-Aquí para contestar, he venido a hablar de mis libros, tal como decía Umbral: «he venido a hablar de mi libro».
-El problema es que yo no quiero hablar sólo de sus libros.
-Pues nada, usted pregunte. Yo contestaré a todo. Y lo que no, me lo invento.
Así arrancó diciendo, vía skype, nuestro entrevistado, y después de andar y desandar las dos horas de charla generosa, en la tarea del armado que importa toda entrevista, sonreí más de una vez, me detuve a escuchar algo que me hizo pensar otra cosa, o me conmovió, y dudé.
Como me pasa siempre, dudé entre recortar y no recortar. Una palabra, una frase o un párrafo entero.
“La mayoría de los libros industriales de personajes públicos son conversaciones grabadas y editadas para emprolijar el ruido que puede haber en una conversación entre dos personas.” Así dice Juan José Becerra (revista Quid número 71), y yo pienso que en la tarea de emprolijar el ruido de la conversación, muchas veces, se sacrifica lo más genuino; y es algo a lo que no estoy dispuesta.
Es obvio que uno quiere un trabajo bien hecho, al que no le falte una coma ni le sobren unos puntos suspensivos, pero también quiere darle el gusto a su yo lector, de encontrar algo no dicho. Nuevo, distinto, que permita redescubrir al elegido protagonista de esta no ficción que es una entrevista. En este caso, Juan Casamayor, de Páginas de Espuma.
“Me gustan las entrevistas, sean o no con escritores. Músicos, pintores, científicos, directores de cine. En la entrevista siempre surge la posibilidad de una mayor comprensión no sólo de la obra del entrevistado, sino del fenómeno artístico en general.” Así Dice Miguel Ángel Múñoz, en la presentación de La familia del aire. Entrevistas con cuentistas españoles, de Páginas de espuma.
Como a él, me gustan las entrevistas, me gusta la posibilidad de preguntar aquello que quisiera saber del entrevistado y no fue hasta ahora preguntado o dicho.
M. Recordando un poco a Rudyard Kipling: “Seis honrados servidores me enseñaron cuanto sé. Sus nombres son cómo, cuándo, dónde, qué, quién y por qué.” ¿Puedes contarnos cómo, cuándo y dónde supiste qué querías ser editor; quién o quiénes, y por qué, te ayudaron más en esa tarea?
Madre mía, con esa pregunta tenemos para seis horas.
M. Me parece perfecto. Hacemos de a una por vez.
Espera, lo que voy a coger es un papel para apuntar. A ver… el cómo y el cuándo. Nadie quiere ser editor a priori. Yo no conozco a niños que digan: «De mayor quiero ser editor». Yo tengo un hijo en la adolescencia, y ningún atisbo de haber oído que alguno de esos adolescentes haya dicho: «Yo quiero ser editor». Por lo tanto, desde cuándo se quiere ser editor o cómo se quiere ser editor, no viene, al menos en mi caso, con un escenario previo; sino lo que hay es que la edición creo que te encuentra a ti.
Mi camino en ese sentido fue bastante fortuito, el cómo y el cuándo tienen que ver con un lapso de tiempo de aproximadamente cinco o seis meses, yo me quería airear un poco del ambiente académico de Zaragoza y me pareció que Madrid me podría gustar. Que una editorial en Madrid -en esos momentos al frente de la producción estaba mi prima-, me podría gustar, y además ya había hecho algún pinito en esa editorial.
Así que el cómo y el cuándo realmente me asaltaron ahí. Ahora, desde cuándo me ha ocurrido esto, y cómo yo empiezo a estar a gusto con esta otra vida para la que no estaba destinado, es un misterio.
Yo estaba destinado a seguir un curso académico, posiblemente podría haber sido profesor de universidad o de instituto, pero en esos meses surgió el cómo, posiblemente de algo tan sutil que es muy abstracto, ya que de pronto descubres como cierta vocación.
Gentileza del editor: La de Paul es de este verano, en la FL Madrid.
En mi caso fue encontrarme muy cómodo en un espacio donde encontré sentido a toda mi formación, a mi capacidad de lector que yo había tenido a lo largo de muchos años. Todo aquello que iba destapando, que iba descubriendo, me gustaba.
Las distintas facetas del mundo del libro que es mucho más complejo que hacer un libro, las disfrutaba enormemente. Es que tú entras en el mundo del libro y te dices: «Estoy cómodo aquí. Disfruto. Empiezo a conocer personas con las que siento que aprendo. Estoy conociendo otros espacios posibles y tiene sentido estar dentro de ellos.»
Eso fue tomando un carácter sólido, y a partir de ahí aparecen un quién y un por qué. El quién es todas las personas que han ido ayudándome a crear un editor, empezando por Encarnación Molina y acabando por un montón de compañeros editores. Algunos procedían de una vieja guardia, de tiempos muchos más duros cuando el libro era un instrumento contra la censura franquista, y tenían un concepto del libro que no debemos olvidar; y otros editores, más jóvenes, que me han enseñado otro tipo de caminos. Unos y otros me siguen enseñado a ser el editor que soy.
Y por qué…no sé si tengo respuesta para eso, quiero pensar que el día que sepa por qué hago algo, quizá deje de hacerlo, creo que es más interesante seguir preguntándose los por qué. Yo sigo haciendo algo que me encanta, pero que también me hace sentir frente a un abismo, una actividad con la que encuentro grandes logros personales y profesionales, pero que al mismo tiempo me lleva a grandes quebraderos de cabeza.
M. ¿Cuáles son los quebraderos de cabeza?
Los quebraderos son innumerables. En Guadalajara, en una cena inolvidable con Jorge Volpi, Ignacio Padilla, Juan Villoro y Andrés Neuman, los dos últimos intentaban convencer al primero, que era director de Canal Veintidós – el canal cultural mexicano-, que comprara los derechos del mundial de fútbol para retransmitirlos, lo cual hubiera sido una delicia, pero Jorge me dio la clave. Uno de los posibles quebraderos que tiene la edición, es ser gestor de egos ajenos. Yo tengo ochenta escritores y autores, distintos entre sí y que comparten una misma pasión, una pasión que implica fortaleza y debilidad al mismo tiempo. Son fuertes, tienen que tener egos fuertes para exponer su propia creación, pero eso, en un momento dado, los puede hacer débiles e inseguros.
Me sigo encontrando autores con una larga trayectoria que están inseguros ante sus obras. Me encuentro con autores jóvenes, o que tienen menos libros y que parece que se comen el mundo. De allí que la gestión, ya no solo profesional, sino humana y personal con todos mis autores, es un posible quebradero.
Hay también otros quebraderos más apegados a lo terrenal. Los editores tenemos la costumbre de comer un par de veces al día, pagamos la luz, pagamos el gas; y eso supone un lado para el cual yo no estaba nada, pero nada preparado.
Tienes quebraderos con la comunicación, tienes quebraderos con la distribución, pero esto es un viaje de ida y vuelta y esos quebraderos también se convierten en placeres; los distribuidores y los periodistas y sobre todo, mis autores, también son grandes amigos.
En esos tres segmentos, por ejemplo, tengo grandísimos amigos, quizás aquellos que fui perdiendo en el camino. Yo venía de otra ciudad, de otro ambiente, de otra atmósfera y de otros amigos, y no cultivar a los amigos exige perderlos, pero también exige encontrar nuevos, y eso es lo que también me ha dado la edición.
¿Por qué soy editor? Quizá porque ahora tengo amigos relacionados con la edición, podría ser una contestación. Más allá del proyecto cultural, de descubrir autores, de publicar libros que creo necesarios, y de publicar, quizá a lo largo de mi carrera profesional, veinticinco libros ineludibles. No lo sé en verdad, pero ese puede ser un por qué bonito. Porque he descubierto otro tipo de amistades.
M. ¿Quién te ayudó más en tu formación como editor?
Mi tía, Cristina Vizcaíno, me ayudó en los inicios, el contacto con algunas editoriales me enseñó lo que no se debe hacer o que cosas se pueden mejorar, pero sobre todo, estar en editoriales independientes. Ahí está el qué. Me enseñó que un editor, debía hacer muchas cosas y la mayoría bien, para que funcione una editorial. Es evidente que en mi caso, como editor literario, tengo que leer y ser buen lector de mi especialidad, en este caso, el cuento. Como un editor en botánica, tendrá que ser lector de botánica.
