mi vida y no lo pude leer -que todavía no lo leí- veremos. Lo tengo ahí, lindo, lo miro seguido, uno de estos días lo agarraré. Veremos. Tengo muchas razones, muchas referencias, muchos lectores muy confiables para sentir que es un libro que tengo que leer mañana. Pero después tengo la capacidad para decir que no me gusta, por supuesto, o el criterio y hago mis elecciones, como todos. Pero, bueno, tampoco…la lectura original… Viste que el argentino es muy así… ¿viste? Hay cosas que dividen en dos. Una de las que divide en dos para mí tiene que ver en Argentina con la comida, a mí que me gusta mucho cocinar, lo veo. Está el que vos le pasás un dato…

M. ¿Sos buen cocinero?

Bueno, cocino bien… más o menos bien. Sí, cocino bien, pero…

M. No seas pudoroso, podés decir qué dicen los demás. ¡A que dicen que sí!.

Sí, sí, que cocino bien, además me encanta, pero… Pero, bueno, viste que está el que te pasa el dato o vos le pasás un dato a alguien y está el que te dice: «Uy, dale, pará, pará. Dejame que anoto». Y está el que dice: «Ah, sí, sí, sí. Sí, sí, creo que lo conozco», y te das cuenta que no lo conoce. El que odia que le pasen la posta, el campeón de la sobremesa. Entonces, bueno, con la literatura pasa eso también, ¿no? Entonces, cada uno se tiene que centrar en cómo quiere vivir y con sus angustias y con sus necesidades.

M. A propósito del germen de la revista El ansia, decías que uno de tus desafíos era correrte del centro, de ese lugar que ocupas en el ambiente literario, y sumergirte en los otros. Nos proponemos exactamente eso, averiguar en materia literaria qué cosas te interesan, cuáles rechazás y si tenés obsesiones, cuáles son.

¿Vos decís con la revista? ¿Alguna obsesión con la revista? ¿Alguna obsesión con la vida?

M. No, no, no. Con la literatura en general, en todo lo que es tu quehacer.

¿Obsesiones que no haya podido dejar? Montones, sí. Está de moda hoy hablar del TOC, ¿no? Pero yo tengo un montón, reconocibles. No tengo ningún problema. Tengo un gran amigo que viene a casa y me mueve un cachitito un libro y sabe que me voy a dar cuenta y que me va a molestar. No me molesta prestarle un libro. Pero me molesta que haga eso.

M. ¿Cuáles te interfieren en la escritura? Que hayas tratado de trabajarlo en algún momento de tu vida y no hayas podido.

No, no, nunca hice terapia, así que no. Pero, qué sé yo. Yo no puedo hacer cosas muy a medias. A mí me angustia haber sido un gran jugador de ajedrez de chico, y ahora casi que no juego al ajedrez porque para mí es muy frustrante. Y como eso, otras cosas también.

M. ¿Qué es frustrante?

No ganar casi siempre. No ser mucho mejor que la mayoría, como era.

M. ¿Sos competitivo?

Supongo que la conclusión sería esa. Sí, el otro día pensaba en eso. Yo hubiese dicho que no tanto, pero la conclusión sería esa, me molesta tanto perder. Pero en el caso del ajedrez es otra cosa, me apasiona, pero, bueno, lo puedo tomar con otras cosas también. Entonces, pensando en eso, hay muchas cosas que me quitan tiempo. Muchas cosas que me quitan tiempo porque no las puedo hacer a medias. Entonces…

M. ¿Preferís dejarlas?

Sí. No sé si prefiero, pero las dejo. Después las retomo también. Pero, bueno, una lucha mía cotidiana es no pensar: «Bueno, a ver, tengo cuarenta y seis años. Para estar bien a los sesenta y seis tengo que hacer deporte cuatro veces por semana. Entonces, gimnasio, natación y tenis, las tres cosas a la vez». Es muy difícil para mí vencer eso. Estoy haciendo lo que puedo. Ahora volví al gimnasio pero…digo…un montón de cosas intervienen en lo cotidiano y te joden con la escritura y con la literatura, pero también la literatura es mi vida. Todo el día estoy leyendo, escribiendo, tomando notas y demás, así que también con mucha facilidad encuentro tiempo, encuentro los huecos. La mayor parte de mi tiempo tiene que ver con eso pero, bueno, uno quiere más, ¿no? Yo también quise ser Rimbaud, como la mayoría de los escritores.

M. Solés decir que hacer una lectura biograficista de un texto, para vos, denota cierta pereza del lector. Considerás que no se entabla un diálogo con lo que lee ni se trata de buscar las propias respuestas. Yo me dediqué a leer, pero podría construir, a partir de tu escritura, un José María melancólico, sentimiento del que no reniega porque es parte del mismo, a quien le costó encontrar el equilibrio en un mundo finito, con ciertas reglas que hay que aceptar para no colapsar, sensible a la crítica porque es un tipo sensible, aunque algunos piensen que no, que a esta altura aprendió que hay ciertas promesas que pueden no cumplirse, pero que supo perdonar todo como una manera de ser perdonado. Pero me pregunto ¿cuál es la necesidad de que yo dialogue con el texto para llegar a José María? ¿No son cosas diferentes? Esa es la pregunta.

Sí. Ese concepto no es mío igual, ¿eh?

M. Por eso. Decís que no hay que hacerle las cosas fáciles al lector pero, ¿cuál es el motivo? Tiene que haber un motivo para que digas que hay que molestar al lector?

Ah, es fundamental molestar al lector.

