Quiero rodearme de amor, que lo hay a raudales

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Quiero rodearme de amor, que lo hay a raudales

“Sin darse cuenta, se habían dado la mano y escuchaban encantados en silencio. Cada uno de los dos sabía que el otro sentía lo mismo que él: la alegría de haber encontrado un amigo.”

Michael Ende

“Un libro de cuentos de una mujer es un libro que tiene dos mundos: el que escribe y el que todavía no ha escrito”, escribió Almudena Sánchez, en el artículo “A fondo” de la revista Tales Nro. 7 y en una asociación libre lo relaciono con sus posteos lúdicos en las redes, a propósito de haber cantado los treinta y tres. O treintaitrés, tal y como lo escribió ella que es joven y sabe que así lo admite la última y vigente ortografía de la lengua española.

Foto del archivo personal de la autora.

“Un día eres joven y al siguiente te parece muy bien que tu casa tenga despensa.”

Un día eres joven y al siguiente te compras un cuchillo mantequillero porque en la tostada se esparce mejor.”

“Un día eres joven y al siguiente te compras un dedal para no pincharte el dedo.”

Nuestra entrevistada es joven y entrañable como el mago Ged, ese personaje de Ursula K. Le Guin que tiene “…además un arte más grande, un arte que no se aprende: el de la bondad” (de Un Mago de Terramar). Como ella.

Tan joven como para no extrañarse ante mis entrevistas que no son al uso, sino más bien viajes.

Recorro lecturas, autores, reportajes, reseñas, señales por aquí y por allá y busco dar respuesta a mi curiosidad, a todo lo que quiero conocer.

Quizás por eso se me ocurrió en este caso desandar la reseña de su libro La acústica de los iglús, en busca de los guijarros que al estilo de Hansel y Gretel, dejé en el camino.


M. «La gente se duerme en los aviones, sin pararse a pensar siquiera en lo milagroso que es ir volando por el cielo más alto que las nubes”, es una frase de la escritora inglesa Annabel Pitcher que yo recordé al arrancar la reseña de tu libro, Almudena.

¿Dormís en los aviones? Si la respuesta es afirmativa, te pregunto, ¿soñás?

Suelo dormirme. Todo lo que tiene motor me adormece. Una vez, en un avión rumbo a Lima, soñé que me catapultaban hacia una ventana pequeña. Yo no cabía, pero antes del choque me desperté. 

M. En el concierto de tus sueños, ¿la gente abandona la sala o te acompaña?

Jajaja, creo que abandonaría la sala. 

M. En Introducción al relámpago, leemos: “Una crece y enmarca a sus tíos y a sus padres y a sus abuelos. Y también enmarca a sus amigos, que luego cambia por otros amigos, ni mejores ni peores, sin plantearse muchas cosas, porque sería agotador, un adiós inabarcable. Y otras veces enmarca a personas que nunca ha conocido, pero que le emocionan más que personas que sí conoce. Nick Cave o Rainer Maria Rilke. Un cocodrilo llamado Felisberto.”

¿A quienes enmarcaste, mientras crecías?, ¿quiénes continúan en sus respectivos cuadritos, y quiénes los  han perdido?

Enmarqué a los Backstreet Boys, a las Spice Girls, a mi grupo de amigas mallorquinas de la adolescencia, a mí misma con cuatro años dentro de la caseta de un perro. Todos esos “enmarcados” se han perdido. Ahora ocupan las estanterías de mi escritorio: mi familia, mi hermano Mario, mi tía Antonina, Virginia Woolf, mi pareja, nuestro gato René y tres niñas a las que adoro; Ángela, Leire y Luna. 

Almudena, melancólica a sus seis.

M. ¿La única patria que tiene el hombre, es su infancia, como dice Rainer María Rilke?

Por supuesto. Aunque haya personas que digan: “me robaron mi infancia”. Yo lo siento un poco así. No es que tuviera una infancia robada, pero sí que era rara: una infancia responsable. Debería haberme vuelto loca entonces, los niños se vuelven locos. Yo no lo hice. Me veo un poco pagando esas consecuencias. La falta de éxtasis. 

