Hoy radio: de todo como en botica (de canallas, árboles y literatura).

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Hoy radio: de todo como en botica (de canallas, árboles y literatura).

Hoy hay radio y yo, que dicen que me voy por las ramas, en realidad vengo a hablar de las raíces de un árbol  y de tablas que alguien cortó a ese árbol, en el bosque .

“Tú y yo somos dos tablas que alguien cortó en el bosque a un árbol», escribió el poeta chileno Gonzalo Rojas y yo esta semana lo evocaba.

Pero también, ya verán, vengo a hablar de canallas, porque como no tengo nunca nada organizado, amante de los compendios como soy y nostálgica por herencia; mientras hoy iba y venía de mi madre, que cumpliría 93 (o cumple porque yo la sigo celebrando como si estuviera viva y pudiera abrazarme), leí de la presentación de un libro en Málaga, el jueves 4 de octubre, a las 19.30.

El convite lo hacía el presentador, Felipe R. Navarro, y el libro en cuestión es el de Gonzalo Campos Suárez. Y nuestro entrevistado (porque sí, yo entrevisté a Felipe R.)  dice así: “Gonzalo escribió un libro de cuentos, su primer libro de cuentos, Mi bello Fauvel, tal y como he dicho: sentado a una mesa haciendo dibujitos y luego juntando letras y letras, en vez de estar estudiando los últimos artículos publicados en la Revista Española de Alergología e Inmunología Clínica o en Clinical Reviews in Allergy and Immunology. Desde luego voy a pedirle cuentas de esta canallada, porque el mundo no necesita más canallas -y sin embargo les sigue votando, qué paradoja tan democrática y libertadora-. O tal vez sí, tal vez es mejor que la gente haga dibujitos y junte párrafos así en vez de hacer másteres no finalistas o tesis doctorales que no proponen tesis alguna. Qué hace más daño, un canalla declarado o un supuesto honesto. Hablaremos de eso y quizás de literatura, Gonzalo Campos Suárez  y yo, de la suya, y de la otros…”

¿Escribir es ser un canalla?; así lo afirma nuestro amigo, que además corre. Corre de correr, sí, y saca unas fotografías de amaneceres que resumen toda su filosofía.

Cada día, ceremoniosamente una fotografía, sin una línea, qué digo, sin una palabra.

“Uno se sienta un rato porque tiene las piernas cansadas de hacer kilómetros o le duele la espalda de estar horas y horas en una consulta oyendo penas de la vida moderna -decir moderno creo que es antiguo: ¿debiese escribir vida contemporánea, postmoderna, actual?-, se pone a hacer dibujitos automáticos en un papel, yo qué sé, dibuja rayas y luego las acota con más rayas hasta que aquello le parece que parece una chaqueta, y cuando le parece ver la chaqueta se le ocurren otras cosas, y se pone a pegar frases sobre la chaqueta, y cuando menos se lo espera, toma, zas, pum, hostiazo, golpe, eccema, se ha encontrado con un libro de cuentos.

En vez de seguir haciendo kilómetros, o paliando enfermedades de la vida de hoy -mira cómo he resuelto lo de antes-, en vez de planchar o ir a la compra, hay gente que escribe libros: canallas y canallas, esas gentes no merecen otro calificativo.”


¿Y qué tienen que ver los canallas, con las raíces de los árboles, las tablas que se cortan de los árboles, y la literatura?, pues voy a tratar de explicarlo, porque como todo tiene que ver con todo, aunque mi amiga Nicola aquí a mi diestra (según los lugares que ocupamos alrededor de esta mesa redonda como quien se sienta alrededor del fuego), sea quien afirma que me voy por las ramas, me anima siempre, porque ella dice que me sigue saltando de una a otra, escuchando la música de los pájaros, a veces cantando todos juntos, pero resonando cada uno en una parte.

Retomando entonces el hilo, yo quiero hablar de lo que empecé diciendo.

Porque hay algo que me da vueltas y vueltas y siempre vuelvo a la idea, sin encontrar respuesta. ¿Cómo es que existiendo alrededor de una, tantos  perfectos canallas, de esos se sientan en el rato que tienen o le roban al sueño o a eventos archi importantes a los que declinan ir porque prefieren ponerse a hacer dibujitos automáticos en un papel, y descubrir elefantes tragados por boas en vez de sombreros; muchos de ellos no son capaces de leer más de dos líneas completas?

Nada es casualidad, por eso la llave de la puerta a nuestra ciudad para este domingo en que mi madre cumple 93, me la dio don Felipe R. Navarro, porque él escribe largo, larguísimo y yo lo leo con religiosidad, siempre; y porque cuando yo escribo largo, larguísimo, él y un puñado de pocos, se detienen y siempre tienen una palabra que es motor, brújula, estímulo y aliciente.


