En el reino del revés

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En el reino del revés

En el reino del revés, que cantaba María Elena Walsh, un año dura un mes.

¿Cuánto dura, de verdad verdadera, la vida de uno?

La vida que vale, la que conoce de gestos sencillos, de gestos solidarios, de alegría genuina sin escapar a la tristeza cuando hay que sentirla; de dolor del que se sale fortalecido.

La que ayuda a construir una buena escala de valores, le da sentido a la familia, a la amistad, la que no rehúye el compromiso.

La que nos hace apreciar el silencio y la música y reconocer la voz de quienes amamos, la que nos acerca a la lectura, la que nos hace cultivar las buenas charlas.

¿Cuánto dura, de verdad verdadera, la vida de uno?

Cuando tengo un poco de tiempo libre (ese tiempo no apurado, sí),  ejercito la capacidad de pensar y de hacerlo un poquito más allá de la trascendencia de la papa frita.

Sobre todo cuando la realidad me sacude, mostrándome lo efímero de todo lo que nos rodea, aún lo más preciado.

La finitud.

En todo sentido.

Gente querida de nuestra gente querida atravesando enfermedades, accidentes, catástrofes (y no hablo de la economía que frente a la verdad de la vida, importa un pito), la muerte misma allí y nunca en la víspera, los hijos que hacen su camino.

Y lo que siento es que todo es finito, el mundo está en peligro y hay que salvarlo. Sí, hay que salvarlo de tanta cosa light, pasatista, desabrida, desamorada, efímera, pasajera.

Hay que salvarlo de las corazas, de las máscaras, de toda esa apariencia que nos hace ser crueles sin querer, con la sensibilidad afinada de quienes ya vivimos un rato.

Hace un tiempo atrás, en unos vídeos en VHS rescatados y pasados a DVD, escuché la voz de mi madre, volví a escucharla.

Tenía tantas razones para sentir tristeza, ahora la entiendo.

Vi a mis hijos pequeños, recordé momentos, fechas, situaciones.

Yo puedo decir lo que siento al ver esos vídeos una y otra vez.

La película de mi vida, la de verdad verdadera, la que cuenta,  pasa y vuelve a pasar y me hace recordar de dónde vengo y de quién heredé mi sensibilidad.

Y volvería a vivir como viví, con todos los errores que pueda haber cometido, solo por volver a vivirla de la exacta manera que reflejan algunos momentos.

Voto por salvar al mundo de tanta cosa pasatista, de tanto consumismo, de tanta falta de compromiso.

Hay que afinar la puntería.

Hay que sacar lustre a la sensibilidad.

Hay que aprender a decir con la mirada.

Hay que llenar los silencios de palabras.

Hay que aprender a mirar más el cielo y menos el ombligo.

Hay que mirar hacia adentro y encontrar algo.

Algo que nos devuelva nuestro verdadero rostro sin necesidad de espejos.

Escuché la voz de mi madre, y sentí ganas de abrazarla, como tantas veces antes.

Hoy parece que los hijos se entrenan para vivir sin nosotros desde hoy, ahora y acá.

No saben cómo desearía que me abrazaran hoy mis hijos con ese amor genuino e inocente que vi en los vídeos, alguna que otra vez y sin que nadie los vea, si quieren. Prometo no compartirlo, ni etiquetarlos, ni hacer nada que los avergüence.

¿Por qué no conservar la ilusión?

Voto por un mundo al revés.

Uno donde los hijos pidan que se los etiquete en el Facebook y tengan ganas de repente de ver a sus padres cuando ya no viven con ellos.

Uno donde haya tiempo para visitar a los abuelos.

Uno donde puedas quedarte un día cuidando a alguien que lo necesita.

Uno donde la nostalgia esté de moda, para hacerte sentir vivo.

Uno donde ver fotos viejas sea un buen plan de domingo.

Uno donde se lea más, y más. Y se relea también.

Justo hoy se me dio por releer Antonio, ese libro elegíaco de Guillermo Saccomanno: «En otoño, como entrando en la vejez, los días se acortan, el tiempo se nos escapa y la memoria se empecina en traernos momentos claves del pasado. Al principio no parecen claves. Pero cuando reflexionamos el porqué de de ese slide tan patente, tan preciso, de golpe luminoso, nos consterna pensar en esos momentos como si los hubiera vivido oro, el otro que uno fue en el pasado, un hermano menor, chambón, que no se da cuenta de lo que hace y recién en el futuro, un mañana incierto, obtendrá la revelación, el significado de tal o cual momento…»

Uno donde poder escribir lo que uno quiere escribir.

 

 

Sandra Patricia Rey
Sandra Patricia Rey
Autora del libro de cuentos Matrioshkas; Pegaso, un libro infantil ilustrado; y de los poemarios No hay más vuelos reales (Editorial En Danza) y Altar doméstico (La Ballesta Magnífica)

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