“Claro que yo también tuve ocho años; puedo asegurarlo ahora por la sombra dorada del caimito. Desde muy lejos, desde un pequeño brillo de diamante, comenzaba el río a crecer, para nosotros su origen saltaba como una chispa y lentamente adquiría la sinuosidad de las costas; abrumadoras cargas de bambúes, de palmeras y ceibas. Al acercarse parecía que el agua iba a sumergir la isla, frente a nuestra casa; pero no, el gigantesco cuerpo el río ondulaba dulcemente y apenas mordía, con dientes de molino, fugaz, los bordes de la isla y de nuestro propio puerto. A pesar de su humedad, el río era el verano; vientos de ópalo sobre el oleaje, sonidos momentáneos en el ramaje. El verano también tenía un cuerpo interminable: se lanzaba desde aquel cristal mínimo de donde surgía el río tras los bosques, hasta quedar atrapado en el silencio de cobre, en las hojas moradas del caimito, junto a mi casa…”
Así comienza La sombra del oro, primer ejercicio narrativo de Caligrafías, que nos permite adentrarnos en el delta de José Balza, esa selva que es milagro. Allí, de niño, “encontraba en el día y en el verano el reino del caimito”, y vio, por primera vez, “un pájaro de las selvas profundas; aromático, delicado, de tonos cambiantes, cuyo canto abre caminos extraños en las selvas”. Un pájaro que nunca podría ser domesticado -lo desalentaron-, quizás inventado por borrachos o náufragos. “El pájaro del fracaso”, le dijeron.
El niño sin embargo, intentó retenerlo; lo deseaba tanto, que creyó “que la fuerza misma de su amor sería apta para retenerlo”, y aunque nunca volvió a verlo y nadie recuerda aquella historia de su infancia; está allí, dentro de la sombra dorada del caimito.
Mi admirado José Balza:
Me pregunto cómo es la lluvia en la aldea deltana. ¿Cómo es la lluvia en la isla? La lluvia no es igual según la geografía y según el estado de ánimo.
Me pregunto cómo sería la lluvia para un niño de ocho años encaramado en el caimito, junto a su casa. Llueve en Buenos Aires, el verano aquí es pegajoso, pero no es el río; es un verano de cemento, en el que solo reina el desgano.
Hace dos días que va usted conmigo por la casa, se asomó a ver la luna desde el altillo (mi caimito), achicó los ojos por el sol abrasador, percibió la emoción de otros al escuchar su voz que era la mía leyendo: “Tal vez fue el verano más largo en el delta o en mi vida. O tal vez así me parece por el lento acercamiento entre nosotros”; y aquí estamos, para procurar esa gota de belleza (o de fracaso).
M. Usted siempre aclaró que su aprendizaje literario, «no tenía que ver con la búsqueda de una voz, sino de un paisaje«. Y añadió: «Toda literatura es una geografía y escribir no es sino recorrer espacios, que pueden ser visibles -un parque, un bar, una cama- o invisibles, como una pasión o un estado emocional. Para mí la escritura ha sido siempre una búsqueda espacial para mostrar un momento del alma, un estado de ánimo«.
¿A lo largo de su vida, hubo algún estado de ánimo o momento del alma, que no haya podido escribir? En sintonía con este interrogante, le pregunto, ¿de esos espacios recorridos, cuáles le resultaron más sencillos de escribir, los visibles o los invisibles?
-Usted hace preguntas que perturban. Creo que todo lo escrito rodea a aquello que es inexpresable; y tal vez por eso se sigue escribiendo.
En el recorrido no logro discernir qué ha sido visible o invisible.
Con sus hermanos, de pie
M. «Desde niño la escritura fue para mí una forma de no convertirme en río o en árbol«, leemos, pero también sabemos que una isla del delta del río Orinoco, ha sido siempre su lugar. Allí, en plena selva, nació y creció, desconociendo hasta los 11 años la luz eléctrica y escuchando la música de las distintas lenguas que se oían en su pueblo: el español, el inglés y el warao indígena.
¿Puede considerarse paradojal esa necesidad que tuvo de aprender a escribir?, o ¿fue el instrumento precioso y preciso para poder contar el lenguaje de la naturaleza, que es “nada estridente ni épico ni heroico”, si no “lo que permanece en penumbra” y es fruto de la observación?