Pero tengo que volver a las raíces, y como en la invitación a acompañarnos hoy, me declaré amante de los compendios, de los resúmenes de noticias o de pasar revista, les tengo que contar a los oyentes que no me leen que el martes pasado, 25 de septiembre, fue día de paro nacional, y yo escribía:

HOY VENÍA PENSANDO EN ESCRIBIR. O EN NO ESCRIBIR.

En una 9 de Julio desierta, mientras esperaba la habilitación del semáforo, sentí el viento en la cara y me llamé afortunada. Anoche me enteré de la muerte de una chica de veintipico de años, y ese fue el tamiz para las noticias con las que taladran las ganas, las emociones y la mirada.

Un día por delante y el viento en la cara.

Para mirar, por ejemplo, las raíces de esos árboles tan añosos y hacer juegos de palabras.

Para pensar, tal como me pasó ayer, que la poesía es el lenguaje que se me ocurre contra el de las bombas molotov.

“Pero ¿quién plantó ese árbol para que de él saliéramos y en él nos encerráramos?”, me dice Gonzalo Rojas, mientras cambia el semáforo.

Y cuando voy a postear al chileno y la foto de las raíces de los árboles, una vez más, la inteligencia artificial se empeña en que recuerde “un día como hoy».

Un año atrás yo escribí que hacía un año atrás, decía así:

«No sé si las cosas se nombran para no perderlas. Creo que es al revés: se las designa una vez perdidas, o cuando, de alguna forma, ya no nos pertenecen”, escribió Luis Sagasti. Qué buenos son algunos domingos como este que se está yendo, mezcla de primavera y de otoño en otra parte.

Fotografiando un árbol de corazones precioso, en homenaje a René Favaloro, me sorprendieron un par de fotos que mandaba mi hijo.

Lo imaginé paseando entre esas figuras de caras gigantes, en los festejos de La Mercé.
Yo pensaba en la palabra ejemplo y en los corazones que se rompen sin que nadie haga algo.

La pasión, las ganas, el impulso, el verano que es despedido allá y se va para otra parte.

La palabra, qué bueno cuando se dice a tiempo, cuando rescata o salva.
«Gracias» está ganando por goleada.

Un árbol hecho con corazones brillantes me hizo recordar a un hombre a la medida de esa palabra.

«Ha llegado la hora de trabajar con humildad y modestia verdaderas. Hay que aprender a no marearse con las alturas de la montaña. En la montaña de la vida nunca se alcanza la cumbre«, dijo el médico a quien la ingratitud y la indiferencia, le rompieron el corazón.

Otoño en Barcelona, primavera en Buenos Aires, allá todo duerme, acá llegó la noche, y la rueda sigue girando.»

Claro que hoy es martes, mi hijo vive ahora en Amsterdam y el sistema me recuerda lo que escribía el año pasado a propósito de un día como hoy, del año anterior:

“Así escribí y al releer pensé en esta nueva bienvenida del otoño y las flores que se empiezan a ver por acá. Mi hijo me envió un par de fotos, una mostraba de nuevo el escenario central frente a la Catedral, pero entre los carteles de La mercé 2017, a los costados, destacaba uno que decía: DEMOCRACIA.
Una palabra, un concepto, de la que no parecen saber mucho los ciudadanos de a pie, los que deberían velar por ella.

El fin de semana, mientras se sucedían allí los festejos en honor de la Mare de Deu de la Mercè (Madre de Dios de la Merced), la patrona de Barcelona, un carnaval que oficialmente se realizó por primera vez en 1902, para despedir el verano y darle la bienvenida al otoño; yo introspectaba por aquí, leía a Thoreau, paseaba por el río y pensaba en esto de tener el corazón en tantas partes.


Foto sprey para Mégara. Villa Pueyrredón. Buenos Aires.

Repasando hoy la publicación de hace un año atrás, recordé lo que dijo el Dr. Favaloro, en una conferencia internacional:

«Durante los años que viví en Jacinto Aráuz, en el camino de regreso a mi casa, con frecuencia me dejaba cautivar por los hermosos atardeceres -los atardeceres de la pampa son realmente fascinantes, quizás por el clima seco y los fuertes vientos que golpean sobre las nubes-. En esas ocasiones, detenía el auto en medio de la ruta y, mientras el cielo se encendía con colores tornasolados que cambiaban a cada momento, mis sueños y utopías se entremezclaban con las nubes. En esos momentos imborrables la injusticia social ocupaba un lugar en mi mente y desde entonces nunca dejó de ocupar ese lugar».

Ayer, al atardecer en Buenos Aires, volví a recordar la pizarra con la frase de Brecht: «Qué tiempos serán los que vivimos, que es necesario defender lo obvio.»

Estos días leí, escuché, escribí y repetí la palabra miedo. Entonces cuando no me decidía a escribir recordé a Thoreau, el cielo de ayer y el de hoy compitiendo de tan celeste.

«Dichoso es el hombre al que cada día se le permite contemplar algo tan puro y sereno como el cielo de poniente a la puesta de sol, mientras las revoluciones irritan el mundo.»

