En el jardín botánico de Adelaida, al sur de Australia, la gente forma filas interminables para observar una flor rara, como de dos metros de altura, con un olor muy parecido al de la carne putrefacta.
¿Cómo puede ser entonces que suscite tanta atención esta flor de nombre raro? Sucede que la bunga bangkai (flor cadáver en indonesio), solo florece cada siete años y dura apenas dos días. La planta que es originaria de las selvas tropicales de Sumatra, en Indonesia, está en peligro de extinción, y su olor a podrido sirve para atraer a insectos polinizadores como las moscas.
Una planta exótica, muy difícil de cultivar, que llama la atención por todas estas curiosidades. Solamente unas decenas de ejemplares florecieron en el mundo, en los últimos treinta años. Los expertos dicen que el crecimiento de la planta es vertiginoso, al punto de dejarla exhausta por el esfuerzo, de tal forma que al llegar a su altura máxima, comenzará a marchitarse.
Un prodigio de la naturaleza para admirar, tanto como un libro infantil que desde el título elegido y la ilustración de la portada, llama la atención.
Una niña de trenzas pelirrojas, mirada profunda y verde, como la rana en su cabeza, nos mira y nos invita a mirar.
No miraremos igual después de acompañarla en su odisea, y aprenderemos también nosotros que aún las cosas en apariencia malas o catastróficas que nos suceden, pueden ser, de alguna manera, buenas.
Ilustración de Virginia García Martínez. Nacida en Murcia en 1977, dibuja desde que recuerda, tal como ella cuenta.
Matilda huele a muerto, de Gloria García Carreras, con las bellísimas ilustraciones de Virginia García Martínez, moverá la curiosidad de grandes y chicos, y nos hará pensar mucho sobre diversos temas: el ser diferente, los prejuicios, el rechazo, lo sobrenatural, la muerte, la guerra, el amor, la solidaridad, el coraje y la familia; a través de experiencias difíciles de entender para un niño.
La literatura infantil no escapa a fórmulas y reglas, sin embargo estoy convencida que las historias que más lectores consiguen, son aquellas que nacen de un verdadero sentimiento y de una idea potente. Hay que tener qué decir y lanzarse.
“Si tu idea tiene corazón y el cuento posee un núcleo verdaderamente emocional, será más conmovedor y eficaz que cualquier retórica convencional.” (Escribir e ilustrar libros infantiles, de Desdémona Mc Cannon, Sue Thornton y Yazdia Williams, Editorial Acanto).
Como la nauseabunda flor cadáver, Matilda se convierte en un prodigio, y sus padres tratarán de comprender lo que sucedió con ella, y de acompañarla aún en las circunstancias más adversas.
¿Hay fórmulas para que una historia funcione? Creo que lo que hace que una historia funcione, depende de la emoción que logre despertar en el lector. En Matilda hay una niña que vivía feliz, en compañía de sus padres, hasta que deciden enviarla a casa de su tía viuda, porque ir a clases desde la campiña, tan distante, la exponía a distintos peligros, entre ellos, la guerra, en la que Otilia, la hermana de su padre había perdido marido e hijos.
Sin embargo, cuando quedaron atrás los animales con los que jugaba y se sentía compenetrada, no obstante el cariño de su tía, y la compañía de su padre que se quedó con ella para acompañarla al colegio; sería entonces, cuando distintos fenómenos se sucederían, a partir del primer día y nada más despertarse, con más pecas en la cara y sus trenzas más largas, en una casa que lindaba con el cementerio del pueblo.
Ser diferente puede dejarnos muy solos, salvo cuando quien nos ama, acompaña en el camino y busca las herramientas para ayudarnos a superar las dificultades.
Matilda y todos a su alrededor tendrán que descubrir por qué huele a muerto, lo cual trasciende el hecho de haber caído en una fosa abierta, un día en que la curiosidad de sus nuevos compañeros la empujó sin querer, cuando los sepultureros trabajaban en ella.
Ese hecho desafortunado la llevó de vuelta a su hogar, donde se seguirán sucediendo otros y otros más, que pondrán a prueba a quienes la aman.
Las ilustraciones son de una belleza singular, Matilda cobra vida y alma, de la mano de Virginia García Martínez, que dibuja desde que recuerda. No podía ser de otra manera.
Ilustración de Virginia García Martínez.
En Siete breves lecciones de física -reseñado en Mégara-, Carlo Rovelli dice: “La naturaleza es nuestro hogar y en la naturaleza estamos en casa. Este mundo extraño, variopinto y asombroso que exploramos, donde el espacio se desgrana, el tiempo no existe y las cosas pueden no estar en ningún sitio, no es algo que nos aleja de nosotros: es sólo lo que nuestra natural curiosidad no enseña de nuestro hogar. De la trama de la que nosotros mismos estamos hechos. Estamos hechos del mismo polvo de estrellas del que están hechas las cosas, y ya sea cuando reímos y resplandece la alegría, no hacemos sino ser lo que no podemos dejar de ser: una parte de nuestro mundo”.
En esta historia hay naturaleza, hay hogar en ella, hay animales, hay polvo de luna y un caballo blanco, hay caridad y amor, hay fantasmas y muertos, hay madres que echan raíces, polillas que comen la razón y los recuerdos, y ranas que espantan moscas.
Hay guiños a historias clásicas, como la de esa bisabuela que únicamente retuvo en su mente la visión de haber tejido jerséis para sus hijos, perdidos en la guerra, y cuál penélope «hasta el día en que murió, con ciento cinco años, siguió tejiendo por si sus hijos volvían».
Hay magia.
Liliana Bodoc, una escritora que admiro mucho, muy generosa y llena de talento, murió ayer, y yo busco sin querer distintas maneras de recordarla.
Ella ponía mucho énfasis en aclarar que la magia se trata de algo que existe desde siempre.
“Cuando digo magia ya existe; es un concepto tan viejo como el hombre, y lo mágico tiene la función del horizonte, que se corre para ir más lejos. El relámpago fue algo mágico, hasta que el hombre lo entendió, y siempre va a haber cosas que no podamos entender. De lo contrario, el mundo sería horrible.”
Hay muchas cosas de esta historia que quizás podemos no entender, pero algo es seguro, hay mucho de mágico en ella; y como lo mágico tiene la función del horizonte, que se corre para ir más lejos, allá vamos con Matilda. Qué bueno que haya historias tan bellamente contadas e ilustradas. Tanto como para conjurar miedos, y convertir la repulsa en encanto.
Dicen que por lo general, los escritores que escriben para adultos no leen literatura infantil, y que los que escriben esta última, no se leen entre ellos.
Al respecto decía la inolvidable Bodoc: “Los musulmanes tenemos una frase: «Es muy fácil entristecerse con el dolor ajeno; pero es muy difícil alegrarse con la alegría ajena». Creo que hay lugar para todos en el mundo. Creo en la lógica de las mercerías que se ponen todas juntas y se potencian. Estamos juntos y vendemos todos.”
Por mi parte, me gusta el concepto de la justicia poética. Realizarla sería, en este caso, que muchos escritores y lectores, compren y lean, Matilda huele a muerto.
Les aseguro, aunque suene paradojal, que Matilda huele a buen cuento. Ese destinado a contarse una y otra vez.
Ilustración Virginia García Martínez, que estudió Ilustración y Bellas Artes en Murcia, su ciudad natal.