-Nadie en mi aldea o en la pequeña capital diría que vive en una isla, porque es inmensa; pero la circundan aguas del Orinoco y de numerosos caños. Es como un universo, aunque sea un detalle del gran delta.
De igual modo, creo, la escritura es ínfima y total. Me ayudó a ser como todos y a aceptar la diferencia incomunicable.
M. Hablando de paradojas, en Caligrafías, el amigo Juan Carlos Méndez Guédez, a cargo de la selección y prólogo de más de cuatro décadas de ejercicios narrativos, advierte al lector que no encontrará «fáciles trucos del realismo mágico» ni «hipérboles exóticas«; por el contrario, dirá: “sólo hay escritura en estado puro: invención, fiesta del lenguaje; estilo fragoroso y cambiante; exacerbación de lo reflexivo; sensorialidad inteligente”.
¿Por qué entonces ha declarado, en alguna oportunidad, que suelen decir de usted que es un “escritor intelectualizado, abstracto, difícil de entender”?
-Debo haberlo dicho en los años ´60. Y quizá siga siendo así, pero cada vez encuentro más lectores comprensivos o audaces.
M. “El agua es parte de su escritura en tanto paisaje, pero sobre todo en tanto ritmo de su prosa y sobre todo como elaboración de sus sentidos: flujo, construcción, destrucción, génesis, muerte”, nos dice Méndez Guédez.
“Obedecer al río, que exige conocerlo todo”, leemos en uno de sus ejercicios. ¿Podría decirnos si alguna vez desobedeció al río, si alguna vez se opuso a él?
-Amo y odio las grandes lluvias; a los ríos (la unión del Allegheny y el Monongahela, el Tormes, el Moscú, el Danubio, el Moldava) los veo, los sigo y obedezco.
Cerca de su casa, el río
M. El caimito es un árbol que en su madurez alcanza una altura de 30 a 35 metros, y tenemos entendido que el fruto es una baya redonda, que reconoce dos variedades, una de color púrpura oscuro y otra de color verde amarillento. En ambos casos los frutos contienen una pulpa comestible, fragante y acaramelada, además de carnosa y jugosa, con remanentes de látex, por lo que es recomendable untar los labios con grasa para evitar que se adhiera a ellos.
¿De qué color eran los frutos del caimito de su infancia?, ¿alguna vez sintió que la pulpa de sus frutos podía sellar sus labios para siempre?
-La contaminación física y política casi está condenando a mi Río supremo. Los árboles de caimito desaparecen. En mi infancia los había con frutos violáceos o dorados. La huella arenosa en los labios se limpiaba con hojas. Sigo hablando con el caimito de mi patio.
M. Nació y creció en ese “lugar donde se rema”, según el topónimo más antiguo del río Orinoco, «Wirinoko» u «Uorinoko. Del mismo modo, la palabra «Warao» significa «habitante del agua» («waha»: ribera, «arao»: gente) u «hombres de las embarcaciones» («wa»: canoa, «arao»: gente)
¿Vivió entre los nativos del Delta, con esa gente del agua?¿Aprendió a explorar la selva, a cazar o pescar? ¿Hay alguna historia que pueda compartirnos?
-La cultura warao tradicional casi ha desaparecido. Pero nos envolvía. Su gente hoy hasta se niega a hablar el idioma original. La politización actual corrompe y abandona. Conozco toda Venezuela y, obviamente, a mi delta. Los “exploro” como a una calle con libros de Buenos Aires, a las riberas de Guayaquil, a rincones de la vasta México, a los barcitos de New York City, al campus de Irvine, a los hoteles de Berlín. Allí también cazo o pesco.
Cesta warao de su colección
M. En ese paraíso ancestral, donde dicen que reina la hospitalidad, hay gran experiencia en la manufactura de artículos de madera.
¿Tiene alguna figura hecha por los waraos? ¿cuál es, qué representa?
-Mi padre tuvo una embarcación (curiara) hecha con el tronco de un árbol. Guardo un cangrejo de madera y muchas cestas tejidas exquisitamente con itirite y hamacas (chinchorros) incomparables de moriche. Representan el esplendor.
