No es el oficio lo que hace a un gran escritor. Es la entrega

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No es el oficio lo que hace a un gran escritor. Es la entrega

Foto de Carla Cardarelli

Foto de Carla Cardarelli

Foto de Carla Cardarelli

De chica, leía muchísimas horas y se pasaba muchas otras soñando despierta. Contó en algún reportaje que mientras sus hermanas y primas jugaban, ella estaba en su mundo, pero su sentimiento era doble, por un lado cierta ajenidad o extrañeza con su entorno; por otro, encontrar el consuelo en la lectura y la escritura, para esa otra sensación de ser como de otro planeta.

Inés Garland es agradable y espontánea, y se percibe cierto ensimismamiento, lo cual no la hace inabordable, todo lo contrario, es simpática además de cálida.

El contacto fue por correo, y en el intercambio nos enteramos que estaba por viajar a un festival en Ucrania. Nos ofreció hacerse tiempo para las respuestas, en el viaje de ida. “Tengo 28 horas de vuelo así que puede ser un buen momento para contestar ¿no?”, escribió. Finalmente, lo hizo en medio del festival, después de disfrutar los días previos que para ella eran las primeras vacaciones en años. “Quise desconectar (no de la escritura que es como respirar, pero sí de otras cosas). Ya voy a sentarme a contestarlas.”

Y lo hizo con toda generosidad. Acá las tenemos, y compartimos con ustedes.


Foto de Ale Guyot

Foto de Ale Guyot

M. Inés, cuando uno busca datos biográficos tuyos, encuentra que se te describe como: “escritora, traductora y tallerista”. También “guionista y biógrafa”, “colaboradora de distintas publicaciones y editora de una revista”. ¿Creés que te definen? ¿Vos, cuáles elegirías?

Cuando era joven, mi profesora de taller se desesperaba porque yo enseñaba gimnasia en lugar de “ser” escritora, así lo decía ella: “ser”. Yo escribía todos los días, pero solo mostraba mis cosas en el taller, y ni se me ocurría mandarlas a un concurso, mucho menos a una editorial. Ella me decía “sos lo que hacés, sos profesora de gimnasia, no escritora”. ¿Qué nos define realmente? No hago guiones hoy en día, pero si alguien me lo propusiera seguramente probaría. Estudié en su momento, leí los libros de Syd Field con sus estructuras clarísimas, investigué tantas maneras de la escritura. Creo que lo que me define es la búsqueda permanente, las preguntas que nunca se contestan, o se contestan para volver a aparecer con otro disfraz.  Una de las grandes cuestiones de mi vida es que no puedo definirme o me defino de maneras que no coinciden con las definiciones ajenas. Por suerte. No soy bondadosa conmigo misma y son mejores las definiciones ajenas. No elegiría ninguna cosa porque lo que hago lo hago momento a momento, tratando de estar toda ahí, en lo que sea que estoy tratando de hacer.

M. Otro dato nos dio curiosidad: “escritora por encargo”, ¿ese dato se refiere a una época de tu vida en que escribías biografías? ¿Qué biografías escribiste?, ¿de alguna de ellas surgió alguna de las historias que nos contás?

Escribí por encargo un libro de terapia corporal del Sistema Río Abierto para María Adela Palcos, un libro de Constelaciones familiares para Jazmín Gulli, la biografía de un señor de 81 años que quería dejarles de legado a sus descendientes la historia de cómo escapó de Turquía en los años ’20 y terminó en la Argentina armando un imperio. También entrevisté a un hombre muy conocido en los ’60 que se había quedado cuadripléjico a los 28 años y quería contar su vida. Muchas de las cuestiones que surgieron en las entrevistas a este hombre dieron pie a “El rey de los centauros”.

La vida del protagonista de la novela tiene más que ver con mi vida y la vida de mis padres que con la de él, pero el hecho del accidente, la desesperación posterior, la cuestión de la fama y el glamour y la pérdida de todo eso, la amargura y muchos otros detalles se los robé a él. Y el hecho de que en un vínculo con alguien, una enfermedad como esa puede desaparecer frente a la fuerza del alma, por decirlo de algún modo. Después hice lo que hago cuando escribo: una mezcla de realidad y ficción que apunta sobre todas las cosas a contar una historia de la mejor manera posible, sin respetar la realidad y sin pensar en lo que es autobiográfico y lo que no.