M. ¿Por qué?, y por cierto, no me dijiste si acerté, ¿eh?

Bueno, es que algunas cosas las tendría que pensar un rato y algunas sería como autopiropearme, aunque no parezcan en primera instancia netamente piropos. La melancolía yo la adoro. No sé si soy melancólico, todavía no, pero ya me llegará. Tengo cuarenta y seis, ya me llegará, todavía no me considero muy melancólico. Sobre todo en estos años, tal vez lo era más hace veinte.

M. ¿Tenés hermanos?

Tengo tres hermanos, todos varones, que son para hablarte una hora y media de todo eso. Pero yo creo que el que habla de la vida, muchas veces es porque no puede hablar de literatura.

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M. ¿Está reñida una cosa con otra?

Yo hago una revista que está basada en la vida de los escritores. Me doy ahí el lujo que no me doy cuando leo, pero los considero dos campos separados que pueden dialogar de forma interesante. La revista justamente en su concepción, tiene que ver con eso, es la literatura como parte de la vida, no la vida como parte de la literatura. Es decir, no leemos la vida de estos autores dentro de su literatura, sino su literatura dentro de su vida. Por lo menos esa es la perspectiva de la revista. Pero, aunque no fuera esa la perspectiva, en todo caso podría ser un hobby que yo podría tener. Me gusta leer sobre las vidas de escritores. No leo muchas biografías igual, pero me gusta…

M. Eso te iba a preguntar. ¿Te gustan las biografías?

Me gusta, sí, me gusta todo. Siempre me acuerdo de Chitarroni, hace unos años, una vez me dijo: «Me está costando leer ficción». Es decir, un tipo que es el que más sabe, un tipo que conoce todos los resortes… eso no quiere decir que él los pueda aplicar cuando escribe, pero que conoce todos los resortes… o que no le cuesta escribir, necesitaba leer cosas que eran verdaderas, ¿no? Bueno, eso tomando también de un modo muy positivista una biografía, como algo verdadero, qué sé yo. Pero me parece que es lindo ese coqueteo entre ambos campos. Creo que toda escritura es autobiográfica y toda escritura no debe ser leída desde la autobiografía. Si el porcentaje es uno o noventa y nueve no tiene mucha importancia eso, no deja de ser una operación. Es una operación un poco también ingenua desde el lector no darse cuenta que el escritor especula, elige, manipula.

Sobre todo conscientemente, pero también hasta de manera inconsciente. Sin duda. A mí me encanta Emmanuel Carrère pero no soy tonto. Me encanta Sebald (Nota de M. escritor alemán que había emigrado a Inglaterra, fallecido en un accidente automovilístico), pero es sospechoso, para la vida sedentaria que llevó, la cantidad de gente rarísima que decía conocer. A mí lo que me interesa es ese efecto de lectura y ese efecto desde la escritura pero no me interesa pensar su vida desde ahí. Pero, claro, Sebald era pícaro, no contradecía su biografía con esas primeras personas que parecen testigos, ¿no? Y no… Entonces, bueno, hay un juego ahí interesante que se puede explotar desde ahí. Pero no tiene sentido para mí hacer ese emparentamiento desde la lectura porque siempre hay operaciones conscientes…

M. O inconscientes.

Y también hay algunas inconscientes, sin duda. Pero creo que son dos campos diferentes, ¿no? Y creo que sí, muchas veces yo le pido a la gente que hablen de los textos y vienen y se leyeron la biografía y me hablan, pero no del texto…. Perdón, una cosa que no contesté pero que también sería como un capítulo para abrirlo largamente, es el tema de molestar al lector. Porque vos dijiste «¿Por qué molestar al lector?». Creo que hay muchas razones para molestarlo. Yo doy clases de escritura, tengo que contemplar muchos modos de la escritura. Me parece que es saludable que lo haga. Si hay un piropo que me puedo hacer, es que veintipico de años que doy talleres y la gente que trabaja conmigo, yo hoy los veo que van publicando libros, y son todos distintos. No es que me recuesto en su estilo, los invito a que hagan otras cosas también.

M. Me queda claro que renegás de la idea de estar influenciado por la escritura de un determinado autor, con humor señalás que de ser así, debería notarse en la obra de uno esa influencia y quizás a veces no sucede. Sin embargo me despierta curiosidad saber si consciente o inconscientemente hay alguna época de tu escritura en la que pueda reconocerse alguna influencia, de estilo o temática. ¿Vos reconocés algún autor que haya ejercido una influencia grande en tu escritura?

¿En mí? Sin duda, pero depende del momento. Siempre me acuerdo de lo que decía Briante, que las influencias tienen más que ver con lo que uno está haciendo en el momento, ya sea porque las busca o porque las evita. Están los que no leen nada cuando están escribiendo o cuando están en cierta etapa de un libro, o que no leen a ese autor porque es como un fantasma, o que conscientemente, cuando están en una etapa de pre elaboración de un libro, leen a ese autor pero a los tres meses, cuando empiezan a escribir, se pasan al extremo de ni acercarse a los libros de ese autor, para que les quede como la reverberancia, ¿no? Y no escuchar esa musiquita. Pero debe haber en mi escritura algunas influencias, aunque sería de mi parte medio pedante y muy inexacto que yo las estableciera, no porque yo las esconda. Sino que eso revelaría claramente todo lo que no logré. Para bien y para mal, las dos cosas al mismo tiempo.
Pero, bueno, quería cerrarte lo anterior, eso de molestar al lector. Mi límite cuando doy clases y demás, es justamente ese, el lector activo es un lector. Digamos, mi límite es la lectura, no es eso que hago porque laburé todo el día y contame una historia que estoy cansado. Eso para mí no es leer. En eso, y esto es más viejo que Roma, por lo menos tiene sesenta años, hay que ir hasta los estructuralistas; el lector siempre hace su parte.