M. Este pueblo sin otro origen cultural que el propio, un pueblo único, con una lengua que no se parece a ninguna otra y una larga tradición oral, ¿qué le aportó a su escritura? ¿Qué leyendas o mitos habitaron su infancia?
-No lo había pensado; me parecía natural pertenecer a ella o que ella sea mía. Poseí buen vocabulario indígena, que se me ha ido borrando. En mis ficciones hay páginas en warao y narraciones inspiradas en ese mundo.
M. ¿Alguna vez se perdió en el Delta?
-Aún lo estoy.
Una de sus acuarelas
M. En el prólogo que escribió para la edición de los Cuentos. Ejercicios narrativos, de Paréntesis (Sevilla, 2012); Ernesto Pérez Zuñiga, dice que la suya es “una literatura que llena el presente y, de manera circular, los precipicios del tiempo”. Seguimos dando vuelta por los caños, entre los habitantes del agua, para quienes el mundo sobrenatural está íntimamente relacionado con el natural.
¿Usted cree, como ellos, en un mundo con forma de círculo que está rodeado de agua y habitado por espíritus de naturaleza diversa?, ¿cree que de su equilibrio, depende que el Universo esté en paz y armonía?
-Los ríos y sus aguas son la distancia. Pertenecemos a las ciudades, aunque las atraviese un río. Desde el siglo XX el nombre de los ríos es Tiempo: tal vez lo que Pérez Zúñiga denomina «precipicios»´; una totalidad que tiende al desequilibrio. Y que requiere y buscará cada vez más ser agua para persistir.
M. En algún reportaje, le preguntaron a Juan Carlos Onetti si se identificaba con el protagonista de “El pozo”, y él respondió con su agudeza no exenta de mordacidad: “Sí, con este y con muchos otros protagonistas. ¿Tampoco le contaron que el arte es una eterna confesión?”
¿Usted coincide con él?
-Él era joven cuando escribió ese relato. Tenía razón. Pero disiento de mi admirado Onetti; no tengo nada que confesar y escribo tratando de adivinar vidas ajenas o posibles.
M. En sus datos biográficos, destacan que de la rama paterna de su familia, heredó cierta tendencia a la soledad; mientras que la familia de la madre, isleña, más dada a la fiesta, la música y las celebraciones.
¿Cuáles de esos rasgos se encuentran más presentes, en su vida y en su obra?
-Están de manera variable. A veces en uno de los dos extremos; otras, en el centro.
Desde la ventana de su cuarto
M. Onetti solía decir que en su obra estaba muy presente su Montevideo natal. “Por eso fabriqué a Santa María. Si Santa María existiera es seguro que haría allí lo mismo que hago hoy. Pero, naturalmente, inventaría una ciudad llamada Montevideo.”
¿Si el Delta del Orinoco no existiera, usted lo inventaría? Y si hablamos de ciudades, ¿cuál es la Caracas que usted querría volver a vivir?
-Mi delta ya fue inventado hace mil años en las cosmogonías indígenas (Caribes, arawacos, waraos); también por corsarios españoles y holandeses; por Walter Raleigh en su prosa y su poesía; por José Gumillla en su obra Orinoco ilustrado y defendido de 1739; por los cantantes y decimistas de la Isla de Margarita en el siglo XIX; por mi hermano Eudes con su música; por Humberto Mata y sus relatos. Yo trato de complementar todo eso.
Ciudades: no puedo vivir sin ellas. Quiero vivir en la próxima Caracas, vibrante y hermosa después del chavismo.
M.«Yo empecé a escribir en 1959 y desde entonces he llamado ejercicios a mis textos. Siempre fueron eso: una forma de aprender de los autores que admiraba». «Imitamos desde el momento de nacer, para ser. Escribir es renacer siempre: sí, imitación y riesgo personal».
¿A quiénes imitó más, cuando comenzó a escribir?
-Es triste decirlo, pero creo que no se nota a los autores que imité entre los 12 y los 30, menos aquellos a los que evoco hoy. Vivo un raro proceso de identificarme y desconocerme en mi propia escritura. Recuerdo haber seguido a Dickens, a Bradbury, a Madame de Lafayette, a Gracián, a Kafka, a Platón como narrador.