Pero más allá de ser un buen lector, pues tienes que ser un buen relacionista público. Relaciones públicas en el sentido más amplio, tienes que relacionarte bien con tus distribuidores, bien con los libreros, bien con los periodistas. Tienes que hacer bien lo que es el libro en el siglo veintiuno, cuando teniendo todo este apoyo informático, sigue teniendo algo precioso y artesanal, casi del 1450. Eso sigue siendo maravilloso, haremos los libros con pantallas o sin pantallas, como quieran, pero sigue habiendo un acto que sigue siendo poner en un espacio una letra detrás de otra, Iluminar eso.
A medida que la editorial cumplía semanas, meses, años, yo he ido aprendiendo y sigo aprendiendo. Ahora que la editorial se encamina a los veinte años, hace cinco o seis años, aprendí que la editorial, por ejemplo, nunca podrá ser la misma que fue años antes. Necesita un constante cambio para seguir adelante. El paradigma del libro ha cambiado de arriba a abajo y los editores apreciamos esos cambios y los aplicamos a nuestro propio ejercicio profesional y cultural de la edición, o estamos condenados al no futuro.
M. También dijo Kipling: “Los peores embusteros son los propios temores”, y vos hablaste antes de los egos de los autores, de aquellos que parecen muy firmes y de otros que por el contrario están llenos de algunos miedos o de inseguridades. ¿Cuáles son tus temores?
Con Andrés Neuman.
A mí me da mucho miedo que la lectura se vaya arrinconando como opción de ocio. Yo no tengo miedo a los libros electrónicos. Yo tengo temor a que la lectura no sea un vehículo de comunicación entre los seres humanos, porque eso sí que lo veo, en una sociedad que se encamina a una comunicación líquida, que se encamina a una destrucción del conocimiento profundo y se opta por un conocimiento asociativo. Lo veo en una sociedad en la que yo percibo que se penaliza y se convierten en verdugos, de aquellos que intentan, en un momento dado, abanderar cierta excelencia de la inteligencia, de la cultura. Eso sí que me produce temor.
No me dan miedo nuevos formatos de libro, no me dan miedo nuevos formatos de comunicación cultural, me da miedo la estupidez del Candy Crush; eso sí que me preocupa.
M. Clara Obligado, compartió en las redes hace tiempo atrás, una nota a propósito de esto justamente que estás hablando, tenía que ver con ridiculizar a una de las hijas del Rey, por esta cuestión…
Por ver películas de Kurosawa.
M. Sí, ve a Kurosawa y lee a los clásicos, y eso fue motivo de todo tipo de burlas y hasta de un cierto escarnio. ¿Tiene que ver con esto que vos decías?
Claro, tiene que ver un poco con eso, pero quiero poner a pie de página que estoy hablando del lado oscuro, el temor.
Tengo también sospechas fundadas de que hay gente muy válida que lucha contra corriente, contra ese escarnio. ¿Sabes?, lo veo también cada día cuándo llevo a ciertos autores a colegios y veo a jóvenes entusiastas e inteligentes hablando con la lectura en la mano con profesores comprometidos y militantes. Entonces me viene el Juan más optimista.
Normalmente el Juan optimista puede al Juan temeroso, sino creo que no sería editor de cuentos, posiblemente no sería ni editor, ¿sabes?, pero ese artículo estaba muy bien traído a colación porque es un buen amigo Javier Gomá (Nota de M. escritor y ensayista español, autor de la tetralogía de la ejemplaridad. Es también director de la Fundación Juan March)
Yo no conozco en profundidad el día a día de los medios de comunicación de países latinoamericanos a los que viajo, donde tengo autores, y mis libros están; pero aquí alguien ve un programa de televisión, y por ser uno de los canales de comunicación más amplios de los que beben los ciudadanos, esa estupidez, es que está. Es que es algo imperante y que está bien visto, decir: «Yo no sé. Yo no conozco», y hace treinta o cuarenta años no pasaba.
Quizás España es que ha tenido un retroceso, tú conoces muy bien España porque eres española también, y sabes que este país en treinta o cuarenta años cambió de arriba abajo; pero, siempre lo he dicho, creo que de los 600 al BMW que conducen ahora los españoles, en el maletero nunca metieron la cultura.
Nunca se metió la cultura. Y ese sí que es un problema grave, y de ahí viene ese escarnio serio y ejemplificado en el caso de esta jovencita, hija del rey, pero que es lo menos importante. Si fuera hija de un panadero, pasaría lo mismo pero pasaría en su micro cosmos, en su mundo.
M. Alguna vez te declaraste muy cortazariano y dijiste creer en la continuidad de los formatos. ¿En qué otra continuidad cree, Juan Casamayor, editor? ¿Y el lector que hay en él?
Bueno, la lectura para los que leemos, creo que es una continuidad de vida, ¿no? O sea, no sé, trato un poco de imaginar a un Juan no lector y podría hacer cosas interesantísimas, por ejemplo pasar horas viendo partidos de baloncesto, pero se me rompería la continuidad. Hubo un momento en mi vida, que por enfermedad y por ciertas razones más personales, descubrí hasta qué punto la lectura puede cambiar y puede abrir ciertas puertas interiores, no de ningún tipo de sociabilidad, nunca he sido una persona poco sociable; pero sí puertas interiores. Y eso te da una continuidad.
Como editor, la continuidad me la da básicamente seguir entusiasmándome como lector. O sea, si yo no encontrara un vínculo emocional con la lectura, yo no podría traducirlo luego en una emoción y en una viabilidad y visibilidad editorial, promocional, y en último lugar, económica.
Páginas de Espuma pasa por la emoción que pueden causar los textos a sus editores. Intentamos compartir esa emoción. Seguro, segurísimo que algunos libros, para mucha gente no les causa ni el mínimo de emoción, pero eso es lo maravilloso también de la emoción y de la literatura, que el día que coincidan entonces tendremos un discurso plano, y la literatura no es un discurso plano sino de altiplano. Sube y baja, va y viene, y eso es la continuidad, pero es que es una continuidad totalmente curva.
Yo lo he dicho alguna vez, una editorial, esta editorial, es como una cuerda. La cuerda es como un símbolo de continuidad, ¿no? En nuestro caso, en un lado está el proyecto cultural, en otro el lado económico, empresarial. Aquí hay más personas que trabajan en la editorial y son mozos grandes y fuertes que comen bien. Y la continuidad de esa cuerda nunca está tensa, incluso tiene nudos y va y viene y circula, pero así también es la lectura, y así es nuestra mente lectora también.
M. Una de las primeras lecciones al decidir crear un proyecto editorial, la recibiste de Miguel García, de Grupo Machado: “montar una editorial es sencillo, ¿serás capaz de montar un editor?” ¿Seguís intentando ser editor? ¿Ya puedes colgar el título?
Yo creo que nunca se puede colgar el título de nada, o sea, no me atrevería… Soy padre pero no me atrevería nunca a colgar el título de padre. Quizá porque uno, no siempre es el mismo padre. No es lo mismo ser padre de un niño de seis meses, de seis años, de dieciséis, o de treinta. El padre o la madre cambian. Por lo tanto nunca se es padre o madre. Andrés (nota de M.: Andrés Neuman), tiene en relación a esto una frase preciosa, creo que la conoces también porque alguna vez la he dicho: «Uno es verdaderamente hijo cuando empieza a cuidar a sus padres».
Eso deja en un lugar el cuándo eres realmente padre, no lo sé muy bien. ¿Cuándo nace el hijo? ¿Cuándo sientes que tu hijo es verdaderamente hijo?, ¿porque te cuida y entonces te sientes padre? Yo no he llegado a esa situación. Algo parecido me pasa con ser editor. O sea, el problema es que yo no acabo de aprender, no acabo de sentir por concluida mi capacidad de emocionarme a la hora de leer ciertos textos. Entonces, yo no me colgaría el título de editor, cum laude, para nada.