M. Con Guillermo Martínez hablábamos de la relación del juego con la escritura, y él considera que tiene que haber una cierta paridad entre el escritor y el lector, quienes tienen que poder, de alguna manera, competir. ¿Creés en eso? ¿Creés que hay lecturas a las que algunos no pueden llegar? Estamos hablando de ejercicios.

Sí, yo creo que la lectura es un entrenamiento. Por lo tanto, sí pero momentáneamente. Es decir, «El sonido y la furia» no es para mí y no es para ese señor que está allí sentado. Pero un lector es alguien que lee. Es decir, alguien que se entrena. Hay que darle las posibilidades a los textos para que funcionen y, dentro de esas posibilidades, también está, por ejemplo, ir aumentando el nivel de complejidad con que uno lee, para saber hasta dónde se anima a leer sin red. El «Ulises» me encanta en ese sentido como ejemplo, porque no es un libro que soporta que no entendamos todo. Es un libro que está escrito para que no entendamos todo. La información esencial es como un goteo. «El sonido y la furia». Uno lee el primer capítulo y no entiende nada. Después se empieza a dar cuenta que entendía, que había entendido más que lo que creía. El argumento es algo que va goteando, que va cayendo de ese barullo que me cuentan en la superficie.

M. Cosa que no pasa por ahí con otros libros del mismo autor. Por ejemplo, «Mientras agonizo». Lo leés, y no se advierte tanta complejidad.

Sin duda. Igual creo que la mayor parte de los mejores libros de esos autores son los complejos. Estoy hablando de los que tienen mucha obra. Pienso sobre todo en Nabokov o en Faulkner. Mi favorito no es el más complicado de ningunos de los dos. En el caso de Nabokov es «Lolita», claramente. Aunque «Pálido fuego» es el libro tal vez que más envidio del mundo. Y, en el caso de Faulkner, indudablemente «Luz de agosto», un libro con el que tengo la sensación que la literatura es mucho más amable que el atletismo, digo siempre en ese sentido, o que la danza, porque veremos al final de mi vida si no lo logré. ¿Cómo decir?, «Luz de agosto» da la sensación de que se puede hacer, en cambio «¡Absalom, Absalom!», para mí no.
Bueno, pero volviendo a lo anterior, lo que creo es que, como decía Borges, el que más sabe, más disfruta, que los textos tienen capas.

M. Ahora fijate, terminaste diciendo «Yo creo, en definitiva, que por ahí se puede hacer». Entonces existe a veces la fantasía de llegar a alcanzar esa pluma.

Por supuesto que sí. Eso es lo que vuelve más insoportable… A mí no me gusta mucho el escritor que vende su oscuridad y su sufrimiento. En todo caso, es una mezcla de placer y es el laburo cotidiano que uno hace. Le sale bien, se siente un campeón y, cuando sale mal, muchas veces sentís que no.

M. ¿A partir de cuál de tus libros te consideraste escritor?, ¿o fue antes de estar editado?.20161110_233742-2_resized

No sé, no me gusta hablar en esos términos. Uno está más contento con el último, siempre, y cuando pasa un tiempo, creo que saludablemente no hay que leerlos más, ¿no? Pero, bueno… uno les vuelve a ver todos los hilos. Uno hizo ahí un esfuerzo para creerse eso que inventó, para olvidar que es artificial, que hay un montón de manipulaciones, de elaboración, de artimañas y espera que el lector se las olvide. Es decir, que el lector olvide que está leyendo letritas sobre papel pero, bueno, uno las recuerda. Aunque no es muy saludable, una vez que está el libro impreso, andar releyéndose. Además hay cierta vanidad, muchas veces.

M. Me interesa que me expliques cuál es la diferencia entre reseña y crítica literaria, me inspiraste a escribir sobre el tema, y me hiciste recordar un monólogo muy bueno, que es de la película Ratatouille, en él Mr. Ego, el crítico de cocina dice: “En muchos sentidos, la labor de un crítico es sencilla. Arriesgamos muy poco y sin embargo disfrutamos de una posición privilegiada sobre aquellos que ofrecen su trabajo y su persona a nuestro juicio. Prosperamos gracias a la crítica negativa, la cual es fácil de escribir y leer”. ¿Qué opinás al respecto?. ¿Alguna vez en tu labor de crítico, tuviste que reconocer que habías sido injusto? ¿Alguna vez consideraste que fueron injustos con alguna crítica?. Lo podés recordar para nosotros.

Sí, sí, como también alguna vez lo fueron conmigo. Hay, de hecho, algún escritor muy valorado que leyó muy mal mi primer libro en algunos sentidos. Los otros no los objeto. Un libro a vos te puede parecer una porquería, pero él había leído mal. Y con un primer libro hay que tener cuidado, ¿no? Porque si el otro no está muy bien parado, por ahí no escribe más. Y a mí me han tocado, desde mi lugar de profe de escritura y de coordinador de talleres y trato de cuidar eso. Yo soy muy crítico, todo el tiempo. Todo el mundo te va a decir que yo soy duro y también te van a decir que soy amable. Creo que las dos cosas no se pelean. Pero yo trabajo en tu proceso de escritura, no es un té canasta. Me pagás para eso y trato de ver hasta dónde te puedo llevar. Entonces hay que tener cuidado porque uno puede agarrar a alguien que está muy verde y es muy fácil hacer que no escriba más. Entonces, ese cinismo, que es divertidísimo entre amigos, que es divertidísimo de escribir, hay que cuidarlo con escritores muy jóvenes, sobre todo argentinos, no porque no me anime con los de afuera sino porque los de afuera no se van a enterar, o básicamente no, ya que después uno ve que en el blog de Javier Marías está la crítica que yo escribí en La Nación sobre un libro de él. Por supuesto esos cruces se dan, pero me refiero sobre todo en otro idioma, ¿no? Así que yo he sido injusto alguna vez. En todo caso, no es que he sido injusto, porque esos dos, tres libros en los que puedo pensar y que puedo recordar someramente, creo que eran una porquería. Pero creo que si uno lo agarra mal parado al otro, lo puede hacer pelota y el otro puede no escribir más y eso no es justo. Pero igual hay algo que no pasa acá en la Argentina, en realidad. Casi no hay crítica negativa.