Creo que me puse a escribir porque leí en un posteo que alguien dijo: esta no es mi revolución. Coincido.

Será que yo aprendí qué significa la palabra democracia.
Será que me levanto todos los días para ir a trabajar y es mi aporte a la convivencia y al estado de derecho.

Será que estoy convencida que para que la sociedad se sostenga, deben existir las reglas.

Será que no me salto las reglas y creo en hacer valer mis derechos de la manera que el sistema tiene previsto.

Será que pudiendo seguir con la lista, prefiero mirar el cielo y pensar que todavía faltan unas cuantas horas para el atardecer.”

Ay la inteligencia artificial, ay de esta pobre humanidad que no aprende. Nada de nada.

Ayer tiraron bombas molotov en Buenos Aires, hoy hay paro general, una vez más el derecho de unos avasalla al de los otros, y yo me siento como en Volver al futuro. Hay discursos que atrasan y dañan.

Hoy como hace un año atrás, como hace más de medio siglo, sigo pensando en la palabra como la más eficaz herramienta para hacer y comunicar y construir.

Para acercarnos.


Foto sprey para Mégara, Carlos Pellegrini y Arroyo, Retiro. Buenos Aires.

Vuelvo a las raíces de los árboles y al poeta. Dijo Gonzalo Rojas:

“TÚ Y YO SOMOS DOS TABLAS QUE ALGUIEN CORTÓ EN EL BOSQUE A UN ÁRBOL.»

Uffffff.

Una tabla que alguien cortó en el bosque a un árbol, una tabla de esas a veces quisiera ser yo, ora que fueran los otros, para que yo me aferre a ella cuando siento que no tengo fuerzas.

Ayer, con el cielo encapotado, le regalé a mi madre  una vez más,

obstinadamente

algunos versos sueltos

los de la Orozco, los de siempre (un poema que compartí al aire, si lo recuerdan)

y después me fui… (siempre de rama en rama, las mismas diré, porque como escribió Soledad Puértolas: “MI VIDA DE ESCRITORA ES MI VIDA LECTORA. ESCRIBO CON LO QUE HE LEÍDO SIEMPRE.”)

…a los de Blaisten

todo sucede en la lluvia en septiembre

digo cumpliría noventa y tres

lloro una, diez, cien veces.

Ida y vuelta hacia mi madre muerta, dice el poeta,

yo digo: voy a celebrarla como ella me enseñó.

Viva.

Con su gesto huraño, a veces. Su mirada luminosa, siempre.

Con su risa contagiosa, a veces. Su dedicación, siempre.

“Madre: tampoco yo te veo,

porque ahora te cubren las sombras

congeladas del menor tiempo y la mayor distancia

y yo no sé buscarte,

acaso porque no supe aprender a perderte”, dice la Orozco.

Tanto me consuela pensar que ella me mira

que este cielo que presagia lluvia, me desarma.

Una mujer a la que no le daba lo mismo

blanco que negro

está en todas partes

aunque todo lo que existió, no exista.

Miro fotos

soy la niña consolada en su abrazo.

“Yo sé que si pudieras acariciarías mi cabeza de huérfana.

Y sin embargo sé también que no puedes seguir siendo tú sola,

alguien que persevera en su propia memoria,

la embalsamada a cuyo alrededor giran como los cuervos unos pobres jirones de luto que alimenta.

Y aunque cumplas la terrible condena de no poder estar cuando te llamo,

sin duda en algún lado organizas de nuevo la familia,

o me ordenas las sombras,

o cortas esos ramos de escarcha que bordan tu regazo para dejarlos a mi lado cualquier día,

o tratas de coser con un hilo infinito la gran lastimadura de mi corazón”.

Yo sé que ella puede mirarme. ¿Lo sé o quiero convencerme, pobremente humana, de que puede, donde quiera que esté? ¿y está en algún lugar? ¿dónde?

Todas estas cosas batallan en mí, siempre yo diría.

Mis lecturas, lo que escribo, tienen que ver con un itinerario personal. La orfandad, la vocación, los mandatos, la culpa y otras yerbas.

Esta semana leí que alguien pedía recomendación de alguna novela para leer. Yo prefiero ir por la vida, de exploradora, ir de rama en rama, no renunciaría por nada del mundo a la posibilidad de buscar, probar, leer, informarme, formar mi propia opinión, a elegir, y cuando algo la descose,  hacer correr la voz.

Para compartir traje un libro luminoso, quizás porque la orfandad en mi mochila me pesó tanto esta semana, que volver a esos cuentos, fue recordar que si no fuera por la literatura, una caería fulminada más de una vez, a diario últimamente, con las noticias y todo lo que hay alrededor.

A DÓNDE VAS CON ESTE FRÍO, de Osvaldo Bossi.

No se lo pierdan.

Sandra Patricia Rey
Sandra Patricia Rey
Autora del libro de cuentos Matrioshkas; Pegaso, un libro infantil ilustrado; y del poemario No hay más vuelos reales.

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