Es evidente que tengo mucha más experiencia acumulada, tengo menos ingenuidad, eso es verdad. Si eso supone ser algo editor, soy un editor menos ingenuo, igualmente ilusionado y apasionado, y esto es lo que sustenta este tipo de editorial. Es que si eso no existe, cierras, conozco mil posibilidades laborales, que te darán otro tipo de quebraderos pero no esta forma de vivir que es ser editor, completamente de vocación. Mis padres y mis abuelos son médicos, que creo que son las profesiones por excelencia de la vocación; pero creo que ser editor también implica eso. Así que, bueno, ahí estoy, aprendiendo.
M. Dice Eloy Tizón: “Escribir, como vivir, siempre deja cicatrices.” ¿Cuáles son las tuyas?
¿Las literales o las imaginarias?
M. Es una pregunta con trampa, pero…
Sí, pero no, es una buena pregunta. Claro que tengo cicatrices como editor, claro que sí, por los libros en los que he confiado muchísimo y me han encantado y han tenido muy poquitos lectores. Ese es un golpe y es un golpe que no solo deja moradura o hematoma, sino que deja cicatriz.
Da también alguna cicatriz, pero eso ya es más cicatriz un poco psicológica (me tendría que ver el psiquiatra de los editores), aquel autor que no has podido publicar y que te hubiera encantado publicar el libro. Te dices: -Joder ¿Por qué lo perdí? Soy hombre de pocas disputas, no me gusta discutir, pero tengo alguna cicatriz de algún enfrentamiento, también. Mínimos, en estos veinte años te podría decir que han sido un par. Y cuando digo un par son dos, ¿sabes?, así que eso deja cicatriz, pero no dejan de ser más que pequeñas piedras en el camino, no son cicatrices profundas. El ejercicio de bici me podría haber creado cicatrices, dar la espalda a mi familia y ahogarme en el trabajo diario, y trabajo mucho, pero como guardo muy bien mi privacidad y de eso hemos hablado; no me ha sucedido. Porque esas cicatrices sí que no las querría en mi vida, no estoy dispuesto a asumirlas. No las quiero ver ni de lejos.
M. Hay una canción que, por lo menos en Argentina, por estos días y desde que salió el disco…¡mira qué antigüedad decir disco!, se escucha mucho. Es del último trabajo de Sabina y dice a modo de estribillo: “Lo niego todo/incluso la verdad.”
¿A esta altura de la vida, si miras hacia atrás, es preferible negarlo todo? ¿Cómo la parafrasearías para acercarnos al verdadero Juan Casamayor?
Yo no creo que haya que negarlo todo. Dios mío, si uno niega empieza a olvidar, ¿no? O sea, creo que la memoria es bien importante, y la memoria no pasa por la negación. En este país tenemos que aprender a construir memoria, ya hemos negado bastante. Para mi generación, los que nacimos en los últimos años del franquismo, pero un franquismo que se ve ahora como últimos años, pero no se veía como sus últimos años cuando había gente peleando en los sesenta; es importantísimo ese ejercicio de memoria y no olvidar.
Por lo tanto, no creo que haya que negar. Desde luego, lo que dice Sabina es difícil, por dónde coger muchas cosas, él dice todo… No soy un libro abierto para nada, ser un libro abierto, si lo entendemos como tal, me parece que es acabar con el enigma y creo que las personas deben tener sus enigmas, sus secretos. Llorar claro que lloro, incluso con películas malas, por supuesto. Quién no ha visto una película mala en un tren o en un viaje de doce horas, de esos de aviones en que no puedes elegir la película, que te ponen la que estás condenado a ver. Entonces, bueno, puedo identificarme, aunque he de decirte que Sabina nunca fue una de mis pasiones. Yo soy más de Rock & Roll, más duro y soy menos de Sabina, nunca fui a un concierto de Sabina, he de decir.
M. “El ajedrez se trata de un duelo de un hombre contra otro, donde lo que es la personalidad del hombre queda comprometida. Cada jugador lucha contra su enemigo interior que es su torpeza o sus hallazgos.”
Lo dijo Juan José Arreola, a quien tengo entendido hubieras querido publicar. ¿Cuál fue tu máxima torpeza y algunos de tus hallazgos, los que puedas compartir o los que creas más significativos en tu carrera de editor?
Yo creo que las torpezas de la editorial, sobre todo pueden pasar por algunos trenes perdidos en relación a los autores que, en un momento dado pudieron recalar siendo muy jóvenes en la editorial, con los que ahora la editorial estaría más completa, quizás. Pero bueno, las ausencias y las presencias son las que también definen a un catálogo, tal como los aciertos y las torpezas.
Quizá podría agregar, pero esto es algo que quizá no se entienda muy bien, porque la entrevista va siendo como muy de ámbito personal y cultural, que yo creo que una torpeza mía de dinámica, es no haber introducido ciertos cambios más orgánicos, más estructurales en la editorial, pero quizá he tenido las preferencias en otro lado.
Y en cuanto a hallazgos, yo estoy muy contento, te voy a decir dos o tres, aunque quiero pensar que hay alguno más. Estoy muy contento y ya que escribimos y hablamos desde Argentina, lo digo, con la construcción que ha hecho la Editorial de la faceta de microcuentista de Ana María Shua fuera de su país, por ejemplo. Intento escaparme porque esta pregunta sí que me la han hecho alguna vez y yo intento escaparme a respuestas que, seguro tú ya te la sabes. Ana María es mi mamá argentina, cuando me he puesto malito ha estado, he estado en sus fiestas, en sus cumpleaños, en sus buenos y malos momentos que ha tenido. Y creo que sí, que he podido aportar al trabajo literario de Any, un conocimiento internacional de ella, curiosamente a través del microcuento, algo que en Argentina a lo mejor se comprende, pero también se puede ver con cierta perplejidad ante la novelista que es.
En otros países conocen a la Ana María Shua, del microcuento, microrelato o interbreve, y ese hallazgo tiene que ver mucho con un hallazgo personal.
Que se cruzara en mi camino Clara Obligado, es un hallazgo que me ha dado la vida. Luego creo que un hallazgo también fue fundar parte del catálogo en escritores nacidos en la década de los sesenta, esto sí que lo he dicho alguna vez, tiene que ver mucho con el encuentro con Andrés, que empujó un poco una forma de ver la editorial y un poco una forma de encontrar a ciertos autores.
Eso se fue construyendo un poco solo y fue también un poco un hallazgo de ir acercándonos a ciertos autores. Y eso, tanto dentro como fuera de donde es Páginas de Espuma -de España-, le ha dado digamos, una viabilidad y una visibilidad.
Y luego, por último, te diría que es descubrir algunos nombres del cuento que aún tienen que desarrollar obra, pero que me parecen importantes. O sea, creo que tener en el cuento español, por hablar de España, a Javier Sáez de Ibarra, me parece que es uno de los logros de la editorial. Es uno de los cuentistas, que por derecho propio y por obra propia, se ha convertido en uno de los cuentistas fundamentales españoles, y además un escritor singular, y aventurero en el sentido de lo que es la aventura, de enfrentarse día a día a los límites de lo conocido, y eso lo hace Javier como nadie.
Podría decir otros autores, pero quizás sea Javier el mejor exponente de todo eso. Porque luego publicar a los Poe, Chejov, eso es maravilloso, pero digamos es relativamente, sencillo… necesitas una capacidad económica fuerte y un equipo muy sólido y un hallazgo que es encontrar a un niño Paul (Nota de M: Paul Viejo) con diecinueve años, que ahora va camino de los cuarenta y que a los catorce años coleccionara antología de Chejov.
M. Te proponemos un juego, de memoria y olvido, al estilo de Arreola en Confabulario, para que a partir de estas frases y en primera persona nos cuentes de vos, seguramente lo conocés, pero podemos repasarlo:
Yo, señores, soy de Zapotlán el Grande. Un pueblo que de tan grande nos lo hicieron Ciudad Guzmán hace cien años.