M. ¿Todos son amigos de todos?

Sí, yo cuento siempre lo mismo. Hace unos años, cuando uno iba a los diarios… Yo siempre laburé freelance, los libros de literatura argentina sobraban porque nadie quería hablar mal. Hoy no hay problema… ¿Por qué no hay? Porque todos se apuran a hablar bien. Cuando digo «todos», por supuesto estoy generalizando, pero es cuestión de agarrar los suplementos… Dicho esto, soy un privilegiado, algo me habré ganado pero nunca he tenido editores que me pidieran que escribiera, que me objetaran nada. La única vez que me pasó algo es que en algún medio alguien salió a decir «Che, ¿a quién le gusta este tipo?», que era una manera de decir «Queremos hablar bien». En realidad pasó un par de veces. Una vez era alguien que a mí no me interesaba, otra vez era alguien que me interesaba, dije «¿Leo y te cuento?» «Sí». Era un librazo, así que no tuve muchos problemas. Sino, supongo que no la hubiese escrito. Creo que esa era la idea.

M. A propósito de Placebo, vos sostuviste que todos en cierta forma pueden ser Becerra, que representa en definitiva lo que uno no quiere ser, y me quedé con un concepto que fue el que más me llamó la atención, porque vos decías que uno no debería dejar de ser joven o tener esas ideas que tenía cuando era joven. Entonces, yo me preguntaba…

Creo que lo dije cuando era joven…

M. Pero lo que uno se pregunta es ¿La juventud vos creés que tiene que ser eterna o creés que es la única época de la vida en donde uno puede tener ideas que terminen fructificando o las ideas de la madurez también pueden conseguirlo, de alguna manera…?

No, casi, casi, que estoy para pensar lo contrario. Probablemente era joven. Hay que ver cuándo lo dije. Me suena… por ahí lo dije más de una vez, pero no lo dije en los últimos diez años, sospecho. Aunque los jóvenes son eternos en la Argentina. La otra vez en un programa de Osvaldo Quiroga había un escritor que a mí me lleva diez años. O sea, en ese momento tendría cincuenta y tres y que aceptó mansamente que le dijeran que era uno de los mejores jóvenes. Dejate de joder… se lo verá impecable pero no es joven. Por supuesto, los cincuenta de hoy son los cuarenta de antes, bla, bla, bla, todo lo que quieras, pero ya no sos joven.

M. Creo no equivocarme si digo que admirás a Marcelo Cohen.

Sí, muchísimo.

M. Lo que leí era que decías que él estaba volcándose a una literatura que tiene que ver más con lo político, en la actualidad.

Sí. En realidad a mí me parece que su literatura siempre fue en parte política, pero lo que pasa es que eso lo debo haber dicho en el momento en que publicó «Casa de Otro» que es el libro más explícitamente político de él. Pero siempre me parece que su obra ha tenido una dimensión política. Siempre, siempre, hay que mirar con desconfianza los géneros que tienen media pata o una entera fuera de la realidad, porque la ciencia ficción lo enseña mejor que ningún género. Es decir, es ir allá para hablar de ésto desde una perspectiva distinta. Entonces, siempre me parece que hay una lectura de lo social -y lo social es lo político- muy aguda de Cohen, volviéndolo absurdo, extremándolo, poniéndolo en solfa, pero desmenuzándolo. Pero siempre me pareció un escritor político. Lo que pasa es que él mismo decía que ese era un libro que escribió al calor de la nueva efervescencia política que se desató en los últimos, digamos doce, trece años.

M. Doce, trece años. Ahora, vos decís que en definitiva es como arriesgado, pero como me queda claro que lo social te interesa y creo que eso está bueno, vuelvo a preguntarte ¿ la literatura tiene que cumplir un rol social, para el lector común, que quizás busca en la literatura, descubrir mundos o encontrar disfrute, nada más?

Pero es que yo creo que lo cumple, que la buena literatura lo cumple siempre ese rol social. Lo que digo es que los buenos libros son profundos siempre, aunque sean libros sobre dos viejas tomando el té y jugando a la canasta. No sé si se puede jugar a la canasta de a dos, creo que no…

M. Sí, se puede.

Ah, ¿sí? Bueno, digo, yo sabía jugar de chico, mi vieja me enseñó, pero lo perdí. Bueno, muchas veces en los cursos de escritura les pido que me hablen del argumento y me hablan del tema, ¿no? Quieren ser profundos y les respondo «No… no se molesten porque si tus personajes son verdaderos, vas a ser profundo, porque los problemas de la gente son profundos, las preocupaciones, las ambiciones, los padecimientos». Dos personas tomando un té pueden ser solo dos personas tomando un té, pero si esas personas son de carne y hueso, son mucho más que dos personas tomando un té. Entonces, eso es tan relativo, ¿no? Quiero decir, el triunfo de la literatura es que esas personas no sean solo dos personas tomando un té, que te hagan pensar en el contexto, en el entorno, que uno pueda ver lo que lograron y lo que no lograron, lo que pueden desear y lo que no pueden desear, ¿no? Lo que el mundo les ha negado cruelmente. Todo lo que tiene que ver básicamente con la buena y con la mala literatura.