M. Contaste muchas veces que escribías desde chica, pero no le mostrabas a nadie lo que hacías, por ser muy exigente y sentir que no estabas a la altura de los que considerabas “grandes escritores”, ¿cuál es tu concepto de un escritor grande?, ¿te referís al reconocimiento del lector?, ¿o la valía de un escritor para vos depende de la crítica?

Foto de Carla Cardarelli

Foto de Carla Cardarelli

La valía de un escritor es su honestidad consigo mismo y la búsqueda estética y espiritual en su trabajo. Para mí escribir es una actividad espiritual, si un escritor no escribe porque le es absolutamente necesario contar lo que cuenta, si escribe por motivos que tienen más que ver con seducir al público a toda costa, es un escritor que no me interesa. Un escritor grande es uno que sabe que tiene un amante posesivo y tremendo que es su trabajo, su pasión, su obsesión, de alguna manera su condena y de otra su salvación. Lo que diga la crítica no tiene que ver con eso, aunque a todos nos gustan las buenas críticas y nos duelen las malas.

Y los lectores son un mundo aparte. No creo que la cantidad de lectores marque a un grande. Dicen que la buena literatura es como la crema en el café: termina subiendo a la superficie. Pero hay escritores, como Lucía Berlín (nota de M: autora estadounidense reconocida póstumamente por su Manual para mujeres de la limpieza, considerada por muchos como la Carver femenina) que recibe su reconocimiento ahora, once años después de su muerte, que me hacen saber que ni las críticas ni los lectores marcan a un grande. Yo la leí en inglés, antes de que la tradujeran y llamé a Eterna Cadencia para que por favor consiguieran los derechos porque yo me moría por traducirla. Los derechos ya los tenía Alfaguara, el libro salió al poco tiempo en España y ahora acá, le gusta a todas las personas a las que se lo recomiendo, está  reconocido por la crítica como un gran libro y lleva vendidas varias ediciones. ¿Por qué de repente se la conoció? ¿Por qué me pareció a mí una grande? Porque es honesta, porque se expone, porque está ahí, totalmente entregada y porque tiene oficio para transmitir esa entrega. Pero no es el oficio lo que hace a un gran escritor. Es la entrega. 

M. Nos consta el agradecimiento que siempre testimoniás respecto de quien llamás tu maestra, Liliana Heker. ¿Cómo llegaste a su taller?, ¿qué herramientas adquiriste para tu escritura?

Quería participar de un taller y llamé al de Abelardo Castillo. Él me entrevistó, le llevé una lista  de mis lecturas y alguna cosa más que no me acuerdo. En el momento me dijo que sí, pero durante la semana en la que iba a empezar, llamaron a mi casa y la persona que atendió el teléfono me dijo que me habían dejado dicho que no fuera. Sentí que Abelardo seguramente lo había pensado mejor y me había rechazado. Fue devastador, pero me repuse y la llamé a Liliana. Después me enteré de que el mensaje había sido que el taller se suspendía esa semana, se había muerto el padre de Sylvia Iparaguirre, pero era una simple postergación. Mi baja autoestima me jugó una mala pasada, pero el destino quiso que terminara en manos de Liliana que fue fundamental para mí.

Lo más importante que me enseñó Liliana fue a saber que escribir es también corregir, y que sin una primera versión, por más mala que sea, no se puede hacer nada. Y que hay que vencer la resistencia y ponerse a trabajar. Me enseñó el rigor, a darle más importancia al proceso que al producto. Pero, sobre todas las cosas, Liliana entendió lo que yo quería hacer, me supo leer, me empujó a decir lo que necesitaba decir y creyó en mí. Creyó en mí más que yo misma, algo que no es difícil porque sufro de una exigencia casi paralizante, pero ella y mis compañeros de taller lograron que pudiera moverme.

M. Solés decir que te cuesta pensar en los lectores cuando escribís, porque te sentís expuesta de alguna manera, pero al mismo tiempo reconocés haber escrito cuentos feroces sobre tu familia, me detengo en ese adjetivo y te pregunto, ¿lo autobiográfico en algunos de tus relatos, es una forma de venganza?

Creo que la escritura muchas veces es una forma de venganza. Pero también lo autobiográfico es una manera de entender. Los relatos terminan siendo más verdaderos que la realidad, más coherentes con la verdad interior de los sucesos, menos azarosos e imprevisibles, tienen un orden intrínseco que en la realidad, si lo hubiera, a veces creo que sí y a veces que no, es muy difícil de entender.

