Madre mía

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Madre mía

“20 de agosto de 2014. Empiezo a escribir. Quisiera utilizar un material distinto a las palabras. Escribir con tu pelo, por ejemplo. Con tus pómulos. Escribir sobre nada. Corregir una trenza en lugar de ortografía o repeticiones. Acumular tus rostros y que ellos revelaran sobre vos. Descubrir que tu cara no es calavera. Que todavía hubiera carne y piel. Color. Escribir, sobre todo. Ante todo escribir. Pero que ni hubiera palabras, ¿quisiera? Que ni hubiera las palabras que conservo, aquellas que me guardé…”  

Leí y releí ese párrafo del comienzo de Madre mía durante estos meses, varias veces. Hice cuadros sinópticos, dibujé flechas, remarqué frases, transcribí otras, pero no pude empezar a escribir sobre esta novela ni una línea. Hasta hoy. Hasta leer hace un momento a Florencia del Campo, decir en una conversación para El asombrario: «…escribir también se hace mientras se hace otra cosa…, ¿esas horas cuentan?.»

Sí, claro que cuentan.


14 de enero de 2018. Empiezo a escribir mientras hago un bizcochuelo, pienso y repaso ideas al batir los huevos, se me cae alguna y se confunde con la espuma. Quisiera evitar los lugares comunes, pero no hay manera. Me sale esponjoso.

Siempre perfecto, tan estúpidamente alto

su corazón inclinado ante nadie.

Escribir mientras se hace otra cosa es escribir poesía sin darte cuenta.

(“Los temas de la vejez y la muerte, tan recurrentes en la obra de la autora, se hacen carne también en este libro que despelleja el alma. Narrar la muerte de la madre. O: el libro sobre la madre.”,  dice Florencia del Campo al reseñar Una muerte muy dulce, de Simone de Beauvoir.)

La lectura de Madre mía nos deja en carne viva, cuerpo y alma. El uso de la primera persona se vuelve brutal, cobra tal fuerza en el discurso, que algunos soliloquios cortan la respiración, asfixian, laceran, duelen o dan rabia.

Narrar la muerte de la madre. O: el libro sobre la madre.

Me duele el estómago mientras escribo, pienso en otros libros escritos y en los no escritos sobre la madre. Pienso en el libro sobre mi madre.

(Material ajeno que al final me apropio. Pág. 18)


Empiezo a escribir esta reseña y recuerdo una situación, un evento, un comentario, una presentación, un libro, una frase. Es mucho el material que trato de ordenar, pienso en eso mientras abro ventanas en la pantalla, busco y rebusco.

* DE UNA RESEÑA de F. del C.: «Pensaba que tener hijos me curaría. Es una de las pocas cosas que no admiten simulaciones. Pero por muy bien que vaya todo al principio, por muy poco que sufras, al final hay que prepararse para lo peor… «. Me encantó esta novela de Rosamond Lehman (A LA INTEMPERIE)

* DE COSAS DICHAS POR AHÍ:

Cada vez que le tengo que cancelar una sesión a la fisio me siento como cuando le cancelaba a mi psicoanalista: con culpa, y luego el castigo. En qué momento construí con mi fisio esta relación?!!!! Es porque poner así el cuerpo me remite a cuando ponía mi psiquis; o porque me remite a la postura corporal del diván; o por qué?! Cómo se me van algunas relaciones de las manos… Más cuando se pone en juego el cuerpo. Se me van de las manos al resto. A pesar de tantos años de terapia y de kinesiología…

* DE UN CUESTIONARIO. Sus preocupaciones temáticas  son: La familia, la mujer, el cuerpo, la enfermedad, la vejez, la maternidad, la ética, los dilemas humanos, las neurosis… También: el extrañamiento ante lo cotidiano, la locura y la comunicación (o las dificultades para lograrlo).

* PARA HABLAR DE NATALIA GUINZBURG, HABLA DE TRENZA. SE NECESITAN TRES PARTES. Para hacer una trenza se necesitan tres parte que se irán entretejiendo alternativamente. Ella toma tres obras y enlaza los conceptos de léxico, virtudes y palabras.

(Material que aunque es palabra no se deja ver. Pág. 38)

(Material sin palabras. Pág. 43)

Trenza f. Enlace de tres o más ramales entretejidos de cualquier materia.

Enlazar, unir, acercar. Tal como Guinzburg, Florencia trabaja con mucho material propio de la no ficción. Y consigue una trenza estética, armónica, aunque a veces lo haga tironeando hasta doler.

Foto sprey, en Santiago de Chile, octubre de 2016.


Y vuelvo atrás para tratar de recordar cómo conocí a Florencia, ¿la conocí?, ¿la conozco?