Yo soy el cuarto hijo de unos padres que tuvieron catorce y que viven todavía para contarlo, gracias a Dios…
Nací el año de 1918, en el estrago de la gripa española, día de San Mateo Evangelista y Santa Ifigenia Virgen, entre pollos, puercos, chivos, guajolotes, vacas, burros y caballos…
Como casi todos los niños, yo también fui a la escuela. No pude seguir en ella por razones que sí vienen al caso pero que no puedo contar: mi infancia transcurrió en medio del caos provinciano de la Revolución Cristera…
Soy autodidacto, es cierto. Pero a los doce años y en Zapotlán el Grande leí a Baudelaire, a Walt Whitman y a los principales fundadores de mi estilo: Papini y Marcel Schwob, junto con medio centenar de otros nombres más y menos ilustres. Desde 1930 hasta la fecha he desempeñado más de veinte oficios y empleos diferentes. Sería injusto si no mencionara aquí al hombre que me cambió la vida. Louis Jouvet. A mi vuelta de Francia, el Fondo de Cultura Económica me acogió en su departamento técnico gracias a los buenos oficios de Antonio Alatorre, que me hizo pasar por filólogo y gramático…
¿Yo tengo que resumir mi vida? Vale… Soy Zaragozano, nacido en Madrid por aquello que uno nace donde está su madre. Soy hijo y nieto de médicos y fui filólogo, frente a todo ese peso humanista, porque entendieron muy bien que mi camino iba por otro lado; mi infancia fue alemana en Zaragoza y me quedó una mente germana de la que no he querido ni he podido despegarme.
Estudié filología creyendo que iba a tomar un camino y la vida me enseñó que nunca se toma solo un camino, que hay más de uno. Y desde hace veinte años no he tenido tantos empleos sino que solo he tenido un empleo, que es el empleo de aprendiz de editor, muy bien acompañado desde luego.
M. Hay algún juguete que conservas de cuándo eras pequeño?
Puf… Una barbaridad.
M. Por ejemplo… ¿Cuál es el más preciado? ¿Cuál el que casi mirás a diario?
Mi osito de peluche cuando dormía, lo guardo.
M. ¿De qué color es?
Blanco, y con la tripita marrón.
M. ¿Autitos?
Sí, alguno conservo, también unos muñequitos que se llamaban Clicks y Airgam Boys (nota de M.: figuras articuladas precursoras de los Play mobil). Y guardo mis álbumes de cromos, de figuritas, ¿se dice cromos en Argentina, o figuritas?
M. Se dicen figuritas pero entendemos que son cromos.
Vale. Entonces, tengo muchos, pero muchos, de fútbol, de películas, tengo el álbum completo del año 1977 de cuando se estrenó La Guerra de las Galaxias, y de algunas series de televisión.
M. ¿Y el álbum tenía premio cómo acá en Argentina, cuando lo completabas?
Sí. Creo que alguna colección, sí. Y completé varias eh, o sea, era algo insistente en acabar las colecciones. De hecho, una vez mi madre descubrió la casa llena de unos pastelitos y es que en los pastelitos salían cromos, entonces yo me compraba el pastelito, pero no me comía el pastelito, tenía ya hartazgo de pastelitos y estaban debajo de los sillones, debajo de la cama.
Tengo algo de síndrome de Diógenes, pero en cosas sentimentales. Guardo, por ejemplo, esto te va a gustar, las baldosas del cuarto de mi infancia. Cuando mis padres se fueron de la casa de Zaragoza, yo fui y saqué una baldosa de cada color de mi cuarto de niño.
M.¿Cuáles eran los colores?
Era un mosaico bien bonito, una baldosa color crema, una color morado, una color azul, una color verdusco y un color ocre, bien bonito.
-¿Serías capaz para nosotros, de sacar una fotografía de esas baldosas?
– Sí, mira, espera un momento.
– No, no, ahora no, ahora no.
– No, te las iba a enseñar. Bueno, luego te las enseño.
M. Por cierto, no nos olvidamos del remate de ese autorretrato:
“Una última confesión melancólica. No he tenido tiempo de ejercer la literatura. Pero he dedicado todas las horas posibles para amarla. Amo el lenguaje por sobre todas las cosas y venero a los que mediante la palabra han manifestado el espíritu, desde Isaías a Franz Kafka…”
“Desconfío de casi toda la literatura contemporánea. Vivo rodeado por sombras clásicas y benévolas que protegen mi sueño de escritor. Pero también por los jóvenes que harán la nueva literatura mexicana: en ellos delego la tarea que no he podido realizar. Para facilitarla, les cuento todos los días lo que aprendí en las pocas horas en que mi boca estuvo gobernada por el otro. Lo que oí, un solo instante, a través de la zarza ardiente.
¿Podrías hacer tuya esa confesión? ¿Desde quién a quién, en tu caso, venerás?,
¿Qué es lo aprendido que más influyó en tu proyecto editorial?
A ver, suscribo lo que dice Arreola. Suscribo el amor por el lenguaje, suscribo haber procurado, dentro de mi capacidad, todo lo que he podido hacer por la literatura, en el aquí y en el ahora, sí que soy muy comprometido; no quiero decir que lo logre, pero sí que me siento comprometido, con mi idioma y con el momento que me ha tocado vivir, y por lo tanto con los creadores que me ha tocado vivir.
Creo que eso es una obligación también de un editor. O sea, creo que un editor debe dar un paso al frente, y no sólo iluminar lo pasado, porque eso ya estaba iluminado, sino creo que hay que registrar el camino por el que otros deben leer y por los que otros deben escribir. Y en ese sentido, aclaro que en mi caso, no desde la escritura; no me gusta nada, nada, el ámbito de la escritura para mí. Conozco el sacrificio, no de horas, no de días, no de trabajo; sino el sacrificio personal y la pulsión que significa escribir. Y eso yo no lo quiero para mí, creo que soy un buen eslabón entre ese sacrificio y el placer del lector.
Se escribe desde el placer, también, pero creo que entraña sacrificio, y a veces ese sacrificio supone dolor, cuando no, tormento. Y claro que creo en lo contemporáneo y en los jóvenes. Creo en los jóvenes lectores, que hay que fundar cada día, y creo que estamos rodeados de voces interesantes y excelentes que deben darse a conocer. No comparto en absoluto ciertas sentencias que parecen casi inquisitoriales de decir: «No merece nada la pena lo que se está escribiendo ahora». Eso me parece que adolece de un grado enorme de desconocimiento y de estar metido dentro de una cápsula.
M. ¿Se escucha a menudo?
Se escucha a menudo, pero el problema es que se escucha dentro de los propios creadores. Echo de menos creadores que entiendan que la literatura, que la escritura y que la lectura es fruto de una concatenación de mano que se da mano y de lectura que haces sobre lectura, y esa lectura parte del diálogo contemporáneo. A mí a veces se me dice, y ahí Miguel Ángel Muñoz fue acertadísimo en el título de La familia del aire, mucha gente me dice: «Parece que Páginas de espuma es como una familia», claro que me gusta que mis autores se lleven bien, no todos se llevan bien, algunos no se llevan. Pero sí que creo en el debate y en el diálogo, Clara me enseñó muchísimo la palabra debatir, y creo que si puedo propiciar en el seno de la editorial y en la gente que está cerca o muy próxima a la editorial, el debate y el diálogo del lenguaje y de la literatura, entonces creo que habremos aportado algo más que simplemente dejar unos libros. Y creo que eso que también es obligación del editor.
M. Si hablamos de poesía, se nos representa en primer término, el granadino, Luis García Montero, y su poema
“El mar
que se cierra y se abre
como un libro con páginas de espuma,
nos sorprende en tu boca
bajo tu cabellera dispersa entre mis muslos.”
¿Por qué ese sintagma del tercer verso?, ¿qué asociación de ideas los llevó a elegir ese nombre?
A ver…hubo como dos elementos, o tres te diría. Un elemento biográfico, Luis había sido profesor de Encarni el primer año que Luis dio clases y había un vínculo de amistad enorme y además se sigue manteniendo. Luis es muy querido por la editorial, eso ya era un punto.
Luego la capacidad de evocación que tienen esos versos. Aún con el menoscabo de que podríamos estar creando un gran nombre de editorial de poesía, no de cuento, pero bueno, el cuento, digamos, es una forma de poesía, de alguna forma, ¿no?