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En las escaleras Potemkin, Ucrania, Septiembre 2016. Festival Internacional de Literatura Odessa

M. Te declaraste seducida por la poesía de Sharon Olds (San Francisco, 1942), de quien hiciste la traducción de decenas de poemas, sólo por compartir con amigos a los que les gusta la poesía, pero no sabían inglés, con la intención de que conocieran una voz que te “enloquece”, usando tu propia expresión.

Curiosamente, para la crítica especializada de su país, la de Olds, es una voz incómoda, por la radicalidad con que trata temas dolorosos a lo que no somos ajenos los seres humanos. Dijo ella: “A muchos les molesta la manera en que abordo la sexualidad o ciertos aspectos de la intimidad familiar como qué significa ser madre o ser hija. O que escriba la dolorosísima crónica del abandono de una esposa por parte del marido. O las fases terribles de la muerte de un padre, víctima de cáncer”.

M. ¿Te identificás en esa voz, de alguna manera, al ser consciente de que incomodaste muchas veces, sobre todo a tu entorno familiar, en esa tarea de hurgar o develar a través de tu escritura temas que normalmente se ocultan?

En una entrevista Sharon Olds aclaró que sus poemas no son autobiográficos sino aparentemente personales. A mí, como a ella, me consta que lo que escribo es compartido, en mayor o menor medida, por muchos de mis lectores, que las emociones que necesito narrar, la manera en que hurgo en ellas para sacarlas a la luz, las vuelve más universales. Entonces ¿qué es “lo autobiográfico”? Ni que fuéramos tan diferentes los seres humanos. Es difícil esa conciencia de particularidad y de universalidad que conviven en mí. El gran desafío es contar de algo los detalles significativos, que tenga un sentido en la historia que estás contando. Es eso lo que lo vuelve universal. Y, si en el camino hay que mentir con respecto a lo que pasó, hay que agregar, tergiversar, torcer los hechos, inventar motivaciones a las personas, pues, cuánto lo siento. Mi amante es la literatura, no la realidad ni el pudor de no exponerme ni lo que vayan a pensar los demás de mí o de las personas que creen identificar en mis textos. Yo uso de la realidad lo que sirve a los propósitos de lo que quiero contar. Lo que manda es lo que quiero contar.

20160929_194159_resizedM. Confiaste en alguna entrevista que no decidirte a que tu vida pasara principalmente por la escritura, te producía una insatisfacción con la vida en general, por cuanto de solitario tiene la actividad, pero que te organizaste para no estar tan disponible para los otros, en cualquier momento o a su antojo. ¿La escritura es tu manera de relacionarte con los otros? ¿Al haber tomado la decisión de dedicarte a escribir, sentís que saldaste una deuda con aquélla niña solitaria que escribía sin compartirlo con nadie?

La verdad es que no sé. La escritura es, claro, una manera de relacionarme con los otros. Yo soy alguien que escribe mucho y que ama lo que hace y trato de que  mi vida se arme alrededor de eso. Cynthia Ozick tiene un ensayo en el que dice que los escritores somos malas personas, que la familia se termina dando cuenta de que eludimos compromisos, cumpleaños de sobrinos, reuniones familiares, de que por más que tratemos, la escritura está primero. Escribir desarrolla un hábito monstruoso: el de estar adentro y afuera de las cosas a la misma vez. La niña solitaria es la causa de que yo escriba. No tengo nada que saldar con ella. Sigo sintiéndome profundamente sola, participando de las cosas y mirándome participar, pienso demasiado, sufro inútilmente, me juzgo, me narro, trato de controlar la vida como si fuera un relato y no lo logro. Pero por suerte escribo y ese es mi consuelo y el consuelo de otros a los que les cuesta encontrar palabras para lo que sienten.


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Piedra, papel o tijera, la escribiste en su origen para adultos, pero tengo entendido que fue catalogada como una obra dedicada al público juvenil. ¿Cuál creés que fue el motivo de esa metamorfosis? ¿Las reglas del mercado editorial condicionan al escritor en sus convicciones?

Escribí Piedra papel o tijera para adultos, pero Julia Saltzmann, que era mi editora, pensó que era una novela que gustaría mucho a los jóvenes, y su colega María Fernanda Maquieira, editora de la colección juvenil de la editorial, coincidió con ella. Supongo que lo que las llevó a pensar eso fue que la novela  es una novela de crecimiento, y describe muy profundamente emociones que tienen que ver con esa época de la vida, con el paso de la niñez a la adolescencia, con el primer amor, con la primera experiencia sexual y con todo eso inmerso en el contexto histórico de la dictadura, que, aunque es un telón de fondo, da la dimensión de cómo la Historia afecta  la vida privada, de cómo está hecha, también, de la suma de vidas privadas aunque no la pensemos así.

