La casa de papel

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La casa de papel

“En muchísimos casos, el libro es un objeto que nos va a acompañar toda la vida y no sabemos por qué: uno lo compra, lo lee, queda asociado a un momento de la vida y después, quizá, sus páginas no vuelvan a verse nunca más. Y sin embargo uno, como lector, necesita que ese libro esté ahí, en la biblioteca“.

Así dice Carlos María Domínguez, a propósito de su libro La casa de papel, cuya génesis responde a sus reflexiones acerca del libro como objeto y como símbolo de fidelidad y persistencia, a la necesidad de “desmitificar esa convivencia diaria con los libros, toda la solemnidad que los rodea”.

Realidad o ficción, podemos leer en una entrevista que el autor cuenta su propia experiencia en relación a la otra cara del amor por los libros.

¿Qué sucede cuando la biblioteca crece a tal punto que los libros amenazan con invadir la casa entera, cuando ya no alcanzan los estantes porque parecen reproducirse?

¿Bibliofilia o bibliomanía? ¿Cuál es la diferencia? Dicen los estudiosos que el primer concepto surge durante el Renacimiento y está ligado a la admiración y colección de cierto tipo de libros, únicos o inhallables, especiales y sofisticados. Los humanistas de entonces, la gente de la nobleza y los grandes señores, podían llegar a recorrer otros países en busca de un determinado ejemplar. La bibliomanía en cambio se identifica con lo enfermizo, con cierta condición obsesiva compulsiva; la necesidad de acaparar libros y libros.

Sin embargo es el propio Domínguez que nos acerca un concepto más cercano al espíritu de un verdadero bibliófilo, que no es un mero coleccionista: «La obsesión del coleccionista es la acumulación de objetos cargados de valor, se trate de obras de arte o de cajitas de fósforos; pero un bibliófilo es un viajero y quizá un conquistador de saberes. Para uno, el valor está encerrado, para el otro, está abierto, y es infinito«.

Si es verdad que Carlos María Domínguez, al instalarse del otro lado del charco, en la bucólica localidad de La Paloma de la costa uruguaya, cercana a la Laguna de Rocha, y mientras levantaba su cabaña, se representó que con la inmensa cantidad de libros que había acumulado, podía rellenar la estructura, lo ignoro; pero el argumento es fantástico y el resultado ídem.

Brauer, el protagonista de La casa de papel, es un bibliófilo que construyó una casa de libros, un hombre con una obsesión, perdido en su propio laberinto. Creo no exagerar si digo que pensar en mis libros emparedados, me dio repelús y jamás pude ni quiero representarme qué haría si mi biblioteca corriera algún peligro. Lo escribo y pienso en ese artículo de Aldous Huxley, que dio título a un libro de ensayos, Si mi biblioteca ardiera esta noche, premonitorio a todas luces si consideramos que años después de haberlo escrito, su biblioteca ardió en llamas.

Una nouvelle por su extensión, supera largamente la intención de rendirle tributo a los libros, esos compañeros de noches y días enteros, de viajes, de sueños, de travesías interiores; que para mí han sido siempre compañía y me han regalado mundos.

Es el propio autor el que cuenta que investigó la relación que establecen los lectores con sus libros, para poder ficcionar manías, obsesiones, pasiones, costumbres y ritos. “La pregunta fue ¿de qué modo los libros cambian la vida de las personas y viceversa, de qué modo las personas también cambian el destino de los libros, tanto en lo simbólico o cultural como en lo físico? Ese recorrido abarca a la lectura desde el placer del conocimiento, pero también desde su sensualidad, el goce de apreciar una buena edición, el papel, las letras como dibujos, las buenas ediciones.”

¿Puede un libro cambiar el destino de una persona? Carlos María Domínguez cuenta una historia que desde su inicio nos dice que sí.

En la primavera de 1998 Bluma Lennon compró en una librería del Soho un viejo ejemplar de los Poemas, de Emily Dickinson, y al llegar al segundo poema, sobre la primera bocacalle, la atropelló un automóvil. Los libros cambian el destino de las personas.

