Lengua madre

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Lengua madre

De manera que podría decirse que ella es hoy, a poco de morir su madre, una hija que la está buscando. Una hija que hace nacer a la madre de entre unos papeles, unas cartas.” (página 15)

Yo también hice nacer a mi madre de entre unos papeles, unas cartas que ella me escribía y no me dio, las dejó guardadas en un cajón de su cómoda, con la evidente intención de que las encontrara;  y así fue, un par de años después de su muerte, cuando estuve lista para buscarla entre sus cosas. Nunca estuve lista para entender el por qué de su decisión.

La letra de su madre, la letra y la inicial de su nombre al pie de la letra, pero ¿por qué estaba esa carta de su madre en la caja, cuando las cartas están hechas para ser enviadas?” (página 22)

Lengua madre es una novela epistolar que habla de madres e hijas, de memoria y desamparo, de desarraigo y de distancias, de regresos y de olvido, de culpas y perdón, de miedos y reproches; y podría seguir enumerando, si no fuera más sencillo decir que habla de la vida y del amor.

La protagonista, Julieta, vive en Alemania, donde por una beca, trabaja en el Instituto de Romanística, trabajando en una tesis sobre Escritura de Mujeres, y para su proyecto: «saber si existe algo femenino, en el modo de escribir de las mujeres» (página  42), aunque ella deteste la palabra «femenino», eligió estudiarlo en la obra de Doris Lessing. El presente de la historia transcurre alrededor de sus treinta años, cuando vuelve a Trelew con motivo de la muerte de Julia, su madre, para cumplir con un pedido extraño, ordenar sus libros, con la indicación de entregar los que no le interesaran, a la Biblioteca Popular; y leer las cartas que dejó en una caja debajo de su cama.

Julieta, que nació en tiempos de la dictadura en Argentina, en diciembre de 1978, en el lugar donde se había refugiado Julia; por decisión de ella, para preservarla, creció con sus abuelos, en un pueblo de la llanura, Aldao, “en una casa al borde del campo en la que se vivía de un modo sencillo, sin demasiado dinero”, rodeada de un ambiente familiar. Realizar el deseo de su madre, permitirá reconstruir la vida de ambas, a través de esas cartas, que fueron y vinieron durante la época que estuvo viviendo clandestinamente en el sótano donde ella nació; pero también a través de otras, ya al retorno de la democracia, que explican por qué hay distancias que son imposibles de salvar.

Muertos sus abuelos y su madre, ya no tiene adónde regresar. Sabe que el exilio es eso: no saber adónde regresar. Así, sin esperanza y ya sin centro, vuelve a lo que fue. En busca de lo olvidado, al encuentro de lo oscuro, de lo ciego.”

Lengua madre es la historia de Julieta, yendo de un sitio a otro, siempre en búsqueda del lugar y el tiempo de la infancia perdidos; refugiada en los libros. Pero también es la historia de su madre y de su abuela.

Le han quedado en la boca, en las palabras, muchos rastros de la tierra donde se crió, donde están unidas las tres para siempre.

Abuela, madre, hija.

Las tres.” (página 61)

Y esa historia de las tres, es la de la pequeña tragedia personal de la protagonista, ligada a un contexto histórico y social que signó su destino. El exilio.

Aprendemos la lengua de nuestra madre, de allí la expresión lengua materna,  lengua popular, idioma materno, lengua nativa o primera lengua. Una expresión común y significativa, que define al primer idioma que se consigue dominar; la lengua madre, esa que es insustituible, en el caso de Julieta, la aprendió a través de su abuela. La voz de su madre, silenciada en un principio por la dictadura, luego por esa distancia emocional impuesta por las decisiones y circunstancias, y finalmente por la muerte; se hacía escuchar a través de esas cartas que expresamente le pidió que no tirara sin leer.

 “Le gusta mirar lo que fue de su madre, poner en una medida más justa las cosas en su sitio, querer un poco lo que ella quiso. Cuando era chica, escuchaba a menudo los reproches de su abuela para con su madre. Su abuela tenía razón, pensaba ella, lo ha pensado siempre. Sin embargo ahora, leyendo las cartas le parece que tampoco ha de haber sido fácil para su madre separarse de ella, estar escondida durante años dependiendo de la conmiseración de una familia que no era la suya para seguir viva; así como no ha sido fácil para ella, tampoco debe haber sido fácil para su madre tenerla lejos.” (página 112)

¿Cómo hacer para hablar del dolor, de la sinrazón, de los dramas personales y del social, del silencio y de las complicidades? ¿Cómo hacerlo sin resentimiento? ¿Cuál es la verdad?

Andruetto consigue hablar de la historia reciente, con la belleza que tiene la voz cuando sin alzarse, sin estridencias, se hace escuchar. El género epistolar, las fotografías, lo autobiográfico sutilmente confundido por la ficción, y el recurso de la tesis sobre Doris Lessing, son la lengua.