M. Lola López Mondejar señaló a propósito de tu escritura, que a lo largo de las páginas de La acústica de los iglús, el lector se topará “…con situaciones y temas originales, con personajes extraños, con referencias kafkianas (El artista del hambre) o beckerianas (Murphy), que Sánchez inserta en atmósferas melancólicas y, a pesar de la tristeza que impregna la mayoría de sus relatos, dulces y cálidas al mismo tiempo.”

Bueno, para mí Kafka (sobre todo) y Beckett son dos genios. Es un halagazo. Y que lo diga Lola López Mondéjar, escritora a la que admiro, un honor. Me gusta cómo lo expresa. La tristeza siempre tiene algo de ternura, ¿no? No es tristeza a secas. Es tristeza desesperada, tristeza febril, tristeza de altos vuelos. La que me conmueve más es la tristeza tierna. Me acecha muchas veces. 

M. «Una cierta glacialidad también revela sentimientos», afirmó Fleur Jaeggy en alguna oportunidad, cuya escritura al decir de Vila Matas es “suavemente terrible”.

¿Qué siente una autora como vos, frente a una escritura que contrariamente a la tuya, es gélida, como la de Jaeggy?

Me encanta Fleur Jaeggy. Es gélida pero te acompaña. Me emocionan sus novelas y relatos. Es como una herida en pleno invierno. Es verdad lo que afirmas. Creo que no he recibido una influencia directa de ella -nuestra mirada es distinta en el acercamiento a los hechos-, pero la leo con devoción.

M. Ya que mencionamos a Fleur Jaeggy, es poco lo que puede decirse acerca de su biografía, lo cual responde a una intención deliberada o no, de preservar su intimidad, o quizás, como sostienen algunos, a reivindicar que el oficio de escritor no es figurar, mostrarse, y hasta publicar, sino escribir y escribir.

¿Cómo entendés el oficio?, ¿cuál es tu sentimiento frente a la exposición pública que importa su ejercicio?

Concibo la intimidad como un concepto amplio. Es decir, cuento cosas de mí, bastantes, aunque hay un 50% que me pertenece y es incontable. Nadie me conocerá bien nunca, a pesar de que hay personas que saben cómo soy, lo que hago y podría pasar por mi cabeza durante un día entero. No estoy en contra de airear la intimidad. Ya ha estado bastante tiempo encerrada. A mí me parece bien que cada escritor/a cuente lo que quiera, siempre respetando la privacidad de los que no quieren que se les involucre. Y sin sensacionalismo: lo detesto. Por eso, contar interioridades es un ejercicio delicado. Ahora mismo estoy en ello. 

M. Pienso en “Los hermosos años del castigo”, y tantos temas como abarca la novela. Tomo el del mundo disociado de la realidad, de los colegios por los que transcurre la vida de la narradora. «Nos retiramos a nuestros cuartos, la vida la hemos visto pasar a través de las ventanas«. ¿Imaginás el mundo a través de las ventanas, o abrís la puerta para asomarte a él?

De ambas formas. A veces abro la puerta precipitadamente y armo un buen desastre. Las ventanas, en ocasiones, se me quedan pequeñas y las puertas demasiado grandes y pesadas. Necesitaría un agujero intermedio y no lo hay. Así es la vida. 

M. Has testimoniado en un artículo fantástico escrito para la revista Tales, tu admiración por las cuentistas mujeres, además de citar a muchas de ellas –Katya Adaui, Margarita García Robayo, Hebe Uhart, Isabel Mellado, Samanta Schweblin, Clara Obligado, Carmen Peire, Liliana Colanzi, Valeria Correa Fiz, Mariana Enríquez, Pilar Adón, entre otras-, esas que según tus propias palabras: “…están en mi biblioteca, la llenan, la engrandecen, dan brillo a otros libros, iluminan mis dudas literarias…”

¿Cuáles son tus dudas literarias?

Todas. Cada día tengo más dudas literarias. En especial tengo una: ¿cómo, de qué manera endiablada, puedo escribir los sentimientos para que resulten universales y no me señalen directamente a mí? Y otra: ¿cómo estirar la literatura hasta lo indecible? 