M. Volviendo un poco… Mirá, engancho ahí: buena y mala literatura. Si hay buena y mala literatura, cuando decís que por ahí fuiste injusto, que sentiste que podés haberlo sido, pero que en definitiva los libros no eran buenos, no considerás que fuiste honesto. ¿Vos creés que todos pueden escribir? ¿Te ha pasado alguna vez en el taller decir «Lo honesto es decirle que, por más que tenga ganas, que tenga la intención, mejor que no lo intente.»? ¿Creés que hay que tener algún talento, además de realizar ese esfuerzo o laburo?

20161110_001231_resized_1Bueno, son como varias preguntas en una. El talento, sin duda. Ahora, así como los tests de inteligencia son ridículos porque hay muchos tipos de inteligencia, esto está ya discutidísimo, por no decir probadísimo; medir el talento, además de que hay muchos tipos de talentos, me parece que también es bastante absurdo. En todo caso, a veces es evidente que alguien es muy talentoso. A veces tiene el problema de ser muy talentoso. Yo siempre cuento que he conocido, desde mi perspectiva, un genio. Y lamentablemente es alguien muy bueno en muchas cosas. Tiene mucha facilidad para todo. A los dieciocho ya había hecho bastante bien unas cuantas cosas y tiene ese problema, que no se decide o que lo decidió lo que le dio plata. Entonces las otras cosas han quedado un poco relegadas y tiene tal nivel de autoexigencia, que hay un cruce de fuerzas.
Mi trabajo es fácil, en un sentido yo hago siempre lo mismo. Si vos venís y me decís a mí «José,  yo en realidad no pienso en publicar nunca y bla, bla, blá», ni termino de escuchar tu comentario. Me entra por una oreja y me sale por la otra, porque yo acepto trabajar con vos, y si vos me pagás, es para que yo trabaje en tu proceso de escritura y te ayude a que escribas cada vez mejor. Ahora, ¿cuál es tu techo?, además de que yo me puedo equivocar, lo cierto es que cuál es tu techo o cuál es tu ambición, es un problema tuyo.

Ahora, si vos venís y me decís: «Yo solo quiero escribir», no te vas a bancar las críticas que yo te voy a hacer, ni lo que yo voy a generar que te digan. Dicho esto, aclaro, mis grupos suelen ser muy críticos y se suelen hacer amigos, se llevan bien, se quieren. Una cosa no se pelea con la otra. De hecho, yo creo que soy -y lo digo siempre también- mucho más respetuoso de vos si te digo un montón de cosas sobre tu texto, en vez de decirte: «Qué hermoso». «Qué bien». «Ay, qué lindo. Me hace recordar a mi tía Bety». La verdad que no, eso es una falta de respeto. Entonces, la verdad es creo que toda escritura puede mejorar. Hay casos en los que te das cuenta claramente que hay un talento rebosante, o desbordante mejor dicho, para ser preciso, pero como ya tengo unos años, he visto muchos ejemplos de gente que era muy talentosa y que sin embargo sus libros nunca llegan, o llegan y son libros que están bien, pero que no destacan. Claramente parecía que era alguien que pintaba para mucho más que eso y tal vez lo logre, pero por ahora no lo logró. Hay como varios componentes. El talento existe, pero no te asegura nada. Hay que laburar, yo creo mucho en ese trabajo. Y creo que todas las escrituras crecen. Ahora, cada vez más, pregunto en voz alta si lo que el otro quiere es escribir o ser escritor.

M. ¿Cuál es la diferencia?

Y, si se quiere mostrar como escritor, porque en la mesa, como decía Cohen, no se sabe por qué, queda lindo decirlo o tiene buena prensa, ya que parece como misterioso o interesante. O si de verdad quiere tomarse el trabajo de escribir, de luchar con sus fantasmas, de luchar con esa musiquita que uno escucha y que la mayoría de las veces no puede terminar de tocar, ¿no? Que uno escucha en su cabeza. El tema es ese.

M. Algo ya dijiste. Hubo gente generosa. Me queda claro que Vitagliano fue uno, ¿te encontraste con más gente generosa?

Sí, un montón. Un montón. Yo me gané el premio del Fondo de las Artes, por ejemplo, a los veintitrés años.

M. Re jovencito.

Algún mérito habré tenido pero tuve suerte también al cruzarme con jurados que tenían ganas de ver ciertas cosas o de buscar, o apostar a un autor, aunque les vieran las imperfecciones, porque oficio probablemente no tuviera tanto. Aunque hacía muchos años que ya escribía pero como me dijo alguna vez Liliana Heker: «Nosotros leemos». Por eso estuvo bueno, porque el primer cuento, que era un cuento muy cortito, era yo… Dos días después de haberlo mandado pensaba que era una porquería y ellos pensaban lo mismo pero siguieron leyendo y después se entusiasmaron con el resto del libro. Pero por ejemplo, me gané ese premio y aunque no fueron tantas cosas, la manera en que vos veías que Liliana Heker, que Sylvia Iparraguirre, que Vicente Battista, se entusiasmaban con ese libro que habían premiado, las ganas que tenían de que a ese autor le fuera bien, de que fuera a ver a tal o cual editor, el llamado que te hacían porque se enteraron que ibas a publicar en tal lugar… Todo eso, era contagioso. Además de práctico, contagioso.
Hay montones de episodios como esos, el tipo que tiene tu edad y habla bien de vos, el tipo que, ya consagrado y con nombre propio habla de otros, sin problema. No sé, de los últimos años puedo decir Claudia Piñeiro ha hablado de mí bien unas cuantas veces y es alguien generosa, aunque no soy amigo, me la crucé unas pocas veces, pero es alguien que habla de los demás con nombre y apellido. Nada. Sí, me he encontrado con buena gente.

