Había una vez, un editor

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Había una vez, un editor

Cuando se corrió la voz y en Mégara nos enteramos que Juan Casamayor había sido distinguido con el Reconocimiento al Mérito Editorial, instituido por la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, en honor del argentino Arnaldo Orfila Reynal -que en México fue director del Fondo de Cultura Económica y fundador de Siglo XXI Editores-; recordamos las dos horas de charla generosa que mantuvimos con él.

Es que durante la entrevista que nos concedió y está próxima a ser publicada, hablamos de muchas cosas, entre ellas de los aciertos y torpezas como editor, y a propósito del tema, le preguntamos por Juan José Arreola.

El escritor, académico, traductor y editor mexicano; a quien hubiera querido editar, según él mismo confío alguna vez, y que en una de sus obras más reconocidas, Confabulario, escribió: “Una última confesión melancólica. No he tenido tiempo de ejercer la literatura. Pero he dedicado todas las horas posibles para amarla. Amo el lenguaje por sobre todas las cosas y venero a los que mediante la palabra han manifestado el espíritu, desde Isaías a Franz Kafka…”.

Al preguntarle si podía hacer suya esa confidencia, nos dijo así:

A ver, suscribo lo que dice Arreola. Suscribo el amor por el lenguaje, suscribo haber procurado, dentro de mi capacidad, todo lo que he podido hacer por la literatura, en el aquí y en el ahora, sí que soy muy comprometido; no quiero decir que lo logre, pero sí que me siento comprometido, con mi idioma y con el momento que me ha tocado vivir, y por lo tanto con los creadores que me ha tocado vivir.

Creo que eso es una obligación también de un editor. O sea, creo que un editor debe dar un paso al frente, y no sólo iluminar lo pasado, porque eso ya estaba iluminado, sino creo que hay que registrar el camino por el que otros deben leer y por los que otros deben escribir. Y en ese sentido, aclaro que en mi caso, no desde la escritura; no me gusta nada, nada, el ámbito de la escritura para mí. Conozco el sacrificio, no de horas, no de días, no de trabajo; sino el sacrificio personal y la pulsión que significa escribir. Y eso yo no lo quiero para mí, creo que soy un buen eslabón entre ese sacrificio y el placer del lector.


Fotografía gentileza del editor.

Un eslabón, el editor como unión entre quien se sacrifica por la escritura y el lector; y un premio que viene a resaltar la visión y el oficio del mismo como figura fundamental, fundante diríamos nosotros.

El veredicto es una gran responsabilidad, y hay un comité internacional integrado por editores reconocidos en años anteriores, así como otro tipo de actores principales del mundo editorial contemporáneo.

Para visualizar la importancia del premio, vale recordar que a  través de los años se han premiado editores de la talla de Antoine Gallimard, Beatriz de Moura, Kuki Miller y Daniel Divinsky (por el sello argentino Ediciones de la Flor, Beatriz de Moura, Jesús de Polanco, Jorge Herralde, Inge Feltrinelli y Adriana Hidalgo, entre otros.

¿Un editor es solo alguien que tiene por oficio editar libros? Dice Mario Muchnik, al respecto: “La tarea de editar es tan diferente de la de escribir como la de leer. Se escribe en la intimidad, en la soledad. Como se lee. El diálogo del escritor, cuando escribe, es consigo mismo. El del editor, no. El editor suele ser el primer lector de un texto. Custodio de la lengua y conocedor de la técnica, tiene el deber de señalar al autor todo lo que un texto pueda tener de chirriante, y de sugerirle cambios que, en su opinión, ayuden a su lectura. En este sentido, el editor es un mediador constructivo entre el autor y el lector.”

Mario Muchnik, de Oficio editor.


Al felicitarlo, Juan Casamayor, generosamente, nos resumió para Mégara, qué significa el Premio Homenaje que da la FIL.

¿Cómo se recibe un premio así?, más allá de que en primer término te da insomnio -esa noche ya no pude dormir-, la verdad es que te diría que la primera sensación es como entrar en un umbral de contrastes y de emociones enfrentadas. O sea, de la felicidad, la alegría y la conmoción, a los nervios y mi especial carácter un poco germánico, a proyectar rápidamente la responsabilidad de lo que es este premio. Entonces ese fue el primer espacio emocional y visceral personal que me causó el premio.

Ahora, dicho esto, valorando la apreciación de la FIL de Guadalajara en torno al premio, valorando la trayectoria de la editorial, incluso valorando el calado de la historia del premio que es absolutamente enorme; me quedo con las palabras, por un lado de Andrés Neuman que dice que subraya una plenitud.

 Creo que este premio que tiene editores que no solo son imprescindibles en la historia de la edición, sino que han configurado una forma de mirar el mundo a través de la palabra escrita, se les ha ido premiando por toda una trayectoria;  y a nosotros se nos premia porque representamos un modo pleno en estos momentos de entender la edición.

 En los últimos 20 años, el paradigma del libro ha cambiado de arriba abajo y esos modelos que ya no valen y los nuevos que están por validar, implican unas nuevas formas y unas nuevas estrategias y unas nuevas modalidades de ser editor, de trabajar en una editorial y proyectar todo ese trabajo.