Me resisto con uñas y dientes a ser condicionada por el mercado editorial. El mercado es otra cosa aunque lo tengamos metido en nuestras vidas de maneras que muchas veces no podemos  ni sospechar. Hay que estar muy atento a esa presión. Yo trato de estarlo.


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Volviendo a tu poeta preferida, ella se autodefine como una poeta no intelectual, y declaró que en muchas oportunidades le preguntaron dónde se formaban sus poemas, y que no sabía qué decir, de la misma manera que no sabía qué era la imaginación. ¿Considerás que la escritura solo requiere del trabajo constante, como única condición, o se requiere una condición innata?

20160929_193142_resizedNo lo sé. Lo único que puedo decir es que los escritores no somos todos iguales. Doy clases hace mucho. A veces hay gente talentosa que no logra nunca tomar el toro por las astas, que se evade con trucos exitosísimos de su propio deseo –yo misma lo hice durante años así que sé cómo es posible hacerlo y pesco muy bien a mis alumnos que pecan de abonar permanentemente a la insatisfacción—muchos de ellos dejan y vuelven o dejan para siempre por motivos muy válidos que muchas veces tienen que ver con mandatos familiares o sociales. La  condición para escribir es la entrega, como dije más arriba, estar dispuesto a las consecuencias. Y las consecuencias son diferentes para las diferentes personas. Es un tema de prioridades. No es fácil tener hijos, ir a los actos escolares, cocinar rico todos los días, trabajar, ganar dinero, acordarse de pagar las cuentas, estar disponible para  los amigos, tener la casa ordenada, estar en buen estado físico, ir al médico a hacerse los chequeos, viajar y conocer el mundo, estar en contacto con la naturaleza, tener un marido o un novio o un amante, no enloquecer con la demanda y además darle a la escritura el tiempo y el espacio que necesita. Hay que aprender a renunciar, a meterse en los laberintos emocionales de la escritura y dejar muchas otras cosas de lado. Y, por lo menos para mí, es una elección totalmente inédita en mi entorno de origen y eso me hace una exiliada y me trae momentos de profunda zozobra. ¿Qué si todo esto fue un error?

M. Te declaraste muchas veces una outsider, en el mundo de los escritores, a quienes en general considerás no muy generosos. ¿Al comenzar tu recorrido como escritora, en qué sentiste más esa falta de generosidad? Y en la vereda opuesta, ¿quiénes y en qué han sido más generosos con vos?

Muchas veces digo cosas en un momento determinado—en esta misma entrevista probablemente—que no sostengo siempre. Estaría enojada o sentida por algo. Hay escritores generosos y escritores que no lo son. Me costó entrar en el mundo de los escritores, si es que hay tal cosa, más por el lema de Groucho Marx de  “no pertenecería a ningún club que me aceptara como socio” que por ninguna otra cosa. Y muchos escritores comparten eso. No sé cuándo lo dije, pero hoy en día tengo muchos amigos escritores y son generosos conmigo. Sí me pareció, en algún momento, que los escritores no eran generosos como maestros, que a algunos les gustaba rodearse de un halo de misterio y no compartían libremente sus descubrimientos con respecto al oficio.

Pero después pensé que tal vez los hay que no saben enseñar o no tienen paciencia o están convencidos de que no se puede enseñar a escribir y abominan de los talleres. Y no es necesariamente porque no sean generosos, es porque no es lo suyo, y a veces lo hacen porque no es fácil vivir de la literatura y los talleres son una buena manera de ganar algo de dinero. Pero esto es aplicable a los maestros en general. Nadie que no ama enseñar debería hacerlo, pero la vida no es tan fácil como eso ¿no? La gente siempre se divide entre las personas generosas y las mezquinas en diferentes grados de ese espectro y ni siquiera es constante el rasgo porque alguien mezquino  puede tener un acto de generosidad y viceversa.

M. Respecto de lo anterior, se me ocurre preguntarte si reconocés amigos dentro del mundo literario, y quiénes son. Y si podés reconocer la satisfacción más grande que sintieras después de decidir dedicarte a la escritura. Un premio, un reconocimiento, una posibilidad, una expectativa, que puedas mencionar.