M. Alguna vez le preguntaron los motivos de no haber tenido tanta visibilidad fuera de Latinoamérica. «Pudo tener que ver la actitud personal de cada escritor; en mi caso, no sé, puede ser un sentimiento que siempre he tenido, no de apartamiento, ni de soledad, pero es como si la literatura estuviera en otra parte, y yo me asomase a ella como si no fuera yo, de otra manera, desde otra orilla«, argumentó.
Me hizo recordar a lo que dice Juan José Saer, en El río sin orillas: “Cuando vengo a Buenos Aires y tengo que dar todos esos reportajes en cadena porque estoy pocos días, al final del día me siento sucio de palabras, me siento en falta conmigo mismo porque yo durante muchos años me mantuve en silencio.”
¿La literatura tiene orillas? ¿Se ha sentido sucio de palabras, alguna vez? ¿Es verdad que no le gustan las entrevistas personales?
-Me gusta una entrevista como esta, no es común. La literatura, desde luego, es centro y orilla. ¿Sucio de palabras? No.
M. A veces nos gusta preguntar por las dedicatorias. La sombra del oro, está dedicada a Silda Cordoliani, ¿puede compartirnos por qué? Ella, que siente como usted, que solo realiza ejercicios narrativos, ha dicho que la forma, la estructura del relato, ha sido siempre su mayor interés.
¿Comparte con ella la idea de que la anécdota siempre antecede al proceso de la escritura y termina reclamando «su» forma?
-Silda, Méndez Guédez, Juan Carlos Chirinos, Roberto Martínez Bachrich, Rodrigo Blanco son nuevos autores venezolanos singulares. Desde luego, ella tiene razón en lo que usted cita. Pero también hay ocasiones en que la forma pura se adelanta al hecho narrable y creo que entonces el artista logra momentos memorables. Pensemos en Rashomon, Las ruinas circulares, Rayuela, Pedro Páramo, Recuerdos del porvenir; La sibila de Lagervist, etc.
M. En algún reportaje, señaló la misma autora que «La descomposición política venezolana trae un florecimiento cultural».
¿El arte es un refugio, o una trinchera? ¿O debe ser considerado como una batalla, y al mismo tiempo, el arma y el espacio donde librarla?
-El arte lucha consigo mismo. Y si lo hace con dones superiores, triunfa de antemano. Su universo es el tiempo. Casi ningún político –excepto en los tontos tomos de Historia- perdura como lo hace un gran creador.
Acuarela, de José Balza
M. Rembrandt, se lo dedicó a la artista, Gladys Meneses, quien llegó a decir que la tarea del artista es desaguar el lenguaje del alma, siendo el alma también el pensamiento. Ella, en sus grabados, iba de ese todo que es el Delta -de donde venía también-, al detalle; y del detalle a la piedra, siendo ésta lo inencontrable, aquello que solo puede ser pensado, ya que para el habitante del delta, la piedra no se concibe como presencia física.
¿Por qué la dedicatoria, en este caso? ¿Por aquella evocación de la niña, junto a su madre, costurera, pintando las faldas de un traje, que iba volviéndose hermoso, al intervenir en él, la alegría del arte?
-Gladys Meneses merece ese breve texto y mucho más. Para mí es la artista más extraordinaria de Venezuela. Murió hace tres años. Muy politizada en vida ella, su obra escapa hacia la libertad visual. Será considerada cuando desaparezcan los poeticas y comisarios que la rodeaban.
En New York University
M. Usted sostiene que las aguas del río, presentes en su vida desde el origen, lo llevaron hacia los libros y las grandes ciudades. En su obra, recién con “Setecientas palmeras plantadas en el mismo lugar”, aparecen referencias a Caracas; ¿le gusta perderse en sus calles?