Cuánto de la propia historia se ventila en estos patios virtuales, cuánto se vuelve ficción, cuánto hay por aquí y por allí que nos roza o nos arrasa.

Sin que nadie me sople, repaso y recito en voz alta: madres e hijos, distancia, geografía, extrañamiento, pertenencia, enfermedad, culpa, obligaciones, responsabilidad, reproches, moral, entrega, dedicación, manipulación, egoísmo, elección, decisiones, dilema.

(Recuerdo: algo que no ha sido protegido del todo por el olvido. Pág. 17)

«Solo puede revivirse en la memoria, y la memoria es un mecanismo que nos permite tanto olvidar cómo recordar; la memoria es arbitraria: redescubre, inventa, organiza», decía Tizón.


Florencia del Campo ha actualizado su estado.

29 de octubre de 2016 ·

Ayer al mediodía recibí por whatsapp la noticia de que a mi ex jefe lo mataron de un balazo. Me quedé mirando la pantalla del móvil, que me mostraba la foto de la noticia en el diario, y no podía sacar esa información del plano de lo virtual y de la ficción. Por varios segundos no entendí y hasta creo que lo negué. Luego me tembló la mano y enseguida me sentí muy mal. Estaba en un parque de Madrid, con un sol radiante y una bebé de año y medio. Enseguida vino una niña de 2 y pico a decirme cosas, me agaché, la miré, pero no pude darle nada. Me había quedado vacío el estómago, tenía un hueco, y sin palabras. Trabajé en la Editorial Sigmar tres años. En el parque pensé en mis compañeras de trabajo; en el despacho de Roberto, al que entraba para reuniones apasionantes o para pedidos de aumento de sueldo que no me resultaban. Pensé en la máquina de café. En la chica que limpiaba. Pensé: ¿cómo se limpia lo que se vacía de manera tan brusca y tremenda? Pensé en mis compañeros de trabajo frente a sus súper Mac. Pensé en Robin Hood y Mujercitas. La niña de un año y medio se tropezó y yo no la ayudé a salir de su caída. Miré alrededor: el parque me pareció que estaba en Buenos Aires. Recordé la Avenida Belgrano, escuché el ruido de los autos de Av. Entre Ríos, olí la panadería de siempre, clavé mis suelas en el séptimo piso de aquel edificio. Volví a Madrid y escribí un whatsapp donde puse las palabras «violencia» y «repentino». Pensé en mi hermana, en la Fundación el libro, en la CAL y hasta en los hermosos eventos de la entrega de Premios Sigmar, que no suelo perderme nunca, incluso desde que vivo en España. Me senté en la arena, agarré una pala, hice que jugaba: ficción. Y luego regresé a casa y leí los diarios argentinos. Realidad. Después la niña de año y medio me pidió cosas que le pude empezar a dar.

Noticia periodística . 28 oct. 2016 – El gerente de la editorial Sigmar, identificado como Roberto Gerardo Chwat (67), fue asesinado anoche de un disparo por delincuentes durante una entradera en su casa de Vicente López. Fuentes policiales agregaron a Online911 que todo comenzó cuando Chwat ingresaba a su vivienda. ( Fuente: www.online-911.com › Informes)

29 oct. 2016 a las 08:42

Somos dos desconocidas con amigos en común. Te leí recién, remoloneando todavía, a pocas cuadras de la casa de tu ex jefe. No leo los diarios últimamente, es casi una cuestión de principios. Prefiero la música y la charla, pero la realidad se impone. Algo me alertó anteanoche, al ver carros de asalto, policías y más policías. Mi suegra me dijo lo del robo y la muerte. Pensé en lo paradójico al escuchar de quién se trataba.

Tus palabras expresan esa paradoja, Florencia. ¿Sabés?, mi hijo mayor vive en Barcelona con su esposa, y siempre me corre de la tristeza, pensar en el próximo viaje y saberlo bien. Más seguro si se quiere. Me gustaría que pases por Mégara, hay entrevistas, reseñas de buenos libros y más; todo lo que suma o si querés,  resta violencia al mundo real. Lo que uno hace es real pero también utópico de alguna manera. Seguro que vos trabajás por un mundo mejor. Abrazo desde Buenos Aires, conmovida por tu sentir que finalmente encontró las palabras.


Florencia consigue limpiar lo que se vacía de manera tan brusca y tremenda, haciendo lo que sabe. Escribir. Parece que juega, con tanto material de ese que aunque es palabra, no se deja ver, impropio, extraño, turbio, de una sordidez que brilla. Parece que juega, pero escribe, y consigue lo que solo puede conseguir la buena literatura: conmover.

(Nunca me preocupó tan poco el paso del tiempo como durante los ratos que miré películas junto a vos. Pág. 30)

Ay, Florencia.

Hago buches con manzanilla helada, el puercoespín metálico que tengo en la boca me hace sangrar las encías, mientras vos (madre mía), me hacés llorar.