Y luego, sin duda, y esto sí que lo habrás oído porque lo he dicho, es un concepto biográfico del tiempo que me tocó vivir, y a finales de los noventa en un momento de una incipiente monopolización de los grandes grupos que cada vez querían ser más grandes, compraban sellos, cada vez más autores, pues surgían editoriales, de hecho creo que desde el noventa y cinco al dos mil es la primera oleada de editoriales que dan esta bibliodiversidad que hay ahora, y una de esas editoriales es Lengua de Trapo.
A mí me encantaba el sintagma -lo he dicho muchas veces-, de Lengua de Trapo. Eso sí, mira, es una cicatriz del editor, no tener a Lengua de Trapo al lado, o sea creo que Lengua de Trapo era otra editorial que en un momento dado, también, sus editores –entre ellos, Eduardo Becerra-, crearon una familia. En esa familia había debate, diálogo literario y había obras. Algunas nos gustaban más y algunas nos gustaban menos, pero ese trabajo de Lengua de Trapo a nosotros nos encantó.
Resumiendo, entonces, la poesía nos trajo el sintagma. El mar de la poesía nos trajo el sintagma y todo bajo el manto de la amistad de Luis, o sea que era como perfecto. Aunque costó encontrarlo y costó, incluso, asumirlo, por esto de decir: -¿Páginas de Espuma no es muy largo?, ¿esto cómo lo va a entender la gente?; casi veinte años después creo que el nombre, es más acertado que erróneo.
M. Siguiendo con la poesía, no podemos dejar de mencionar al poeta de Zamora, Claudio Rodríguez, con Espuma:
”Miro la espuma, su delicadeza
que es tan distinta a la de la ceniza.
Como quien mira una sonrisa, aquella
Sitges, Barcelona, Cataluña, España. Foto sprey, de Mégara.
por la que da su vida y le es fatiga
y amparo, miro ahora la modesta
espuma. Es el momento bronco y bello
del uso, el roce, el acto de la entrega
creándola. El dolor encarcelado
del mar, se salva en fibra tan ligera;
bajo la quilla, frente al dique, donde
existe amor surcado, como en tierra
la flor, nace la espuma. y es en ella
donde rompe la muerte, en su madeja
donde el mar cobra ser, como en la cima
Sitges, Barcelona, Cataluña, España. Foto sprey, de Mégara.
de su pasión el hombre es hombre, fuera
de otros negocios: en su leche viva.
A este pretil, brocal de la materia
que es manantial, no desembocadura,
me asomo ahora, cuando la marea
sube, y allí naufrago, allí me ahogo
muy silenciosamente, con entera
aceptación, ileso, renovado
en las espumas imperecederas.”
Siempre la espuma, ¿es también por su modestia y delicadeza y por cómo nació, que Páginas de espuma ocupa el lugar que ocupa dentro del mundo editorial? ¿Por qué otros valores y virtudes?
Qué bonita, qué bonito planteamiento y qué bonitas consecuencias del planteamiento, porque diría que casi no es ni pregunta. A ver, yo creo que Páginas de Espuma, en estos veinte años, más allá del catálogo, que es lo que define realmente a una editorial, creo que ha tenido otros espacios, otras pompas de espuma que han ido haciendo que el vaivén siga moviéndose, ¿no? Siga siendo el mismo. Hay una línea que siempre se ha mantenido visible, pero que siempre se ha cruzado.
Los autores que están, que creo que son los que ejercen la base del trabajo de Páginas de espuma, han encontrado un espacio profesional y humano; esa es una de las virtudes por las que tú me preguntas, que también caracterizan a la editorial. Creo que eso ha sido básico, porque te podría decir como editor, o como persona del sector, lo que muchas veces he dicho: «No, la especialización editorial ha encontrado un nicho y los autores que sus novelas salen en grandes grupos, en los cuentos salen en Páginas de espuma”.
Más allá de esa realidad, no nos engañemos las otras editoriales grandes o menos grandes también publican cuento, pero los autores han encontrado más allá de una pertinaz cabezonería de sus editores por sacar sus libros adelante, un espacio afectivo y lleno de sentimientos y de cercanías, y eso ha hecho un baluarte a la editorial. Y de hecho, los autores que no lo han encontrado, yo creo que se han podido perder algo, tampoco las personas estamos todas condenadas a entendernos bien; pero eso, eso es una de la grandes virtudes de la editorial, y luego una que evidentemente está muy acompañado por quién, esto tú me preguntabas por quién, es… Y esto también lo he dicho muchas veces, pero te lo voy a intentar decir de otra forma, es haber aprendido que una editorial madrileña en el centro de Madrid, en Callao, en la calle Madera, que su ejercicio, no acababa allí, creo que la ingenuidad inicial convertida en una vocación de escritores de cualquier latitud y cualquier geografía, de cualquier lenguaje, de cualquier sensibilidad, de cualquier debilidad cultural, de cualquier orientación política, hayan podido tener espacio, eso que yo algunas veces he llamado como un concepto de dos orillas, me parece que ha sido otra de las virtudes de la Editorial.
En definitiva creo que lo que habido en la Editorial es mucha apertura de mente; pero eso lo he ido aprendiendo, eso lo he ido aprendiendo, eso me han contagiado mucho algunos escritores, sobre todo escritores latinoamericanos; españoles también, sería injusto decir que españoles no. Yo he aprendido muchísimo, infinitamente mucho de la generosidad de José María Merino. José María Merino es el autor más generoso que hay en esta tierra, o sea no se puede ser más generoso que José María o sea, lector de jóvenes, siempre está echando una ayuda a los demás. Ese tipo de actitudes y de gestos, recíprocamente han llegado a la editorial y la editorial ha podido convertirlos en virtudes.
No te quiero decir que seamos los más generosos del mundo, pero sí que algo se nos ha podido impregnar de tener ese tipo de personas. Evidentemente algo estaba en nuestro equipaje, o sea, quizá, mi sentido del deber de origen germano, no sea del todo germano y cruce un poco el límite y se haga un compromiso también poco germano que sería el compromiso emocional no con el escritor, sino con la persona que tengo delante.
M. Tengo una curiosidad, ¿por qué la soledad de los vuelos transoceánicos es para vos un espacio casi sacrosanto?
A ver, yo creo que hay dos posibles interpretaciones. Una es: -Casamayor explica esto, para poder hacer sostenible su viaje de doce horas y media a Buenos Aires. Y se tiene que inventar un propio discurso, creérselo, y luego llevarlo a cabo. Esa es una parte…
M. Es la menos poética.
Podría ser pero sí que es verdad que hay cierta confortabilidad de ánimo, cuando me encuentro a mí mismo en un avión. Yo siempre estoy rodeado de gente. Gente a la que quiero, gente con la que trabajo, gente con la que comparto, gente con la que me tengo que ver por compromiso, la gente que va y viene. Pero ¿estar en un avión solo? A ver qué puedes decir: «Jo, Juan, pues vete solo en una montaña», podía elegirlo, pero no he elegido ir solo a una montaña, he elegido viajar doce horas en un avión, entonces no puedo responder por quién no soy. Respondo, por la alegría de la soledad que supone viajar doce horas ¿sabes? Sí que sigue siendo como un rito para mí, eso sí, estando acompañado de lectura, de pensamiento, de repasar notas en un cuaderno que haya tomado, de preparar una charla, o de comerme la pasta horrible de los aviones.
M. Me preguntaba ¿Qué tiene el escritorio de un editor? ¿Qué tiene el escritorio de Juan Casamayor? ¿Cuál es el espacio donde podés abocarte a tu trabajo de una manera más plácida o más confortable? ¿Qué es lo que no puede faltar?
Pues a ver, tengo dos mesas realmente de trabajo. Tengo una mesa donde, digamos, recibo a las personas que visitan la editorial, pueden ser autores, pueden ser representantes de una imprenta, pueden ser lo que sea. Es un despacho que no es nada frío, pero es en el que menos horas estoy, pero hay desde una fotografía de mi hijo cuando tenía apenas dos años, a mi abuela; mi abuela materna, una fotografía. Tengo fotografías de momentos de editorial pero también tengo un trofeo que gané jugando al mus, es un juego de cartas como sabes, ¿no? Lo digo por si en Argentina se conoce menos.