M. ¿Y amigos tenés en el ambiente?

Bueno, es que ya los años me los han dado. En una época me preciaba de no tener amigos escritores.

M. ¿De no tener?.

Es que lo que yo creo es que cuando hay cinco personas juntas que se dedican a lo mismo…

M. ¿ Hay mucho ego?

En general… yo he estado en varios mundos. En el de los diseñadores, he estado bastante, que es uno de los peores. He estado en el del teatro, por ejemplo, y cuando nos juntamos cinco tipos que hacemos lo mismo… así como por separado, por ahí, somos piolas, juntos muchas veces somos muy estúpidos. Otras veces no. Yo a veces hago comidas en mi casa, vienen a comer amigos escritores y la pasamos bien, y gente… Pero hay buenas influencias a veces allá adentro. Hay alguno que nos hace mejores a los demás, ¿no?

M. ¿Te reconocés parte de esa generación?


Bueno, sí, sí. No sé si poéticamente. Pero no porque yo sea distinto ni me las dé de nada, sino porque también tiene que ver en cómo uno piensa su escritura, cómo ha querido buscar algo distinto de libro y libro. El tiempo que ha transcurrido también entre libro y libro y demás. Por supuesto sí tengo… Soy del mismo año, año más, año menos, con Musli, con Bermani, con Damiani. Tipos que me parecen muy interesantes de distintas maneras, depende del momento. Pero bueno, sí. Soy parte de esa generación. De la generación siguiente a los Ferreira por ejemplo, qué sé yo. Aunque aparecimos juntos porque el primer libro de Ferreira es más o menos de la misma época del primer libro mío.

M. ¿De qué año es él?

Gustavo es del sesenta y tres, si no me equivoco.

M. Vos dijiste algo y pensaba en Daniel Pennac, que cuenta también cómo puede un profesor “ver” lo que hay en alguien y rescatarlo. Por ahí uno piensa que no va a poder conseguir llegar. Vos por ejemplo hablaste de lo que significó ese bibliotecario para vos ¿Creés, de alguna manera, que hay quienes pueden descubrir lo que ni uno ve? Liliana Heker siempre cuenta esa anécdota, que le mandó el poema a Abelardo Castillo y Abelardo Castillo le dijo «El poema es un desastre pero por la carta se nota que sos una escritora» ¿En qué podés notar que alguien es un escritor si el poema es un desastre?

Bueno…Abelardo es Abelardo.

M. Sí. Por eso le pregunto a José María ¿Te ha pasado?

Es que… sí. Y cuando pasa el tiempo, modestamente, desde el lugar chiquito que uno ocupa sentís que hay alguna obligación de tratar de que ese tipo o esa mujer continúen con la escritura, digamos. Si a alguien a veces que tiene oficio, un comentario negativo lo puede llevar al ostracismo durante tres años, alguien que está ajeno a la literatura, por sus propias inseguridades, aun cuando reciba piropos todos los días, lo pueden llevar a no escribir más, como ya dije. De hecho, hay algo que a mí me parece muy significativo. Últimamente lo conté seguido. El poquito poder… ninguno, digamos. La mínima influencia que uno puede tener en este… después de unos años, de unos cuantos libros y escribir en un montón de lados, en cuanto a acercar libros a editoriales y que esas editoriales a uno por lo menos lo escuchen o los lean con algún interés particular, porque… Porque pueden decir «Bueno, si me lo acerca Pérez, López o Brindisi es porque algo debe tener», ¿no? Las editoriales agradecen eso. También uno lo hace con cuentagotas porque sabe que no puede estar rompiendo los quinotos todo el tiempo y porque… Entonces, de los diez o doce casos que en los últimos años yo dije, porque no lo podés hacer todo el tiempo «Che, armá el libro y dámelo y yo a un par de lugares lo mando», de los diez o doce casos me llegaron uno o dos libros.20161110_233555-2_resized

Para graficar lo que te estoy diciendo. O sea, el miedo escénico, como dirían en el fútbol, es tremendo. No terminan nunca ese libro, no te lo mandan. En un par de casos se ha terminado nuestra amistad. Hay gente que ha preferido no cruzarme más para no… para no tener que enfrentarse a eso que no se animaron a hacer, por lo menos por ahora. Misterios del mundo. Pero, bueno, volviendo a lo de Heker y a dónde uno descubre, yo creo que puede haber ciertos lugares, distintos lugares, pero básicamente puedo imaginar esa situación. A veces hay una pasión por la escritura que vos te das cuenta que ese tipo no va a dormir hasta que algo valga la pena, ¿no? Hasta que algo merezca ser leído. Pero después, lo que te decía antes, o sea, el poema debe haber sido pésimo, pero debe haber habido dos o tres operaciones con el lenguaje, incluso en la carta eventualmente, o tal vez, sobre todo en la carta, pero sospecho que también en el poema, que le dijeron a Abelardo que ahí había una escritora, una flor de escritora. Y me parece que la cosa está ahí. Uno descubre el modo en que el otro se apropia del lenguaje, o se apropia de las cosas a través del lenguaje y eso es inequívoco. Uno se da cuenta en una frase que hay un escritor.