-Ignoro qué efecto tienen las aguas de un gran río, pero sin duda quien nazca a sus orillas está destinado a viajar. Por ejemplo, hacerlo en los 40 mil kilómetros del delta del Orinoco o en el país entero o hacia la diversidad del planeta. Conmigo ocurrió desde muy joven. Hice aquello y en seguida salté, entre otros lugares, hacia Atenas y Corinto, hacia Tikal, Cuzco, Teotihuacan, Bogotá, Lima, Chile, Tashkent, Buenos Aires, Amsterdam, Venecia, Córdoba, Berlín, Antigua, Moscú, París, Viena, Jerusalem, Szamarkanda, La Haya, Beijing, Sevilla, Los Ángeles. Así transcurrieron mis primeros cincuenta años. A esta edad me he quedado con ciudades muy amadas como Caracas, México, Nueva York, Madrid y Salamanca. Me pierdo y renazco en sus noches, en sus calles. Ellas son mis libros y ellas están vivas en los libros de autores nacidos allí, que me acompañan.
También añoro el momento futuro en que pueda trasladarme, por largos momentos, a una casa, un parque o una calle de cualquiera de aquellos lugares.
Dibujo a partir de Albrecht Altdorfer
M. Recién llegado a Caracas, tuvo la intención de dedicarse al dibujo y la pintura; pero fue hace un par de años atrás, en mayo de 2015, que realizó una exposición de sus incursiones plásticas: trabajos secretos, silenciosos, contenidos en cuadernos que lo han acompañado estos años.
¿Cuándo dibuja?, ¿qué lo inspira?
-No fue una exposición sino la muestra pública de algunos cuadernos con acuarelas, pasteles, tintas. Lo decidieron Patricia Velazco y Luis Pérez Oramas. He dibujado siempre, también siempre he escrito sobre pintores, músicos y cineastas. Un ejercicio de acercamiento a lo que la realidad revela cuando un creador se detiene a interpretarla.
M. ¿Sigue pensando que “mientras el vivir (o el tiempo) nos invada, sólo tenemos un deber: ser felices”? ¿En qué está la felicidad hoy para José Balza?
-En vivir bien.
M. Percusión, considerada como su obra cumbre, es de 1982, con un personaje “atrapado en el tiempo mítico, que emprende un viaje azaroso buscando la sabiduría y el alivio del dolor”, en palabras de Méndez Guédez, con quien coincidí en que es una joya.
Con bellos amigos del delta
¿Alguna vez experimentó la impresión de que la obra lo había trascendido? ¿Conoció personas sabias, a lo largo de su vida? ¿Quiénes han sido sus maestros?
-Trascender. Es algo que se realiza en quienes te rodean, no en ti. Como la fama. No reconozco esa sensación. Apenas el texto se aleja de ti y está ante otros ojos ya no perteneces a él. Ocurre a todos los hacedores de formas. ¿Eso será trascender?
Sí, desde niño he estado próximo a personas sabias. Las identifico por sus actos y sus obras. Son muchísimas.
M. Y una última pregunta, que nos gusta hacer en ocasiones. La que tiene que ver con la tarea de “buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y dejarle espacio”, como dice Italo Calvino en las Ciudades invisibles que nos inspiró en la búsqueda fundante de Mégara.
¿Cómo hace usted, maestro?
-Proceder de manera intuitiva, inconsciente.
Cuando entrevisté a Juan Carlos Méndez Guédez, mencionó que mi admirado José Balza, había leído la entrevista. Jamás pensé que tuviera la generosidad de brindarme su tiempo; esperar que regresara del delta, valió la alegría de compartir tanto.
El 28/1/2017, a las 12:46,<José Balza > escribió:
Sandra única: ha llegado el paquete y el muy gentil Yafi me lo guarda para cuando regrese a Caracas, en febrero.
Pero como puedo cumplir y descumplir años, voy a ejercer ese poder: me preparo para el momento en que tenga sus narraciones y lo demás en mis manos.
Mil, mil gracias,
José B.
El 8/2/2017, a las 7:00, <sprey> escribió:
Mi admirado J.:
Hoy salió el sol, amainó el viento y solo me resta pulir la forma, para enviarle las preguntas.
Le envié un mensaje a Juan Carlos Méndez Guédez, para contarle que los reuní, por un momento, en una oficina de DHL, en Buenos Aires. Lo hice como antes, algunas madrugadas, mientras leo y escribo, entre Onetti, Saer y Kafka, pasando por Gladys Meneses y más.