Creo que Páginas de Espuma simboliza muy bien todo ese boom de la bibliodiversidad que ha ocurrido en toda América latina y España, y ahí la Fil que suele ir un paso por delante, se ha fijado mucho en Páginas de espuma

 Yo creo que el premio a la editorial, sobre todo tiene dos reconocimientos y creo que además en el escrito de la feria así lo manifestaban. Por un lado el compromiso del cuento, de hecho sí que es una nota llamativa que somos la primera editorial muy especializada que gana ese premio, y siendo el cuento y aunque la gran industria editorial impone el gusto de la novela como predominante. Es una especie de ilusión que desde América latina venga el premio para una editorial que se dedica al cuento, siendo las literaturas en plural, latinoamericanas en plural, tan cercanas y sus creadores tan importantes en la historia de la literatura en españolm y ya no solo diría del cuento sino de la literatura en mayúscula Luego, otro espacio que se ha reconocido, es el compromiso latinoamericano.

El compromiso latinoamericano de la editorial es desde siempre, pero no siempre se  tuvo el objetivo de: vamos a tener un compromiso sólido, literario lector, incluso comercial y de distribución en América latina. Si desde los primeros años hubiéramos pensado en conseguir lo que ahora tiene la editorial, yo creo que nos hubiéramos abrumado, hubiéramos cerrado la puerta y hubiéramos cerrado la editorial.

Pero es verdad que a nosotros se nos aproximó Latinoamérica y nosotros nos fuimos aproximando a Latinoamérica, porque también los puentes se hacen así.

Tanto que se usa el tópico del puente, los puentes se hacen desde dos orillas,  a la vez, no se hacen desde una sola. Eso ha implicado ser lector de autores latinoamericanos, y esa lectura, esa faceta de lector que debe tener todo editor, me aproximó a los escritores y me aproximó a los lectores y así Latinoamérica se fue acercando y nosotros nos fuimos acercando, viajando  publicando textos conversando con autores, estando en espacios de ferias, de foros, congresos.  

Estando en las librerías, estando en las bodegas de los distribuidores y desde luego haciendo esa vida cotidiana, desde el Cono sur a México, que nos ha permitido ya no como editor, sino como personita, como Juan Casamayor, enriquecerme en esa vivencia que es Latinoamérica, y yo creo que ese compromiso latinoamericano tiene que ver con toda esa formación, no solo editorial, sino personal y yo creo que eso se nota y se delata rápidamente en el catálogo.

 


En la entrevista, una charla desordenada como todas las charlas, antes de emprolijarla, hablamos de todo y de todos, ya verán; pero también le propuse un juego de memoria y olvido.

Contarnos de él, al estilo de Arreola en Confabulario:

«Yo, señores, soy de Zapotlán el Grande. Un pueblo que de tan grande nos lo hicieron Ciudad Guzmán hace cien años.

Yo soy el cuarto hijo de unos padres que tuvieron catorce y que viven todavía para contarlo, gracias a Dios…

Nací el año de 1918, en el estrago de la gripa española, día de San Mateo Evangelista y Santa Ifigenia Virgen, entre pollos, puercos, chivos, guajolotes, vacas, burros y caballos

Como casi todos los niños, yo también fui a la escuela. No pude seguir en ella por razones que sí vienen al caso pero que no puedo contar: mi infancia transcurrió en medio del caos provinciano de la Revolución Cristera…

Soy autodidacto, es cierto. Pero a los doce años y en Zapotlán el Grande leí a Baudelaire, a Walt Whitman y a los principales fundadores de mi estilo: Papini y Marcel Schwob, junto con medio centenar de otros nombres más y menos ilustres. Desde 1930 hasta la fecha he desempeñado más de veinte oficios y empleos diferentes. Sería injusto si no mencionara aquí al hombre que me cambió la vida. Louis Jouvet. A mi vuelta de Francia, el Fondo de Cultura Económica me acogió en su departamento técnico gracias a los buenos oficios de Antonio Alatorre, que me hizo pasar por filólogo y gramático.»

¿Yo tengo que resumir mi vida? Vale…

Soy Zaragozano, nacido en Madrid por aquello que uno nace donde está su madre. Soy hijo y nieto de médicos y fui filólogo, frente a todo ese peso humanista, porque entendieron muy bien que mi camino iba por otro lado; mi infancia fue alemana en Zaragoza y me quedó una mente germana de la que no he querido ni he podido despegarme.

Estudié filología creyendo que iba a tomar un camino y la vida me enseñó que nunca se toma solo un camino, que hay más de uno. Y desde hace veinte años no he tenido tantos empleos sino que solo he tenido un empleo, que es el empleo de aprendiz de editor, muy bien acompañado desde luego.

Al aprendiz de editor que es Juan Casamayor, le dieron el premio al Reconocimiento editorial, al frente de esa editorial dedicada al cuento, que es Páginas de espuma.

Nos sumamos a la alegría de muchos y sepan que esto, continuará…

Sandra Patricia Rey
Sandra Patricia Rey
Autora del libro de cuentos Matrioshkas; Pegaso, un libro infantil ilustrado; y del poemario No hay más vuelos reales.

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