Siete casas vacías

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Siete casas vacías

Siete casas vacías, se abre con el acta de la resolución del jurado, que le otorgó a la obra el IV Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero, por mayoría, el día 9 de abril de 2015; se continúa con el Índice de los siete cuentos  que la componen, y luego vienen los epígrafes…


Los libros no hay que prestarlos, me lo digo una y otra vez. En ocasiones, una reseña se demora, por no tener uno, al ir a buscarlo para la foto. Aunque esa sea la excusa en verdad. Lo que sucede en realidad, es que me gustan las señales, algún suceso que me mueva a reseñar este libro y no aquel otro que ya tiene un borrador en papel y muchas notas marginales, anotaciones, cuadros sinópticos; además de documentos archivados como uno, dos, y así sucesivamente con el autor o el título.

Este domingo empezó con un posteo que recomendaba Cuentos reunidos, de Marcelo Lillo, tengo toda la obra del chileno, y pensando en todo lo fantástico que se urde alrededor de su derrotero artístico, y con Samanta mirándome desde la tapa de la revista Viva, no pude resistirme. Menos aún, hilando un poco, al recordar uno de los epígrafes de Siete casas vacías, con otro chileno.

¿Por qué una reseña no puede tener epígrafes? Todo es posible, es cuestión de escribirle alguno. En definitiva escribir, como dice ella, hoy mismo, en la revista. “Es un estado mental, es estar disponible para la historia. Cuando “escribo”, mi cabeza está ahí. Hago cosas que me abren puertas desconocidas, son momentos en que una idea se cruza con otras de manera casual. En ese sentido, lavar los platos puede ser un gran disparador”.

Antes que su hijo de 10 años se extraviara

entre la sala de baño y el cuarto de los juguetes,

él le había advertido: “-Esta, la casa en que vives,

no es ancha ni delgada: sólo delgada como un cabello

y ancha tal vez como la aurora,

pero al menor descuido olvidarás las señales de ruta

y de esta vida al fin, habrás perdido toda esperanza”.

Juan Luis Martínez, “La desaparición de una familia”.

“En otoño, la ciudad se encapota de nubes que no se van hasta marzo y está muy poco iluminada. Me llamó la atención que fuera tan oscura y silenciosa. En ese clima, parece que algo tenebroso se está urdiendo todo el tiempo”.

Samanta Schweblin, de una nota periodística en la que habla de su ciudad de residencia, Berlín.

urdimbre. 1. Conjunto de hilos colocados en paralelo y a lo largo en el telar para pasar por ellos la trama y formar un tejido.// 2. Conjunto de estos mismos hilos, dispuestos longitudinalmente, cuando la tela ya está tejida.


Me gustan los epígrafes, usarlos como si fueran una linterna. Los muevo, hago foco en algún párrafo, me alejo y de repente vuelvo a ellos. Creo que encierran muchas claves y que no son para nada inocentes.

Juan Luis Martínez (1942-1993), es un poeta y artista chileno que fue totalmente incomprendido, en su época, por lo inclasificable de su obra, que por cierto, no crean ustedes, es muy extensa. “La desaparición de una familia” forma parte de uno de sus libros más valiosos, el libro objeto La Nueva Novela, de 1977, donde abunda en intertextualidad, filosofía y humor, con recursos vanguardistas que consiguen lograr una poesía visual, que sacude al lector.

En los tiempos que corren, en que el escritor se convierte a veces en el protagonista, desdibujándose la obra, es significativa la elección de este autor para un epígrafe poderoso. Juan Luis Martínez no se sentía dueño del lenguaje con el que urdía su obra, y por eso, hasta tachaba su nombre.

Dicen que para que no se deshilache un tejido, hay que cortar las piezas en el sentido de la urdimbre, la Schweblin, al igual que Martínez, manejan las tijeras con la precisión de los verdaderos artistas, y lo consiguen.

“Me complace irradiar una identidad velada como poeta; esa noción de existir y no existir, de ser más literario que real”, dijo el autor chileno en la que habría sido su última entrevista y yo creo que es un mérito.

Samanta Schweblin consiguió ser más literaria que real, aunque algo sepamos de ella, como por ejemplo que estudió imagen y sonido en la UBA y se nota en su escritura.  Su obra, despeja las nubes que encapotan el panorama literario.

A propósito de Siete casas vacías, obra premiada con el IV Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero, publicada por la Editorial Páginas de Espuma (que no deja de sumar y sumar ediciones, habiendo sobrepasado ese número tan significativo, en la Argentina), Rodrigo Fresán, que presidía el jurado,  ha comparado a la narradora con “una científica cuerda contemplando locos, o gente que está pensando seriamente en volverse loca”.

Ya desde su primer volumen de cuentos, El núcleo del disturbio, la Schweblin ha demostrado que lo suyo es el extrañamiento. Con un dominio absoluto de la prosa, en el que se conjugan la precisión de un cirujano con la de un relojero, y el arte de un taxidermista con el de un cineasta, ella consigue animar lo cotidiano, desdibujando los límites  de la frontera entre la realidad y lo ilusorio. Lo extraño sucede y uno se asoma a posibilidades que jamás hubiese sospechado a partir de hechos triviales.


Portada de Siete casas vacías, e ilustración de Duna Rolando, de La respiración cavernaria.