Subí al caimito, volví sobre algunas lecturas, lo asomé a usted al paisaje que regala la ventana de mi altillo.
Y sin embargo, torpe hasta en las dedicatorias, escribí a las apuradas, cuando paso horas a diario para tratar de estar a la altura de su generosidad.
Como le dije a Juan Carlos, no hay peor empresa que la de ser cobarde, sin vocación. Así que con dedicatorias apuradas, ahí van las muñecas rusas. Unas para Caracas, otras para Madrid.
Está por cumplir Usted, años; me han dicho que el viernes llegan unas muñecas a Caracas, hoy por la noche o, celebratoriamente, en la madrugada por venir, le enviaré las preguntas/carta.
Solo falta Usted, de regreso en la ciudad, para que se haga el milagro.
Un abrazo,
Sandra
El 8/2/2017, a las 12:48,<José Balza > escribió:En sintonía, Sandra, recibo y gusto sus palabras. La próxima semana volveré a Caracas. Y tendré sus muñecas rusas y los otros tesoros.Espero sus inquisiciones,Mil gracias, JB
El 13/2/2017, a las 10:29,<José Balza > escribió:Sandra: en la ruta de mi regreso a Caracas hago una estación en Piritu, frente al mar de las Antillas. Llevo 3 días aquí y prosigo mañana al encuentro con sus matrioshkas. Yafi acaba de informarme que están en la aduana del aeropuerto.
Estoy usando un telefonito y presiento sus preguntas hondas. Espero estar a su altura para responderlas.
Reciba mi gratitud,
José B.
El 18/2/2017, a las 11:53,<José Balza > escribió:Bueno, Sandra, he trabajado con gusto en su charla-preguntas. Aquí van mis respuestas.¿Cómo agradecerle este ejercicio psíquico?Dentro de un momento le remito algunas imágenes, para que Ud. elija.He recibido sus prodigiosos envíos. Poesía italiana reciente, Pavese. Y sus narraciones, para las cuales reservo un tiempo de lectura especial.
De nuevo mil gracias, JB
«No hay voz que quiebre el silencio del agua
bajo el alba. Y ni siquiera nada que se estremezca
bajo el cielo. Sólo una tibieza que diluye las estrellas.
Estremece sentir la mañana que vibre,
virgen, como si nadie estuviese despierto.»
Así dice Pavese en Creación, ninguna voz quiebra el silencio del agua.
¿Cómo será el sonido del agua al amanecer, en su delta?
“No se recuerdan los días, se recuerdan los momentos”, dice Pavese.
Mi admirado:
Esperé la lluvia, no volvió, pero sí lo hice yo sobre todas y cada una de las preguntas, no hay otro orden que quiera darles, sí me pregunto si haría por mí, para sus lectores, para quienes como yo lo admiran, algunas cosas:
Me pregunto si me regalaría la fotografía de alguna hoja manuscrita suya.
Si tal como hizo Juan Carlos, escribiría usted para los megarenses una pequeña auto biografía, incontaminada; unas líneas que nos digan dónde comenzó todo y cuál es el mayor de sus placeres hoy. Algunos datos biográficos de esos que no son los que aparecen en wikipedia, quizá puedan ser lo manuscrito.
Si me compartiría alguna foto del Delta, su lugar en el mundo; si tiene alguna foto de cuando era ese niño que subía al caimito.
Ya ve a qué punto he llegado. Yo, que estoy totalmente persuadida de la locura de haberle mandado a Usted, nada menos que a usted, unas muñecas rusas extraviadas desde antes de siempre, que jamás han encajado unas en otras; pedirle encima tantas cosas.
Pero debo reiterarme, no hay peor empresa que la de ser cobarde, sin vocación. ¿Qué podría pasar?, que me sugiera usted hacer la fogata, y en ese caso, ¿qué hacer después del fuego? Intentarlo de nuevo, mi frase preferida de Pavese es la que dice que “La única alegría en el mundo es comenzar. Es hermoso vivir porque vivir es comenzar, siempre, a cada instante”.