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Foto de Carla Cardarelli

Ay ay ay. Estas cosas siempre terminan con algún olvido. Tengo muchos amigos en el mundo literario, cada vez más, pero realmente no quiero empezar la lista porque me voy a olvidar de alguno seguro. En los agradecimientos de mis libros están los que me ayudaron a trabajar mis textos. En una época me juntaba con Pablo Ramos a leernos, con Mori Ponsowy en otra, ahora con Julián López, con Daniel Escolar. El otro día hablando con Diego Muzzio dijimos de juntarnos a leernos. Admiro  a todos estos colegas y a muchos otros. Me gusta estar con escritores, son gente con problemas y con  un amor complicado que es la escritura. Y lo cuentan. Eso los hace interesantes para mí.

La satisfacción más grande en forma de premio fue el que me gané en Alemania. Es un premio muy importante y yo soy la primera y única hispanoparlante en ganarlo en los 60 años desde que se inventó el premio. Es un premio que ganó, por ejemplo, Roald Dahl. Esto lo descubrió mi hija, y cada vez que me atacan los demonios del autodesprecio (muy seguido, hay que decirlo) ella me lo recuerda. No me lo esperaba para nada. Es más, tardé como diez minutos en darme cuenta de que era mi novela la que habían mencionado en el escenario. Fue un momento muy feliz. Después todo se acomoda y volví a mi montaña rusa, a mis días de desazón y a mis días de entusiasmo, como todo el mundo. 

Siempre les digo a mis alumnos que los premios no quieren decir gran cosa, pero es muy feliz ganarse uno. Y a veces el primer premio que alguien se gana como escritor, aunque sea una mención en un concurso de barrio, es el espaldarazo necesario en ese momento. El premio Desde la gente que gané en el ’98, con Sylvia Iparaguirre y Juan Forn de jurados, me puso piso bajo los pies. Los que vinieron después me afirmaron, pero el de Alemania fue una explosión de fuegos artificiales.

M. Y ahora sí, la instituída como última pregunta. La que tiene que ver con la tarea de “buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y dejarle espacio”, como dice Italo Calvino en las Ciudades invisibles, que nos inspiró tanto en la búsqueda fundante de Mégara. ¿Cómo hacés vos, Inés?

Trato de ponerle conciencia. Mi infierno soy yo misma, no los otros. En medio del infierno, mi escritura es lo que no lo es, pero mi parte destructiva apunta justamente contra eso. Cuando mis pensamientos se vuelven obsesivos y autodestructivos me cuesta pararlos. Necesito darle espacio a la escritura, crearle un tiempo. Para eso hay algo del orden, salir a caminar, no dejarme invadir, estar sola sin sufrimiento, no compararme con otros, creer en mí misma, usar mi imaginación para mis historias en el papel no para las que invento en la vida real. Es un trabajo arduo. Como bien sabe cualquiera que se conozca bien, sufrir y ahogarse en el infierno conocido tiene algo de tranquilizador. Al menos estamos en control. Lo desconocido es aterrador. Podría no ser un infierno. ¿Y entonces qué haríamos?


Si lo que hace grande a un escritor, es la entrega, ella es una gran escritora. Hasta para responder nuestras preguntas, se brindó entera, con su sonrisa ancha y luminosa, la de esa niña solitaria que asoma y sigue siendo la causa de que ella escriba.

Para ella y para consuelo de otros a los que les cuesta encontrar palabras para lo que sienten.

«Sos lo que hacés», le decía su profesora de taller, desesperando porque ella seguía enseñando gimnasia. Definitivamente. Inés Garland es una escritora que sin saberlo, sigue enseñando gimnasia, la de la buena escritura, esa que te rescata de cualquier exilio.

 “Te saqué los signos de puntuación después de los signos de preguntas porque en rigor los signos de pregunta son signos de puntuación y no llevan «refuerzo» (soy un poco maestra ciruela, ¿vio?) No entendí por qué se ponía rojo a veces, pero lo corregirás vos. Te mando un abrazo y espero que te gusten las respuestas. Sigo en Ucrania y el festival está buenísimo”.

Gracias a Inés, por las respuestas, por la foto del festival, por haber sacado los puntos después de los signos de interrogación de nuestras preguntas, por darnos el título; pero sobre todo, por lo que hay más allá de cada uno de esos gestos.

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Sandra Patricia Rey
Sandra Patricia Rey
Autora del libro de cuentos Matrioshkas; Pegaso, un libro infantil ilustrado; y del poemario No hay más vuelos reales.

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