Cada uno de los siete cuentos de este volumen, incluído La respiración cavernaria que cobró vida propia en una edición especial de la misma editorial,  con unas pinturas de Duna Rolando que son para el asombro, se construye a partir de una anécdota mínima, un recorte del cotidiano, casi una fotografía, que vira repentinamente hacia la pesadilla o lo terrorífico.

Si gran parte del mercado editorial se basa en fórmulas probadas, lo de la Schweblin es siempre una apuesta nueva. Lo que distingue estos relatos de sus antecesores, los de su opera prima El núcleo del disturbio y luego, los de Pájaros en la boca; es que ahora los miedos, las pesadillas, lo fantástico y el horror, residen en las casas y en los vínculos familiares.

Cada historia se construye a partir de un detalle mínimo, de una anécdota, y no se buscan golpes de efecto, como el de una adolescente que come pájaros vivos como en Pájaros en la boca que le da título a la obra ganadora del Premio Casa de las Américas; el terror está aquí mismo, en cada una de las casas vacías que parecen representar distintas problemáticas familiares, tan cercanas que el desenlace de alguna de ellas, puede causar espanto.

La autora vive en Berlín, donde trabaja en su escritura, corrige en bares solitarios y dicta talleres literarios en español en los que se mezclan lenguajes de argentinos, españoles y otros latinoamericanos; pero todas sus historias se sitúan en la Argentina, porque como ella dice es su país. Y de alguna manera en cada una de las anécdotas a partir de las cuales se componen los relatos, ella, su pulso, su mirada y respiración están presentes.

En Nada de todo esto, hay una madre y una hija embarcadas en mucho más que salir a mirar casas ajenas.

“Intentar descifrar eso ahora podría convertirse en la gota que rebalsa el vaso, la confirmación de cómo mi madre ha estado tirando a la basura mi tiempo desde que tengo memoria.”

Hay precisión y sutileza en la prosa de Schweblin, cada relato tiene su ritmo y ella consigue que experimentemos asombro o repulsa, mientras contenemos la respiración, o se nos aceleran los pulsos.

En Siete casas vacías hay mucho de onírico, planos temporales que se entrecruzan, enfermedades, miedos y pesadillas. Hay pasillos oscuros de edificios, fugas, extravíos, calles desiertas que resultan desconocidas, una estación de subte (de subte, no de metro), jardines ajenos, recuerdos, anormalidades y amenazas, reales o imaginarias.

Si algo consigue Schweblin, siempre, es incomodarme, al tiempo que me maravillo ante su talento. Ella, que confiesa que piensa historias, hasta cuando lava los platos, tiene una capacidad envidiable, la de convertir situaciones vulgares en amenazas concretas o en sueños delirantes, desde construye historias fascinantes.

En Mis padres y mis hijos, unos abuelos desnudos en el jardín, provocan el bochorno y despiertan prejuicios, al desaparecer con sus nietos. En Pasa siempre en esta casa, una mujer se enfrenta a un vecino que viene a recoger la ropa de su hijo muerto; y así sucesivamente, otros hechos fantásticos o desafortunados, que desbordan imaginación y espanto, se convierten en realidad.

Como en cualquier buena obra, hay además un cuento extra (extraordinario), “Un hombre sin suerte” cuya decisión de incluirlo, pese a que no estaba en el manuscrito original premiado, se tomó durante el proceso de edición. El relato en cuestión obtuvo en 2012 el Premio Internacional de Cuento Juan Rulfo, muy merecido sin duda, por la maestría desplegada al contar una historia que consigue angustiarnos, de manera parsimoniosa, inversamente proporcional al miedo que nos provoca vaticinar un final de espanto.

Es muy difícil elegir un relato, más aún cuando uno de ellos, cobró el protagonismo ya señalado, en esa publicación independiente e ilustrada que maravilla, tematizando el Alzheimer. Lola, la protagonista confecciona listas para combatir el flagelo de la enfermedad, mientras establece un vínculo con el hijo de la familia que usurpa la casa lindante; hasta que irrumpe la muerte de manera inesperada.

Samanta Schweblin contó en alguna entrevista de la admiración que siente por su abuelo, Alfredo de Vincenzo, un gran artista plástico y grabador, con quien vivió anécdotas fascinantes en su infancia, viendo la pasión que ponía en su quehacer. “Envidiaba esa entrega, sentía que era algo extraordinario que yo me estaba perdiendo”, dice. Y agrega: “A él le gustaba asustarme, ponerme a prueba”.

Sin duda, heredadas esa entrega y esa pasión que volcó en la escritura, supo muy bien  exorcizar sus miedos. Ahora nos toca a los lectores.

A ella también le gusta asustarnos, y nos pone a prueba.


Ediciones

Mi ejemplar es de la primera edición argentina, que se terminó de imprimir el 12 de mayo de 2015, 93 años después del nacimiento del escritor argentino Marco Denevi. Sí, claro, el de Ceremonia secreta y Rosaura a las diez.

El mismo que escribió: “Si los sueños tuvieran la periodicidad de la experiencia nadie sabría cuándo sueña y cuando está despierto”.

Sandra Patricia Rey
Sandra Patricia Rey
Autora del libro de cuentos Matrioshkas; Pegaso, un libro infantil ilustrado; y de los poemarios No hay más vuelos reales (Editorial En Danza) y Altar doméstico (La Ballesta Magnífica)

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