M. ¿Vos creés que cuando el escritor llega a ser reconocido, se puede permitir ser antipático o desagradable o mostrar cierta superioridad?

Bueno, yo no llegué a ese techo, pero puedo pensar que alguien de veinticinco años construye más conscientemente su imagen de autor y alguien que ya tiene sus años lucha como puede con sus malhumores, con sus frustraciones. Todo es pérdida de tiempo también, en alguna medida, pero no soy fundamentalista, elijo mis manera de perder el tiempo.

M. ¿Hay lugar y espacio para todos?

¿ En la literatura?. Ni hablar, si en esta manzana hay como cinco poetas.

M. Qué pasa cuando vez que Vicky Xipolitakis saca un libro, ¿qué te dan ganas de hacer?

Nada, me divierte.

M. ¿Te divierte? A mí me hizo pensar en cuánto salía el libro y cuánto había pagado una edición de Cuentos macabros, de Edgar Allan Poe, que es maravillosa, con ilustraciones de Benjamín Lacombe, que me costó menos que el precio con que salió a la venta su libro. Es como un despropósito, me parece.

Bueno… pero si hay mercado, está bien… lo contrario sería algo así como después de ir a comer a lo de Mallman, salir a quemar las hamburgueserías.

M. Contame de «El ansia», ¿cómo nace?

Es como una historia larga. Un poquito la cuento en la editorial del número uno, lo digo como disculpándome por la repetición, pero…

M. No, por qué disculparte, es para la gente que no leyó «El ansia».

Derivó de otros proyectos, digamos. De hecho, de una editorial que tal vez vuelva, que se iba a llamar «El ansia» y que ya tenía sus primeros dos libros casi listos. Es largo de contar qué es lo que pasó, lo que yo creo es que los proyectos tienen que nacer bien, de lo contrario, después van a tener muchos problemas y si no nacen fluído, hay que bajarse. En un momento ya no fue fluído y bueno…decidí no hacerlo. Pero fue derivando y hubo distintas revistas e ideas ahí que confluyeron, pero más que del contenido, hubo una idea que a mí me clarificó, que fue cómo trabajaba The París Review, con su estructura, con la cantidad de editores que tenía, es decir, a mí la estructura de esa revista me hizo darme cuenta o terminar de darme cuenta que solo no podía abarcar un proyecto como ese. Lo que tenía que hacer era compartirlo y que, además, era más divertido, eso es lo que terminó de darle forma a la revista. Entonces, diría que esa fue como la influencia más poderosa, darme cuenta que la horizontalidad podía ser peligrosa, la total horizontalidad. Hay cosas que yo no quería discutir, pero todo el resto, sí, y entonces, bueno, invitar a un grupo de gente a formar parte del proyecto, le fue dando forma. Salí a armar un equipo, aposté a que el proyecto les fuera interesante y tuvieran ganas de estar y no contratarlos ni mucho menos. Básicamente, no lo puedo decir de otra manera, es un acto de amor por la literatura. Y por la literatura argentina.
La revista tiene tres secciones, textos sobre ellos, textos de ellos, algunos escritos para la revista y textos elegidos por ellos. Los textos elegidos por ellos, en el número uno, podían ser de afuera también. En el número dos dije «La logística es complicada y además es más plata, hay que pagar derechos, que sé yo, esto y lo otro», entonces dos problemas me trajeron una solución y dije «No, ¿pero por qué no nos centramos en la literatura argentina?»

M. ¿Cómo se trabaja?

Vos ves tres autores, pero no son esos tres autores solamente, es más, los molestamos durante un año. Es así…ellos tienen derecho a decir que no por supuesto. El sí tiene que ser con la aquiescencia de ellos y con la colaboración. Es decir, nosotros no le pedimos permiso para nada. No es que los consultamos sobre lo que vamos a poner, pero la revista la tenemos que hacer con ellos. La idea es tratar de conocerlos y para tratar de conocerlos hay que verlos. Entonces nos juntamos con ellos, vamos a comer con ellos. Por supuesto el número uno fue un poco más experimental en ese sentido
Y todavía estaban un poco más tímidos, sentían por ahí los editores en algunos casos, que tenían poca experiencia periodísticas, que casi tenían que cruzar los dedos, que si el autor le decía que sí, tenía que decírsele a todo que sí, pero bueno, eso lo modificamos, para que no afectara nuestro trabajo.20161111_001211-2_resized

En el número uno por ejemplo tuvimos a Laiseca, que tenía ya sus años y estaba con temas de salud, aunque no quiero ser excesivamente generoso y achacarle solo a eso la escasa predisposición –incluído el hecho de no haber venido a la presentación- pero la verdad es que si bien estuvo buenísimo lo que hicimos con él, tuvieron mucho que ver un montón de gente a su alrededor que fue muy generosa, como Selva Almada, como Alejandra Zina, entre otros tantos que escribieron textos para la revista o que nos dieron textos que habían escrito previamente. La verdad es que fue buenísima esa red y… Y nos sirvió un montón

M. ¿Por qué crees que hay autores nuestros -esto de leer a los de afuera y lo de los nuestros- que son como más invisibles para el común de la gente? A mí me pasó en lo personal, ¿viste que uno dice «soy un buen lector», y a veces descubrís un autor del que nunca habías escuchado antes?¿Por qué hay autores que son como invisibles para el común de la gente?

Si yo supiera eso sabría, conocería el misterio del funcionamiento de un libro y de cómo hay que distribuir.

M. Pero ahora tenés la experiencia como editor, es un laburo que te gusta y para el que sentís que estas re-aceitado ¿ Qué es lo que falla?