Y luego tengo otra mesa, que es la mesa que por necesidades tecnológicas, tengo todo la estructura de correos electrónicos, acceso a redes y demás. Y en esa tengo desde un robot, este robot me lo regaló mi madre, esto me lo regaló mi hijo, no sé, la memoria USB que me acompaña siempre. Y como veo poco, una lupa.
M. Muy bien. Hay un Longseller, o por lo menos, hasta donde sé, que es Ajuar Funerario, de Fernando Iwasaki (Nota de M.: al tiempo que se editaba la entrevista, Iwasaki ganó el Premio Málaga de Ensayo. ¿Sigue siendo el libro de la editorial que más ventas tuvo?
Sí, lo es. No es el libro que más se ha vendido en librerías, pero sí es el libro que más ha vendido, porque es un libro que ha tenido licitaciones en varios países, está en el plan lector peruano, y tiene ocho ediciones en librerías. Entre las licitaciones, el plan lector peruano, las ocho ediciones, hemos vendido casi sesenta y dos mil ejemplares de Ajuar Funerario. Es el libro más vendido de la editorial. Pero, por ejemplo, recientemente tiene dos años el libro ahora, y todo ha sido vendido en librerías, Siete casas vacías de Samanta Schweblin va directo a este ritmo, directo a los veinte mil ejemplares. También tengo libros que venden unos centenares de ejemplares, no se vaya a quedar tu lector creyéndose que aquí sólo vendemos a miles.
M. ¿El primer libro se puede considerar que es Escritos de Buñuel?
Totalmente. Y es un libro fruto de la amistad. Quizá ahí ya se apuntaba lo que era la editorial.
M. ¿Y se volvió a editar, o fue una sola edición?
Sí. Hicimos dos ediciones, una de tres mil ejemplares y una segunda de tres mil. Pero es que hay que contar que ese libro salió en el año del centenario de Luis Buñuel, en el mismo mes que nació, en febrero. Entonces fue «el» libro porque es que tenía textos inéditos de Luis Buñuel.
Y creo… Creo que lo sabrás porque lo he contado alguna vez pero el sobrino de Luis Buñuel, que era el apoderado de los derechos de Luis Buñuel, y era más Luis Buñuel que los hijos de Luis Buñuel, era el anestesista del equipo de neurocirugía de mi padre. Cuando se enteró que iba a montar una editorial, yo le había pedido correspondencias, o sea, correspondencia, cartas de Luis Buñuel.
Pero me dijo que era muy complicado porque las cartas de Buñuel andan desperdigadas por archivos, personales y públicos, bibliotecas estadounidenses y no estadounidenses. Me dijo: «Pero tengo textos inéditos, y se puede reeditar un libro del ochenta y dos con textos inéditos». Y dijo: «Y además me encantará porque este año que ha habido todo esto del centenario, va a ver, de mi tío, con los políticos que no hacen más que decir: ‘Luis Buñuel’. Mi tío debe estar removiéndose en la tumba, y nada más le encantaría que los textos inéditos sean el primer libro de una editorial que no conoce nadie».
-Si hablamos de números, ¿no? La otra vez repasaba, y decían que se pueden hablar, en el mercado, de veintitrés mil títulos editados en España por año.
-No. Casi ochenta mil- noventa mil.
-No… No… No. No me dejaste terminar, ¿ves?, desde el 2000 para acá, se pasó de veintitrés mil títulos a más de ochenta mil efectivamente, que ese era el número que más o menos…
-¿En el 2000 solo se publicaron veintitrés mil?
-Más o menos, por lo que yo estuve leyendo y viendo, sí, entre el 2000 y el 2005 te diría. Y en el salto del 2005 al 2017 se pasó de unos veinte mil- veintitún mil títulos a unos ochenta mil o un poco más…
-Vale… Vale… Vale. Pues fíjate que yo creía… A ver…creía que era… Mira, bueno, aquí lo podríamos ver: «comercio interior del libro…», bueno te voy a enviar una página web. Ahí están los informes de comercio interior del libro de España desde 1999, tiene como doscientas páginas de miles de millones, de billones de datos, de tablas, estadísticas y demás… Ahí tendrás exactamente los datos.
-Exactamente los datos… Bueno.
M. Más allá de eso, hablando de esa cantidad de libros. Si yo te tuviera que preguntar, ¿cuántos libros leés al año?, ¿podés estimar el número, fuera de tu trabajo como editor?
Cuando dices libros, ¿tienen que ser libros encuadernados y de editorial? o, ¿pueden ser manuscritos?
M. Pueden ser manuscritos también.
Yo creo que aproximadamente en estos momentos, puedo leer en torno a cuarenta manuscritos al año, más o menos, y cincuenta libros. Date cuenta que leo mis libros, los quince, y últimamente tenemos unos libros un tanto largos.
M. El otro día hablábamos del tema de las redes, ¿cuál es su mayor virtud? Cuando hablamos de redes hablo de difusión, comunicación. Todo lo que tiene que ver con el editor y el lector, con ese camino, o espacio ¿Cuál es la mayor virtud que les encontrás? ¿Y cuál es el mayor defecto?
A ver, me voy a ceñir al mundo del libro, para hablar del tema. Yo creo que la gran virtud es que, bien entendida, puede haber una comunicación entre algo que antes era muy difícil, que es el lector y el escritor. Y luego algo importante para el editor es que, puede poner por primera vez cara a sus lectores, que también podía ocurrir, salvo excepciones porque en buena lid el editor no debe ver a los lectores, quien debe ver a los lectores es el librero. El librero es el que vende los libros, el editor lo puede ver en presentaciones, en conferencias, en lo que se quiera. Pero bueno, digamos que las redes han abierto eso, y para proyectos pequeños y proyectos grandes, en el fondo la autopista es la misma… Falsamente, porque no sería una realidad, no me atrevo a decir que democratiza la presencia del grande y el pequeño, porque no es verdad, no hay que ser de esa ingenuidad… Pero sí que al menos ahora hay una opción… Para hacer llegar a un público objetivo y que puede estar interesado en tu trabajo… a esa gente que puede estar en las redes sociales y demás.
Pero, claro, en estas mismas virtudes que tienen las redes sociales en el mundo del libro, está su pecado, sin duda. Cualquier persona se ve capacitada para juzgar el trabajo de otra, y eso puede ser así, me parece muy bien. Pero el problema es cuando falta la educación, faltan los argumentos, faltan los criterios, y falta, incluso te diría, que cierta calidez humana, y eso se da.
Evidentemente eso pasa, cuando se desvirtúa, ya no sólo la comunicación de las redes, sino que todo está bajo el anonimato, y luego el problema es, que esto que es tan bonito, si todo el día esos lectores están viendo, qué hacen sus escritores y hablando con sus escritores, ¿cuándo van a leer a esos escritores? Esto, engarza directamente con lo que a mí me da miedo, con el temor. La estupidez del Facebook, la estupidez de Twitter o la estupidez de Instagram, que en el fondo yo, muchos, muchos, pero creo que de cualquier persona con cierta sensibilidad, que vea los comentarios que se vierten en las redes sociales, están carentes de cualquier rigor filológico, cualquier rigor lector y cualquier sensibilidad lectora. Hay mucho del “todo vale”, y eso me da miedo. Me da miedo porque al final lo que creas, es un lodo, y el lodo tapa lo que realmente debería brillar, ¿no? Y eso es peligrosísimo y por ahí nos podemos perder. De hecho, grandes autores que tengo en la editorial, muy inteligentes, y no estoy hablando de grandes autores por ventas y demás, ¿eh?, sino, grandes autores con buena literatura y con la cabeza bastante despejada, han huido.
M. No tienen Facebook, decís. Andrés Neuman no tiene Facebook, Samanta Schweblin no tiene Facebook. Hay unos cuantos…
Pero ya no por esos casos que a lo mejor puedes decir: «Bueno, es que tienen un grado de visibilidad, que han acabado hartos”. Te diría que mi escritor Pablo Andrés Escapa no tiene Facebook, y ni va a tener, y vive a espaldas de todo este mundo y tiene sus lectores, y escribe una literatura espléndida, espléndida; de hecho es una de mis grandes debilidades Pablo en la Editorial.