Almudena, por Eloy Tizón.

M. Otros de los temas en la narrativa de Jaeggy es el cuerpo femenino que adolece, lo raro y lo perfecto, el homoerotismo, enamorarse o cómo no enamorarse. Pienso en los seres de tus relatos, que adolecen, que buscan, que no pueden olvidar o que huyen, tan solitarios a veces, impregnados de dolor o melancolía; en tus propias palabras “inútiles” que “andan desamparados”.

En una libre asociación, propia de mis digresiones, evoco a Rilke de nuevo: “El amor consiste en dos soledades que se protegen, limitan y procuran hacerse mutuamente felices.”

¿Qué es el amor para vos?

Voy a intentar no encumbrar el contenido de la palabra “amor” que, al fin y al cabo, es un concepto inventado a la par que necesario.

Para mí es preocuparte, alegrarte (mucho, de verdad, de corazón, esto es importante), apenarte, entregarte, sincerarte, arruinarte, enriquecerte, desnudarte, salir de tu mente para situarte en otra, deshacerte en placer sexual, admirar con pulso firme, jugar a todo, formar una especie de equipo filosófico y combatiente ante las adversidades y los logros, reír, reír y reír, quererte en la sombra y en público y de viaje y en el cine y esta pregunta: ¿si la familia no viniese dada, a quién elegirías tú? Desvivirte (desbocadamente y en igualdad de condiciones) por alguien que se parece a ti, que irracionalmente te atrae y entre todas las personas del planeta Tierra, te resulta la mejor, la ideal para compartir esta vida que es fugaz y sólo ocurre una vez.

Esto último, por ejemplo, me da escalofríos y me lo cura el amor. 

M. En el mismo artículo, aludís al debate que se viene planteando en relación al cuento, al sostener algunos que no resulta conveniente dedicarse al género, discusión que se diluye limitándose unos y otros a argumentar si debe llamarse cuento o relato (o ejercicio diría Balzac); sin dar respuesta a si existen evidencias de que el cuento esté atravesando una crisis.

Como no esta es mi percepción, te pregunto, ¿creés realmente, como decís que sostienen muchos de tu generación, que escribir cuentos y ser mujer, limita llegado el momento de publicar, mucho más que si se trata de novela?

Sin duda. Estamos en un momento (al menos en España) en que mujer y relato no es lo mismo que hombre y  novela.

No sé darte una explicación, a lo mejor es una tradición o algo absurdo. 

M. El arte no cambia nada, el arte te cambia a ti”. Lo dijo David Lynch.

¿Creés que está en lo cierto? ¿A vos te ha cambiado?, en su caso, ¿en qué?

Estoy de acuerdo con Lynch. El arte nos cambia, no sé si para bien o para mal. Es transformador, o al menos así tendría que ser todo aquello que merezca ser arte. Transformador.

En lo personal, no sé, a mí ya me cambiaron los tebeos de pequeña. 

René, ¿hace falta decir más?

M. Seguimos con Lynch: “Todas mis películas son acerca de mundos extraños, mundos a los que nunca podrías ir a menos que los construyas y los reproduzcas en una película”.

Cinéfila confesa como sos, ¿si tuvieras que elegir los mundos más fascinantes de Lynch, cuáles son las películas que recomendarías?

Me decanto por Inland Empire, la veo como un trastorno onírico narrado desde el subconsciente, Cabeza borradora y el miedo  a la existencia del hijo y Terciopelo azul porque es una parálisis respiratoria. 

M. En algún reportaje leí que la vida es para vos una huida hacia adelante ¿lo era o lo es? ¿Huir es un acto de fe o de cobardía?

Estoy de acuerdo con mi “yo” del pasado. (Risas) “La vida es un huida hacia adelante”, sí. Me gusta la frase porque las huidas suelen ser hacia atrás (hacia la madre, hacia el pueblo de la infancia, hacia nuestros orígenes…) Y yo la veo como: huida hacia lo nuevo, otro claro en el bosque.

Soy como un animalillo en la selva, nada más. Casi todo lo que requiere “desplazamiento” me parece un acto de valentía. 

