A principios del siglo XX la media de esperanza de vida era de 31 años (menos de la mitad de los 67 años de principios del XXI) y el cáncer ocupaba un cómodo lugar, muy lejano de las principales causas de muerte. Los jinetes del apocalipsis de entonces eran, la neumonía, la gripe, la tuberculosis y las infecciones gastrointestinales. En el siglo XXI, en cambio, morimos de cánceres varios, de enfermedades del corazón, problemas respiratorios, accidentes, Alzheimer o diabetes.
Antes no se vivía lo suficiente como para desarrollar cáncer.
En una clínica de Temperley, en el año 1907, un equipo (¿una gavilla?) de médicos promete el método revolucionario (y falso), recién llegado de USA y Europa para la cura del cáncer; y haciendo caso omiso al juramento hipocrático (“ante todo, no hagas daño”) se obsesionan y llevan, hasta sus últimas consecuencias, una “iniciativa científica descabellada y cruel”, tal como se lee en la contratapa del libro.
La función en el relato de ese ente indefinido entre el reino vegetal y animal que da el título a la obra, una especie de ave fénix que renace de sus cenizas, es la de conectar la primera parte de la novela con la segunda.
En el 2009 de la segunda parte, un artista homosexual explora cambios estéticos, plásticos, artísticos, físicos; todos ellos, eclécticos, relatados para una tesis de doctorado que trata sobre su vida.
Y la comemadre, que pasa un siglo en latencia… desde cómplice en la locura científica de principios de 1900, hasta el acto morboso y artístico de principios del siglo XXI.
Larraquy cuenta ambos relatos de esta novela en primera persona. A mi humilde y fantasmagórica forma de entender, lo más logrado de la novela es el registro de los relatores.
Tanto la observación aguda, irónica y sentimental del Dr. Quintana como la obsesa y erótica del Artista (curioso, pero no se lo llama por su nombre) te llevan de la mano y logran lo que las buenas obras logran: sentirse parte de ellas mientras se leen.
Un buen momento, o mejor dicho, dos; para no perderse. Chau.
Nuestra edición es de Editorial Entropía, de la segunda reimpresión de la primera edición (2011), de septiembre de 2017.
Por supuesto el Ghost reader no compra libros, aunque lee todo lo que cae en sus invisibles manos.
De Roque Larraquy qué decirles. Nació en Buenos Aires en 1975 y nuestra obra reseñada es su opera prima. Además es autor de Informe sobre ectoplasma animal (2014, con ilustraciones de Diego Ontivero), otro inclasificable, como él mismo ha dicho; en una cuidada edición de libro objeto, de Editorial Eterna Cadencia.
En alguna entrevista confió que como muchos de nosotros, recuerda la biblioteca de su casa familiar como disparador del hábito y la necesidad de leer y escribir.
Respecto de la temática de sus obras, él arroja bastante luz.
"El tema de la pseudociencia me seduce porque se trata de un discurso fracasado. Es un discurso científico fracasado y que a fines del siglo XIX, principios del XX todavía no se terminaba de consolidar. Todavía no se había ganado la batalla entre la ciencia y las pseudociencias y esa batalla, en algún sentido, se libra en el terreno del lenguaje."
Él tardó unos cuantos años en escribir La comemadre y es considerado por una parte de la crítica como un autor "raro". Sin embargo, Larraquy no podrá ser rotulado como un escritor exótico o extravagante. Guionista y profesor universitario, es sin dudas un curioso, que convierte su timidez y se adentra en la investigación, para darle forma, a través de la ficción, a sus ideas y obsesiones.