Lo atractivo de la historia es que, de alguna manera, contiene una advertencia en relación a los peligros que conlleva la lectura, y no justamente por esa anécdota, que pareciera pequeña y sin embargo es el punto de partida de una trama por demás ingeniosa.

En nuestras reseñas no nos gusta resumir la historia ni echar mano a la contratapa, y menos aún, agotar la sorpresa, de allí que solo diremos que Bluma Lennon era una profesora de Lenguas hispánicas en Cambridge, y fue tras su muerte, que se recibió un sobre a su nombre que contenía un ejemplar de La línea de sombra de Joseph Conrad. El remitente era un tal Carlos Brauer, y lo que llamó la atención a su colega, otro profesor de literatura argentino, sucesor de Bluma en Inglaterra; fue que el libro tenía restos de cemento y estaba dedicado de Bluma para Carlos.

La reconstrucción de la historia detrás del libro, su dedicatoria y el envío  volviendo como en círculo al comienzo, es ágil y atractiva, nos lleva junto al narrador en su búsqueda, nos mueve a reflexionar sobre nuestras propias obsesiones.

¿La lectura de un libro puede hacernos perder el juicio o la vida?

Ese es uno de los interrogantes que se plantean, a lo largo de la búsqueda que parte desde Buenos Aires hacia el interior de Uruguay, y si desde la dedicatoria: “En memoria del gran Joseph”, el autor celebra a Conrad y a su gran obra, La línea de sombra; también realiza un homenaje a Haroldo Conti y su Mascaró.

Una historia preciosa, un tributo de amor a los libros, llena de guiños.

Siguen siendo mis amigos. Me dan abrigo. Sombra en verano. Me protegen de los vientos. Los libros son mi casa.”

Así dice Carlos María Domínguez, y yo podría hacer mías sus palabras. El autor reconoció haberse visto sorprendido del gran suceso que tuvo su obra, trascendiendo tantas fronteras y multiplicándose en ventas. «Pienso que los lectores se reconocieron en la aventura del personaje (Carlos Brauer) y en la idea de que un lector es un viajero por el tiempo humano. Una aventura literaria que coincide con la del escritor en el sortilegio del ejemplar que llega a nuestras manos -uno entre miles- y se vuelve irremplazable. Es una tradición que, naturalmente, está viva en las obsesiones de Borges«.

Para viajar lejos, no hay mejor nave que un libro”, escribió Emily Dickinson, cuya poesía leía Blumma Lennon, y al llegar a la primera bocacalle, la atropelló un automóvil. Tan especial es la historia que no creo que la elección fuera casual.

“Si leo un libro y hace que mi cuerpo entero se sienta tan frío que no hay fuego que lo pueda calentar, sé que eso es poesía. Si físicamente me siento como si me levantasen la tapa de los sesos, sé que eso es poesía. Esta es la única manera que tengo de saberlo. ¿Hay alguna otra?”, escribió la poetisa.


Ediciones

Mi ejemplar es de la Editorial Alfaguara, de la primera edición de agosto de 2004. Completan el volumen, cuatro relatos cortos agrupados bajo el título Hombres en la costa.

La casa de papel se tradujo a más de veinte lenguas y la Editorial Mondadori publicó una primera versión ilustrada en 2007, sucediéndose nuevas publicaciones, alguna de ellas, de colección.

Sandra Patricia Rey
Sandra Patricia Rey
Autora del libro de cuentos Matrioshkas; Pegaso, un libro infantil ilustrado; y de los poemarios No hay más vuelos reales (Editorial En Danza) y Altar doméstico (La Ballesta Magnífica)

1 Comment

  1. Eme dice:

    ¿Bibliofilia o bibliomanía? me lo pregunté muchas veces y no me decido… jaja
    Mi problema es que cada libro que nombran y suena interesante lo quiero tener, por ende, este lo quiero también. Menos mal que no me puedo dar el lujo, sino mis hijos me echan de casa.

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