Entonces, bueno, lo que sí creo es que todo este tipo de comunicación es evidente que ha venido para quedarse, Tenemos que aprender. Lo que pasa es que estamos en una época de transición que es el peor de los escenarios, cuando los antiguos modelos ya no valen.
La situación es muy compleja. O sea, no creo que resida en los usuarios exclusivamente y en el uso que hacen esas personas de las redes sociales, el magma que se está creando. Es decir, te pongo otro ejemplo: ¿crees que la terrible televisión, que en general hay en todos los países, es responsabilidad de los televidentes o los telespectadores? Y tenemos la televisión que tenemos, porque la hemos elegido nosotros y desde las televisiones se diga: «No, estamos dando la televisión que le gusta a la gente».
Estamos viendo la televisión que quieren que veamos.
No sé, sería demasiado ingenuo decir que toda la responsabilidad del discurso de una red social recae en los usuarios de la red social.
O sea creo que los arquitectos del edificio tienen mucho que ver, creo que les interesa también ese tipo de discurso eh, ¿tú te imaginas un discurso de Kierkegaard y Kant en las redes sociales continuo? No tendrían dos mil millones de seguidores como tiene Facebook.
M. No, sin duda… Pero te pregunto, ¿no hay…? ¿Por qué de alguna manera la contradicción? ¿Por qué si creemos que las redes sociales pueden tener todos estos demonios?, ¿usamos las redes sociales ¿En qué medida le sirve, por ejemplo, al trabajo editorial la red social como está planteada?
A ver, te contesto primero a por qué pese a que sabemos que hay demonios nos metemos en el infierno. A ver, lo que pasa es que las redes sociales tienen algo también primigenio del ser humano ¿Qué hacía el cazador cuando venía a la cueva? Se metía en el Facebook de la hoguera y contaba lo que ocurría y todos opinaban, y la literatura empezó cuando él se inventó porque no trajo la carne, y dijo que era un oso gigante el que se la había quitado y realmente no había pasado nada porque no había visto nada, porque se había quedado dormido. Entonces ese carácter de comunicativo humano creo que es inherente a nosotros, y, hombre, es que eso es un río, es que la curiosidad que es inherente a nosotros, la capacidad de comunicarnos que es inherente a nosotros, viene servida; otra cosa es que ya ejerzamos un criterio a la hora de seleccionar, de decidir y razonar qué decimos y qué no decimos, o cómo lo decimos.
Dentro de esos criterios está también el trabajo editorial. Nosotros hemos decidido que vamos a ser más asépticos en la información editorial, nosotros damos las notas de nuestros autores, sus reseñas, sus actividades, sus entrevistas, lo que van a hacer o lo que dejan de hacer. Claro que yo podría enriquecer de otra forma el discurso de la editorial en las redes sociales. Contando efemérides, contando anécdotas del limonero que hay en el balcón de la editorial. Pero se ha decidido que no, posiblemente por eso tenemos menos seguidores, eso también lo es, porque somos como más esquemáticos o incluso un punto frío si se quiere, pero por estructura de la propia editorial si tuviera una persona que solo se encargara de redes sociales a lo mejor me permitía crear eso, pero aún así lo dudo. Que en una editorial se diga hoy: «Hoy ha salido el sol y nuestro geranio ha crecido», ¿aporta algo? Eso está pasando, pero como editor no me veo diciendo: «Hoy he salido a comprar el pan a la tienda china que tengo al lado y yo qué sé y el chino me ha dicho esto”. No me veo haciendo eso. No me veo, pero también hay que aprender como editor a hacerlo, quizá el tiempo nos enseña eso.
M. Yo tampoco te veo. Hipólito Navarro dijo: «Me da la sensación de que con algunos cuentos tremebundos al dejarlos escritos queda en ellos conjurado el mal del que hablan y éste no se cumple, de la misma manera que se consuman los que están basados en el deseo, aquellos cuyo motor es el deseo» ¿Podrías nombrarme un cuento tremebundo para vos y un cuento que esté basado en el deseo?
Un cuento tremebundo que me ha venido ahora a la mente, es el primer cuento de Guillermo Arriaga porque éste tiene una historia detrás de su edición que yo aprendí: Retorno 201. Retorno es la calle mexicana donde nació Guillermo, y el primer cuento es de una violación. En la edición mexicana, ese cuento no apareció de primero, porque el editor mexicano, no lo dejó, pero era el primer cuento que apareció en la colección, y Guillermo me pidió que apareciera ese cuento al principio, y yo le entendí. Me explicó:
-Yo me he inventado aquí, que son dos primos que violan a una prima, pero esto era con una chica y pasaba con toda la gente, con todos los jóvenes que había de la calle, o sea que incluso el cuento era menos que la realidad. Ese cuento es terrible, doloroso, negro, y me enseñó, como editor, que para entrar en un universo muchas veces hay que entrar desde arriba, y no despacio. Eso por ejemplo, lo aplicamos con el libro La condición animal, de Valeria.
Su primer cuento es terrible. Y Valeria dudó, me dijo: «Juan, ¿pongo este cuento el primero?» Digo: «Sí, éste es tu libro, dale el código y la llave desde el principio», y si aquí se pierde el lector, es que no era un lector de La condición animal, y si sigue lo habrás ganado desde el cuento número uno. O sea, no habrá tenido que reformular su discurso como lector en el cuento catorce. Bueno, catorce son demasiados, en el octavo por ejemplo, porque de pronto ha visto un punto de giro en el libro que dice: «Pero, ¿y esto de dónde viene ahora? Si el libro iba por otro lado», que no me disgustan tampoco esos libros, pero en el caso de Valeria funcionaba muy bien: -Esta es mi palabra, toma el código y entra.
Entre malvados, de Miguel Ángel Muñoz tiene varios cuentos, pero tiene un cuento de un niño maltratado en su infancia, que habla desde adulto, que cuestiona la capacidad de perdonar. La capacidad de nuestra memoria y hasta qué punto una persona buena puede ser terriblemente mala, o sea, abanderar la maldad. Esos cuentos de Miguel Ángel, que es uno de los últimos de los libros que he publicado, también me han marcado muchísimo.
Y hablando de deseo, cuentos con deseo, recuerdo muchísimo el cuento «Exilios» de Clara Obligado. El último de «Las otras vidas» que es el que da pie a Clara para encontrar un espacio cómodo de escritura, que manteniéndose fiel al cuento es capaz de contar otras cosas que también podrían haber sido contadas en novela pero a ella le interesa contarla en cuento. Ese cuento, es un cuento del deseo de seguir vivo, literalmente seguir vivo y de tener una vida ¿Eh?, cuando se ha perdido todo, cuando es todo, es todo. Y ese cuanto, habla del deseo de vivir pese a todo. Y mayor deseo no se puede tener, se puede tener deseo de amistad, deseo sexual, pero deseo de vivir, ese me parece que es uno de los cuentos enormes que tengo para eso.
M. Si te nombrara distintos autores, y tuvieras que responderme, como en un ping pong, mencionando algo que los distingue, o los caracteriza. Empezando por Clara.
Extranjera.
M. ¿Eloy?
Atmósfera.
M. ¿Hipólito? ¿Poli?
Tristeza… Tristeza…
Ahora, esto necesita una acotación: Poli, te mueres de risa con él, pero hemos aprendido la tristeza que hay en sus cuentos.
M.¿Felipe?
Felipe es la lucha de uno mismo, y es duro ¿eh?, lo que tiene Felipe es la lucha, pese a todo, la lucha consigo mismo sobre todo. Eso él lo sabe mejor que nadie. Él es corredor. Correr, es luchar contra sí mismo, contra tu propia resistencia.
M. ¿Samanta?
Samanta es la magia de la inquietud. Samanta es lo oblicuo. Es la sorpresa definida de tal modo, que sabes que te van a sorprender, sabes cómo te van a sorprender, sabes quién te va a sorprender, cómo, cuándo, todo lo que quieras… pero te sorprenden.
M. ¿Paul?
El amigo.