Un abrazo, Sandra
El 18/2/2017, a las 17:30,<José Balza > escribió:
Muy especial Sandra:En lo posible, respondo sus preguntas. Y disculpe la avalancha de fotos. Quería compensar la parquedad.Abrazo.
José B.
El 18/2/2017, a las 12:07, <sprey> escribió:
Mi querido José B.:
Esta charla nuestra, a la que espero poder sumarle un abrazo en persona (¿por qué no seguir soñando a lo grande?), en el futuro; me pide algunos datos, algunos detalles de las fotos.
¡Qué entusiasmo siento! Puedo ver pasando por la pantalla las fotografías, pero quiero ir contándolas.
Foto de Ethel Rojas
1. De la más actual, la del crédito a la fotógrafa, Ethel Rojas, me contaría para qué ocasión, se la tomó. Y lo más importante, es casi la única que ha llegado muy pequeña en el formato, no puedo ampliarla, ese es el problema. ¿La tendrá en otro formato?
-Le enviaré el mail de Ethel. Fue realizada para la revista Cuadernos Hispanoamericanos de Madrid, hace unos meses.2. La siguiente que está con la fotógrafa y el dibujo, ¿el dibujo es suyo? ¿Era una exposición?, me cuenta dónde y cuándo. Mismo inconveniente, salió pequeña
-No. Dibujé porque había bebido siete whiskys y la pared estaba libre.3. La de la Universidad de Buenos Aires, en qué año fue, a qué había venido, ¡cuénteme algo! ¿Vino varias veces a Buenos Aires?, ¿con quiénes estuvo aquí?
-Fue en el otoño de 1991. En el mes de abril, invitado por Noé Jitrik. Un curso sobre José Antonio Ramos Sucre y Guillermo Meneses. Conocí a Tununa Mercado. Fui con Héctor Libertella y su esposa poeta a escuchar a Goyeneche, etc.4. Con su hermano y su cuatro en el río, a usted se lo ve en la primera fila, ¿es el de la derecha?
-Sí.5. En Beijing cuándo estuvo, o por lo menos la vez de la foto, y a qué había ido
-Hace tres años. A la Feria del libro, al Instituto Cervantes y a la Universidad. Dicté un taller literario.6. La preciosa Acuarela de la mujer de caderas rotundas en la hamaca, ¿de cuándo es? ¿Dibuja y pinta con modelo vivo?
-De hace 10 años? Si la modelo acepta, sí. O con fotografías que me permite tomar desde esta maquinita.7. Es precioso el retrato de Silda Cordoliani, ¿por qué conserva tan bella fotografía?
-Es un ser tímido y superior. También conservo su afecto desde fines de los ’60.8. En el Central Park, bella fotografía, ¿quién se la tomó?
– Silda.9. Frente al piano, ¿con quiénes está?
-En el ensayo de la ópera «La libreta de California» con el compositor Gerardo Gerulewicz, la mezzo y la dramaturga. Sobre un relato de JB.
10. Con bellos amigos del delta, ¡qué sonrisas y qué placidez! ¿Quiere preguntarles si puedo utilizarla?, si no tienen inconveniente en que se difunda su fotografía, ¿quiere usted que los nombremos? También contarme quiénes son o qué hacen.
– Puede utilizarla. Sus nombres son, de izquierda a derecha, Sixta, Lucy, Pedro y Manuel. Grandes lectores. Les gusta escribir. Trabajan admirablemente con niños, jóvenes e indígenas.
Caligrafías, es el libro de la Editorial Páginas de Espuma, prologado por Juan Carlos Méndez Guédez, que reúne los ejercicios narrativos escritos desde 1960 hasta 2005.
«Ahora la dejo en su esplendor. Hace muchos años que hice construir esta habitación con su amplia terraza sólo para contemplarla. Y quiero mirarla hasta el final.»
Y desde allí me escribió unos correos que atesoraré por siempre, y leyó los míos. Desde la isla a la que lo une un misterio secreto. Mi admirado José Balza, que dice ignorar cuándo comprendió que había nacido para eso, se quedó en ella: «… una esposa cambiante, inmóvil y enigmática. Nada suyo me pertenece, pero nada es ajeno. En ocasiones he creído sentir que ella reconoce mi existencia.«
Yo estoy segura de eso.