“Las personas son caníbales, si no se dejan en paz las unas a las otras.” Así escribe la Lessing en su obra El cuaderno dorado. Andruetto no canibaliza, solo habla, el resultado es una obra conmovedora, en la que el lector, al acompañar a la protagonista, batallará con sus propias contradicciones. Sobre el final de la novela, el narrador cuenta que Julieta leyó en alguna parte “que el rasgo central de cada época es casi imperceptible a los contemporáneos”, y se le revela lo más importante, sus padres “fueron personas para las cuales el sentido de la vida no era una cuestión individual”; mientras ella se considera singular. Pero lo más significativo es la comprensión de que su madre, al cabo, después de fracasar en tantos proyectos, de su lucha por no sentirse excluida de todo, de renegar por casi todas las cosas de la sociedad, logró encontrar ciertas claves para entender el mundo y vivir en él; cosa que a ella no le resulta tan sencillo.

A diferencia de su madre y de su padre, ella no emprendió ninguna batalla, como no sea la de seguir adelante por sí sola, sin la ayuda de nadie.” (página 47)

Julieta escuchó la historia, pero cada episodio de vida no pudo registrarlo como tal, hasta leer esas cartas. Hasta abrir esa caja, no podía evitar «una recorrida por el mapa de las contradicciones de su madre durante los años más oscuros de su país«, y reprocharle y reprocharle, por tanto. «Si el mundo está o no en sus cabales, si la gente vive bien o mal, a ella qué le importa. Bastante tiene con lo suyo. Y sin embargo, a la hora de elegir una escritora para su tesis sobre el discurso femenino, eligió a Lessing.«

Suelo decir que no existen las casualidades. Leo una entrevista en la que Doris Lessing dice: «Me he vuelto muy intolerante con las ideologías. Pertenezco a una generación de grandes sueños, de utopías de sociedades perfectas, y lo que ha ocurrido es que ha habido mucha sangre. He observado a gente de mi generación que tenía grandes esperanzas y ahora la veo muy rezagada respecto a sus expectativas. Ya no creo en esos sueños perfectos y maravillosos.»

Las cartas de la novela fueron escritas, según expresa Andruetto en la nota de agradecimiento final, sobre la base de palabras recibidas de su madre, sus hijas, sus sobrinas y amigas, guardadas en la memoria a lo largo de los años. Mujeres.

Su madre, su abuela, ella.

Su madre, su abuela.

Su madre, ella.

Ella.” (página 229)

Julia, Ema, Julieta. Mujeres.

Mi mamá escribía y celosamente guardaba sus palabras, aún las que eran para mí. “Hubiera querido vivir un poco mejor, pero me tocó estar así y lo asumo, aunque a veces me sienta caer en un pozo. Nada de lo que soñé se cumplió, pero es así la vida. Alguna vez tuve mi bosque propio, mi casa, hoy es recuerdo, por eso quizás tengo tan pocos recuerdos del pasado”. Yo, que sabía de su cansancio, a medida que pasan los años, puedo comprenderla cada vez mejor: “Sandrita querida: sé que aunque te escriba, no lo leerás al menos por ahora, pero quiero que estas palabras te ayuden algún día. Te quiero mucho, pero no lo sé demostrar, no sé si lo llegarás a comprender, puede que sí…”

Ella sabía quién era yo, lo supo siempre. Yo la hice nacer con esas cartas y esos papeles, cuando estuve lista para buscarla entre sus cosas, a su muerte. Más de treinta años después de haber sido escritas, en la única lengua conocida. Y con su letra de maestra, estilizada y pareja, casi un dibujo, que yo admiraba.

En la novela, al final de la caja (y casi de la historia), Julieta encontró un papel doblado, una carta de su madre para ella. Esa carta y un par de fotos, le acercarán algunas respuestas.

Andruetto habla de la vida y del amor, de la identidad y de la memoria, sin canibalizar, por eso conmueve tanto.

Lengua madre. La única lengua para contar la historia sin estridencias, sin resentimientos.

“¿Cuánto que creía propio le fue transmitido, sin palabras o con ellas, desde su nacimiento? Con una escritura más indeleble que la hecha con tinta, le fue transmitido.” (págs. 226/227)

Lengua madre. La única lengua para descubrir “la estremecedora belleza de la vida.”


Ediciones

Mi ejemplar es de la tercera edición, de julio de 2013, de literatura Mondadori, Random House Mondadori S.A.

Desde la estética, con una portada sencilla y despojada, un manojo de cartas y papeles sobre una cama -fotografía de la que no se conoce autoría y que me gusta imaginar pertenece a la Andruetto-, las citas elegidas para introducirnos a la historia y las palabras de Leopoldo Brizuela en la contratapa; se vislumbra una escritura intimista y conmovedora, celebratoria.

Dijo María Teresa Andruetto que “La lectura trata siempre de un encuentro, muchas veces bastante azaroso, entre un libro y un lector, un encuentro en el que el escritor y el lector descubren en diferido que hay otro que lo comprende. Por eso un libro es un espacio tan potente de comunicación entre los hombres.”

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Sandra Patricia Rey
Sandra Patricia Rey
Autora del libro de cuentos Matrioshkas; Pegaso, un libro infantil ilustrado; y de los poemarios No hay más vuelos reales (Editorial En Danza) y Altar doméstico (La Ballesta Magnífica)

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