Medianoche en París

Por más lectores profundos
7 enero 2018
Madre mía
15 enero 2018

Medianoche en París

Todo lo que podamos decir de Medianoche en París (2011), esa película de Woody Allen que cuenta la historia de un guionista de cine, iluso y en cierta forma fracasado, con Owen Wilson y Rachel Mc Adams como protagonistas, y un gran elenco; va a resultar reiterativo, si no le encontramos la vuelta. Plantearlo desde alguna peculiaridad, es nuestro objetivo.

El viaje de Gil a París,  con su prometida Inez, es mucho más que la búsqueda de inspiración para un aspirante a escritor, es un tributo al sentido de la literatura en la vida. Si hay quienes sostienen que la literatura es evasión, es evasión de la buena. Nos apartamos del mundo real, de nuestro entorno con sus más y sus menos, para conocerlo mejor

¿Alguien duda que la película de Allen, es la lectura cinematográfica de París era una fiesta (A moveable feast, en el original), de Ernest Hemingway? Que nadie dude, lo es.

Lo curioso es que la obra de Hemingway es póstuma, una recopilación de memorias de su vida en esa ciudad espléndida, en la década del ‘20, cuando no era aún el gran escritor que sería después. Fue publicada en diciembre de 1964 en los Estados Unidos, por Editorial Scribners. Y se puede decir que llevada al cine por Woody Allen, quien recurre a infinidad de guiños intelectuales que pueden ser pasados por alto por más de un espectador.

“Si tienes la suerte de haber vivido en París cuando joven, luego París te acompañará vayas donde vayas, todo el resto de tu vida.”

Woody Allen consigue, con un gran despliegue visual y metafórico, sumergirnos en una época dorada, en la cual el propio Hemingway describió que bastaba con estar allí, aunque se fuera pobre, para ser feliz.

“Llegar a todo aquel nuevo mundo de literatura, con tiempo para leer en una ciudad como París, era como si a uno le regalaran un gran tesoro.”

París fue una fiesta para Hemingway, que establecido allí con su primera mujer, entabló grandes amistades dentro del círculo intelectual de escritores y artistas de esa época, destacándose tres grandes personalidades: el escritor James Joyce, la crítica Getrude Stein y Silvia Beach, la editora: el artista,  el crítico y el editor, como referentes estéticos para imitar, por parte de los jóvenes artistas de esa época, en todas las disciplinas.

En esa búsqueda de inspiración para escribir su ópera prima, la magia de la ciudad luz lo alcanza, y un Owen Wilson caminando a la medianoche, muy parecido en el andar al propio Allen (nada es casualidad); se pierde en un callejón, para encontrarse, podríamos decir.

Si el personaje está aburrido de la vida moderna, y nada lo conforma, fracasando en cada intento de sociabilizar inclusive con el entorno de su novia, perderse en la búsqueda por encontrar su hotel, resultará providencial.

Un coche antiguo se detiene a la par y lo invita a subirse, para transportarlo al pasado, a esa época dorada y revulsiva de los años ’20. Francis Scott Fitzgerald al comando de esa especie de máquina del tiempo o fiesta movible del título original en inglés ya citado, y su esposa Zelda, son quienes lo invitan a subirse para asistir a una fiesta. ¿Cómo rehusar la oportunidad de conocer en persona a sus admirados artistas y escritores: Pablo Picasso, Djuna Barnes, Henry Mattisse, Salvador Dalí, Luis Buñuel T.S Eliot y el propio Ernest Hemingway, entre muchos otros.

La película que muestra los tantos vasos comunicantes que existen entre la vida y la literatura, además de ser un tributo a la fiesta que era París, parece ser otra recreación cinematográfica. La de uno de los cuentos que Allen publicó en The New Yorker: The Kugelmass episode.  En ese relato, aburrido de su vida y matrimonio, el profesor Kugelmass, cultor de la novela Madame Bovary,  es quien decide conocer al personaje, acudiendo a Persky -un mago de segunda-,  y su gabinete mágico, para que lo ayude y así introducirse en la historia que tanto admira.

Esa es la peculiaridad que queríamos compartir. Por arte de magia,  Medianoche en París, se convierte en una variación del cuento de Allen, que ganó nada menos que el premio O’ Henry en 1978, por la mejor narración corta del año.

Pero hay mucho más, si atravesamos la pantalla, si nos detenemos en cada diálogo, si pensamos en la idiosincrasia del entorno de Gil, y en la crítica que dirigen cada vez que él elige salir en la búsqueda de esos lugares que fueron frecuentados por sus referentes literarios, tan admirados. Sí. Es que si la nostalgia puede ser negación del presente, también es la posibilidad de no renunciar a ciertos modelos ideales del pasado, que definen quizás nuestros anhelos y el valor para realizarlos.

El resto, qué decirles, si su valor reside solo, en las tomas magníficas de París que nos regala Woody Allen, o si es su mejor película, lo dejo a criterio del espectador, o del lector.

Lo que es seguro que nadie puede dejar de apreciar tanto talento. Entre los geniales artistas, tan bien retratados por el realizador, se destacan los escritores de la llamada Generación Perdida, nombre bajo el cual, Gertrude Stein, reunió a los escritores estadounidenses que fueron a Europa en los años de entreguerras, autores de obras inolvidables. Basta repasar algunos: Thomas Stearns Eliot y su poesía,  La tierra Baldía. Ernest Hemingway, y El viejo y el mar. Mark Twain y Las aventuras de Tom Sawyer. Francis Scott Fitzgerald y la también llevada al cine,  El gran Gatsby.

Foto sprey62, Museo Rodin. París (2013)

 

Sandra Patricia Rey
Sandra Patricia Rey
Autora del libro de cuentos Matrioshkas; Pegaso, un libro infantil ilustrado; y del poemario No hay más vuelos reales.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Pin It on Pinterest