Pero, ¿por qué considerar que falla? ¿Por qué todos los libros tienen que vender doscientos mil ejemplares? Además eso en Argentina es imposible. Hay muchos libros por suerte. Imaginate lo angustiante que sería… entramos en una librería ahora vos y yo y empezamos: Éste ya lo leí… Éste lo conozco… Y, salimos con la angustia de que no nos va a dar la vida para leer todo lo que hay.

M. ¿Qué estás leyendo ahora?

Bueno, yo leo mucho por trabajo y por suerte mi laburo me gusta, puedo elegir bastante lo que leo. En general voy a un medio y un poco puedo elegir qué me llevo o sobre qué escribo. Hoy terminé de releer pues justo lo tuvimos en el «Ansia Tres» y me dio muchas ganas volver al libro que a mí más me había gustado de Martín Kohan, «Dos Veces Junio». Lo terminé hoy, es un librazo. Es un libro fantástico. Acabo de leer el de Joël Dicker, el suizo este

M. ¿Cuál leíste?

«El Libro de los Baltimore». Brillante y… berreta a la vez. Me parece pura fórmula, pero también me parece talentoso. Estoy leyendo uno de una francesa que lo estoy por terminar y me pareció muy bueno. No sé cómo se pronuncia. Valérie Mréjen, no sé cómo se pronunciará. Un librito que se llama «Selva negra», muy lindo. Estoy leyendo la novela de Peter Handke que salió en cuenco de plata, «Lento Regreso». Siempre leo muchas cosas a la vez y siempre tengo varios libros de cuentos ahí con los que voy pimponeando, leyendo o releyendo.

M.¿Te gusta el género?

Sí, un montón, sí. Pero además yo estoy muy obligado a leerlo por mi trabajo. Porque todo el tiempo doy sobre todo cuentos para leer, y porque además sugiero en las largas primeras etapas de escritura escribir sobre todo cuentos por una cuestión de ensayo y error. De probar nuevos recursos. De dejar una pata en eso que a uno más o menos le está saliendo bien y correr riesgos. Buscar nuevas voces. Por eso también hablaba de la trampa del estilo. Uno empieza a sentirse cómodo, lo empiezan a piropear en esto que uno sabe hacer y empieza a hacer lo que los demás dicen que uno hace, ¿no? Eso sucede hasta en el ámbito del quehacer literario. Entonces hay que tratar de salir de ahí. Entonces los cuentos me sirven un montón para eso también. Los leo y los doy para leer y son fundamentales para eso.

M. Y ahora sí, la instituída como última pregunta. La que tiene que ver con la tarea de “buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y dejarle espacio”, como dice Italo Calvino en las Ciudades invisibles, que nos inspiró tanto en la búsqueda fundante de Mégara. ¿Cómo hacés vos, José María?.

Es muy amplia la posibilidad de la pregunta. ¿A qué nos referimos, a los libros? ¿A lo que uno quiera? Bueno, habría que pensar largamente sobre eso. Como no lo voy a hacer…Yo pienso que es más divertido tal vez, no hacerlo ¿no? Porque leer sobre seguro, ¿por qué…? La verdad es que no… Me parece que… Pasa que, claro, el oficio de uno no le permite hacer esto todo el tiempo. Pero a mí lo que más me gusta del mundo es hacer lo que hago a veces cuando voy al BAFICI. Agarro este polaco que no conozco, este iraní que no conozco, este francés que no conozco y voy. no Me parece que ese es un ejercicio interesante ¿no? La verdad es que hay que leer sin red, lo que pasa es que uno no tiene tiempo de hacerlo todo el tiempo. Pero hay que leer sin red.


Además del libro de cuentos y la novela que yo leí, es autor de Berlín, Frenesí, y La sombra de Rosas. Además de Director editorial de la revista El ansia, y docente de cursos y talleres de escritura desde 1993, colaboró en medios gráficos como las revistas Rolling Stone, Los Inrockuptibles, 3 Puntos, Latido y Otra parte, así como de los diarios Perfil y Página 12. Además de escribir para el diario La Nación, la revista Teatro y el blog de la librería y editorial Eterna Cadencia. Pero además, es el papá de Franca, que tiene diez años, a la que nos mostró en una foto, preciosa y sonriente.

Con Franca empezó a ver de cero las películas de Harry Potter, y algunas las vieron hasta tres o cuatro veces. Ella también lee a Mafalda, mérito de la escuela, mientras que el de ella es conseguir que él sonría.

«¿De qué extraña materia está conformado el futuro? ¿Es realmente nuevo o todo es la continuidad de un único párrafo sin punto y aparte? ¿Podríamos romper ese círculo y lanzarnos a vivir algo inesperado? Sin excusas. Sin simulacros. Sin placebos.». Así dijo alguien que lo conoce muy bien, Miguel Vitagliano, un gran escritor y el bibliotecario de su escuela, que descubrió que él tenía algo para decir, a través de la escritura.

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La melancolía es un sentimiento que adoro y tiene que ver con este deseo de mostrar una visión un poco colectiva, en la que hay un poco de reproche y un poco de afecto”. Un poco de reproche y un poco de afecto, es lo que a veces sentimos, al mirar la vida que llevamos, como pudimos.

Sandra Patricia Rey
Sandra Patricia Rey
Autora del libro de cuentos Matrioshkas; Pegaso, un libro infantil ilustrado; y del poemario No hay más vuelos reales.

1 Comment

  1. Silvina De Rosa dice:

    La entrevista a Brindisi, muy jugosa!!!
    Felicitaciones…los sentí como peces en el agua

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