Me hacés pensar en monstruos y en monstruosidades. Propios y ajenos. Ya se lo preguntó Clarice, y vos lo recordás muy bien.

Todo tiene la precisión de un relojero, está trabajado como hacen los artistas de verdad, con sensibilidad y hermosura, dentro de la sordidez. Cada recurso permite bordar la escritura.

(21 de marzo de 2013. Estabas mejor, ya caminabas.

   Paralítica por un día.

   Heredaste la silla de ruedas roja que había sido de la abuela. Esa silla en la que tantas veces la vi sentada mientras vos le gritabas si era tonta, que tomara la leche, le gritabas ensordecedoramente, como a todas, como al gato, como a mí y a mis hermanas de pequeñas, como a mi padre en infinitas ocasiones.

   ¿Lobo está?

   Sí, está gritando.

   Pero, mamita, mamita, ¿por qué tiene la boca tan grande?

   Para gritarte mejor…¡Arrrggg!

Quiero que tu voz en ese tono se me borre para siempre. Recordar tu voz cuando insistía en mirar una película de Saura. Siempre Saura querías. Mamá cumple 100 años. Querías. Cría cuervos.

   Cría cuervos

    El día que llegué de la India, fui a tu casa, no te abracé y estabas pelada, nos acostamos las dos en tu cama y miramos La prima Angélica. Fue la última película que vi con vos. Fue la última película que viste. Mamá no cumple cien años. Por suerte.

   Y te comerán los ojos.

   Para comerte mejor. Págs. 157/158)


Con lo que uno trae a este mundo, se hace lo que se puede o lo que mejor se sabe hacer. Florencia hace lo que sabe hacer. Escribir. ¿Y yo? Escribo, claro.

Escribí una vez, algunos bizcochuelos esponjosos atrás:

     “Yo no quería que ella muriera en ninguna parte.

      Nunca.

      Jamás. […]

    Hoy sólo podría escribir cosas sencillas, escribir para no olvidar su nombre, escribir para que ella no deje de existir, escribir para recordar cómo hacerlo. Por momentos pienso que no quiero contar más historias y sólo ella podría decirme que no diga pavadas, que siempre hay algo más. Escribir porque dejar de escribir es morir. […]

      Siempre la escuchaba.

      Ya no hay ella ni hay siempre.”

Florencia escribe y derriba andamios. Con todo lo que tiene y lo que inventa, con lo perdido y lo que conserva, consigue mucho, como sucede con la mejor literatura.

(“Me quedé con pocas cosas tuyas: ningún mueble, algo de tu ropa, algunos libros, muchos psicofármacos. Pero sobre todo: con una lista de películas que querías ver”. Pág. 27)

A veces se escribe con el pelo, por ejemplo, o con el color de los ojos que resume todos los mares que hayas visto. Se empieza por escribir. Se quiere utilizar un material distinto a las palabras y se consigue hacerlo. Como cuando mirando una película, de espaldas una niña a su madre, los dedos se pierden en el cabello y lo van trenzando, sin querer. Escribir sobre nada. Corregir esa trenza y también ortografía o repeticiones. Descubrir que un rostro amado no es calavera aunque lo sea. Escribir, siempre hay con qué.

Mi mamá estaba en la cocina con el noticiero de fondo, pelando papas. A mí no me caía ni una lágrima, sólo era la parte blanca del ojo toda roja, pero no más que el resto de la cara por el sol. Mi llanto aprendía a camuflarse.

   Dejé caer el bolso en el piso y apuré los cuatro pasos que me faltaban hasta ella para saludarla. Quería saludarla, ansiosamente lo quería. Pero a ella todavía le faltaba apoyar el cuchillo en la tabla, secarse las manos en el repasador, girar cuarenta y cinco grados y sonreír. Así que yo congelé mis movimientos y mis gestos a su lado hasta que su abrazo sucedió.” (Pág. 60 de Rupturas y Riñas, de Florencia del Campo.)

    

      “No podía bailarla ni esculpirla; no la podía hacer una danza ni un objeto; tenía que escribirla, escribió Cortázar.

Ante el vacío, solo puedo escribir (ya no puedo abrazarla).”

Madre mía.


Ediciones

Mi ejemplar es de la primera edición de octubre de 2017, a cargo de Lara Moreno, como editora invitada para Caballo de Troya (para entrar o salir de la ciudad sitiada), lo compré por Amazon y vino en un avión como el de la portada.

Sandra Patricia Rey
Sandra Patricia Rey
Autora del libro de cuentos Matrioshkas; Pegaso, un libro infantil ilustrado; y de los poemarios No hay más vuelos reales (Editorial En Danza) y Altar doméstico (La Ballesta Magnífica)

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