M. Aunque podría seguir formulando pregunta sobre pregunta, vamos con la instituída como la pregunta de Mégara, siempre con la misma convicción: en todo final, está el germen de un nuevo comienzo.

Dice Italo Calvino, en Las ciudades invisibles, que hay que “buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y dejarle espacio”.

¿Cómo hacer, Almudena?

En mi infierno, sólo hay personas que lo hacen menos infierno. He tardado en comprenderlo, ya no me vale eso de “cada uno es como es”. Lo de dejarle espacio a personas que aportan frescura es esencial. Y lo de alejarse de supuestos creadores venenosos mugrientos, también. Soy cada día más tajante con esto. Quiero rodearme de amor, que lo hay a raudales.

Y fan de Italo Calvino, Calvino nuestro.


Quizás mis preguntas tienen vida propia también, y así, son estas en este momento y quizás hubiesen sido otras.

No importa demasiado.

“Para oír, hay que callar.”

Así escribió Le Guin en la primera historia de la saga de Terramar, pero como la curiosidad es mayor, le formulé a mi maga bondadosa algunas preguntas cortas:

¿Qué lugar del mundo te resultó más inhóspito?: Mallorca.

¿Cuál de tus amigos literarios es como un hermano?: Isabel González, con ella me siento en paz. También Alberto Olmos y Andrés Neuman.  Nos contamos lo que nos pasa en la mesa de un bar.

¿Té o café?: En este momento, café.

Un paisaje: El atardecer africano de la Dehesa de la Villa.

Un objeto: Una goma de pelo y un libro. Y el móvil, no me voy a engañar.

Una comida: Fruta. Lentejas. Chocolate. Tortilla de patatas.

Un animal: Nuestro gato René.

Un dibujo animado: ¡Bob Esponja!

Un olor: A crema solar, verano.

Una bebida: Limonada de coco.

Un deseo: No desistir, en general.

¿Qué persona de tu familia se ha conmovido más ante tu escritura?: mi hermano Mario, mi tío Ángel, mi tía Antonina y creo que mi padre.

¿Cuál es de las obras de ficción que leíste la más amada?: Ada y el ardor, de Nabokov.  

¿Te quedarías a dormir una noche en una librería? Sí, en dos

¿En cuáles? En Cervantes y Compañía (Madrid), apoyada en una pared concreta. Y en La Puerta de Tannhäuser (Plasencia), en el suelo, con música de fondo.


(…) “Había aprendido en la Escuela todo lo que podía saberse de dragones, pero una cosa es leer sobre ellos y otra tenerlos delante.”
Ursula K. Le Guin

Ella dice que para asomarse al mundo a veces abre la puerta precipitadamente y arma un buen desastre, sin embargo me permito dudar.

Más bien tiene que seguir aprendiendo a lidiar con dragones y con dudas literarias, por eso las ventanas en ocasiones se le quedan pequeñas y las puertas demasiado grandes y pesadas. Tiene que seguir escribiendo y soñando.

Esta noche he soñado que no sabía si irme a vivir a Murcia o a Albacete y al final me instalaba (con un saco de dormir y una antorcha) debajo de un árbol con un tronco muy gordo y agujereado.”

El tronco muy gordo y agujereado de un árbol, atalaya ideal para mi maga preferida…

Y así llegamos al final que no es el fin, claro. ¿Qué decirte, Almudena querida?

Se me ocurren muchas cosas, que no cambies, que la melancolía y la introspección pueden ser buenas cerillas para la antorcha de tu sueño, que te sostengas en el amor y la generosidad de quienes te rodean, que sigas desviviéndote desbocadamente por quien se desvive por vos,  etc., etc., pero una es urgente:

Sigue soñando, la sala, te aseguro, estará repleta y yo en primera fila, aplaudiendo y aplaudiendo.

 

Sandra Patricia Rey
Sandra Patricia Rey
Autora del libro de cuentos Matrioshkas; Pegaso, un libro infantil ilustrado; y de los poemarios No hay más vuelos reales (Editorial En Danza) y Altar doméstico (La Ballesta Magnífica)

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