M. ¿Isabel Mellado?
Isabel, la fragilidad… La falsa fragilidad…
M. ¿Pedro?
Pedro. Ay, la nostalgia. Es un autor muy nostálgico, en su madurez. Tiene una nostalgia maravillosa. Su literatura es nostálgica.
M. ¿Miguel Ángel?
Miguel Ángel, el lector. Posiblemente uno de los mejores lectores con lo que me he cruzado en mi vida.
M. ¿Valeria?
La contradicción. Ella, que parece que desprende otra cosa y la literatura es otra. O sea, eso es muy obvio, ella es una chica como mamá, guapa, profesional en varios países y además, hace ese tipo de literatura.
M. ¿Nuria?
El dolor. Nadie como ella para hablar del dolor. Bueno, es quizás demasiado. Poca gente como ella.
M. ¿Flavia?
La coherencia, es una mujer coherente y valiente. Lo de valiente lo digo, no porque es marinera, porque coge un velero y se va sola por el mar.
M. ¿Juan Carlos?
Juan Carlos, por los momentos que está viviendo, diría que es la protesta. Su literatura es la profundidad.
M. ¿Andrés?
El Tito Andrés. La complicidad absoluta, hasta el fondo, el mejor amigo…
M. Lindo, me gusta esto. Me gusta, me gusta escucharlo ¿Cómo sería una mesa ideal, en la que no faltaran el humor, la ironía, la sagacidad, la inteligencia? ¿Con quién hablas más de literatura?
A ver, esos son dos preguntas.
M. Y una tercera ¿con quién hablas de la vida?, o ¿con quién arrancas hablando de literatura y terminás hablando de la vida
Veamos… una mesa ideal. Voy a decir autores que no hemos citado, porque creo que debe ser.
Me sentaría esta noche con la inteligencia de Remedios Zafra.
Me sentaría con la perversidad de Patricia Esteban Erlés.
Me sentaría con el humor de Jorge Volpi.
Me sentaría con la inteligencia también de Antonio Ortuño. Lo he ido descubriendo ahora que he convivido mucho con él.
Y creo que invocaríamos todos a Ignacio Padilla.
M. ¿Cómo lo invocarían?
Hombre, desde una secta, él siempre hablaba de la secta. Él dirigía el Encuentro Internacional del Cuento en Guadalajara, la feria del libro. Él muchas veces cuando hacía el preámbulo, decía: «Aquí estamos reunidos, lectores, escritores, la secta del cuento de…».
M. Bueno, vos sabés que hay una última pregunta que nosotros hacemos siempre. Cómo saber o cómo poder distinguir dentro del infierno lo que no es infierno y darle espacio ¿Cómo se hace?
A ver, creo que todo el mundo tiene su infierno particular. Y… En ese infierno hay que intentar abrirse paso. Habría que quitar miedos, habría que quitar temores. Me gusta más que me pese el lado más optimista…
Ser editor, hay algo de ser editor, y ese sí que es un infierno. Porque no todo es bueno. Esto lo hablo mucho con otro editor, Enrique Redel, de Impedimenta, que también es muy entregado a su trabajo. Incluso con Pablo Mazo, que es otro editor al que respeto y admiro muchísimo como editor literario, el editor de Salto de página. Y con Enrique hablo mucho de ese infierno que tenemos un poco los editores de vivir el día a día en un abismo.
Muchas veces la entrega que tienes, el juicio que se realiza sobre tu trabajo, aunque sea a veces sobre el trabajo creativo de tus autores, pero del que te sientes totalmente partícipe. O sea, debe ser terrible aquel editor que no sienta hermandad ante el trabajo de sus propios autores. Y el infierno que se puede llegar a vivir es que en un momento dado, puedes decidir que esa pasión que se siente editorialmente, que es estar en ese filo del abismo constantemente, es mejor dejarse caer, y olvidarse de todo. Así que contra ese infierno hay que luchar.
Huerta, de Lengua trapo no pudo, y lo dejó, y hay momentos en que tú mismo dices: -¿Merece la pena?
Creo que cuestionárselo es bueno, por eso si eso no te lo cuestionarías, básicamente serías estúpida y no serías consciente de lo que haces, pero ese es un infierno, y ahí tienes que buscar tus espacios. Tus espacios para sentir el fuego que hace daño, pero también para sentir que no todo tiene que ser malo, todo lo que queda. Eso es así. Y ese yo creo que es el infierno que yo puedo llegar a vivir.
M. No hablamos de Mario Muchnik.
Mario es un maestro. Fue capaz de encontrar espacios en ecosistemas editoriales muy difíciles y creo que en el fondo nunca se acomodó a los modelos que él mismo creó que le propiciaban esas estructuras más grandes. Nos dio lo mejor y no pudo él quizá hacer más o porque no lo dejaron o porque finalmente no pudo. Lo vi recientemente hace poco en la presentación en Madrid de Hipólito y seguía siendo un poco el duendecillo que siempre ha debido ser. Yo lo he conocido ya en una etapa más final de su trayectoria, como profesional, pero sin duda un maestro. He recibido conversaciones y más cercanas, pues, de radio, de Beatriz de Moura, de Tusquets, ¿sabes? O con mis contemporáneos más cercanos, con los editores de Valdemar, los cuales me dieron una lección muy rápida cuando les dije: «No, no», con cierta prepotencia por mi parte. «Y yo es que vivo del cuento» y me dijo: «Está muy bien eso», y «nosotros de los muertos», como diciéndome cada editorial encuentra su espacio, ¿no?
M. Pregunto… ¿Se puede decir de alguna manera que Páginas nació como una empresa familiar?
Sí. Yo lo que he aprendido, es que si bien soy más visible en «Páginas de Espuma», desde luego, también es porque Encarni está detrás. O sea, eso no tengo ninguna duda de ello. Pero cuando digo detrás es porque a ella no le gusta la visibilidad y demás. Tú pregúntale a los autores, los autores están mejor con Encarni que conmigo. Ahora Páginas de Espuma es una creación de unos padres, no de un hijo, el hijo hará lo que absolutamente quiera en la vida, yo sólo lo aprendí y lo he dicho antes: yo no hice medicina. Y nadie me obligó a hacer medicina. Lo único es que mi hijo empieza a tener un primer problema que es que se quiere dedicar a las letras.
A ver cómo le va profesionalmente, pero bueno, a lo mejor la editorial pueda echarle un cable en un momento dado. Pero tendrá que hacer lo que… Lo que absolutamente quiera. Sí, páginas de Espuma acaba con nosotros, pues que acabe.
M. Decime una cosa Juan, ¿lees poesía?
Soy mal lector de poesía, pero me has pillado en un momento de muy lector de poesía. Acabo de leer el libro de Nuria Barrios, el de Valeria, el libro de Erika y ahora voy a leer el libro de Viviana Paletta, sí. O sea que todo junto… M. Sin repetir y sin soplar… De los que no nombramos, a ver, ¿quién más? ¿José?
José Balza es un río… Un maestro.
M. ¿Y Ana María?, no, nombramos a Ana María.
Bueno, hablamos bastante de ella, más allá de ser mi madre Argentina, es la confianza. La confianza es imprescindible en una relación autor editor, Ani y yo hemos generado una confianza absoluta. Y además ella, te lo cuento porque ella también lo cuenta, cuando editamos Temporada de Fantasmas, yo le edité el libro y ella cuando vio mis sugerencias y correcciones dijo: «¿Pero quién se ha creído éste para hacerme esto? Hasta aquí». Y luego fue revisando, pues hombre, dice eso, espera, dice esto, dice lo otro… Y a partir de ahí yo creo que se generó esa confianza. Estoy hablando no como amigos que somos, sino en la confianza editor-autor, creo que la representamos muy bien.
M. Bueno, estoy mirando…
Estás mirando la biblioteca…
M. Una de mis bibliotecas, porque vos sabés que esta casa está llena de bibliotecas, y bueno yo no podría decirte cuántos ejemplares tengo del catálogo de Páginas…
No, no tienes todos… Creo que eres la persona en el mundo que más libros tienes de «Páginas de Espuma».
M. Que no, que no, pero por cierto, uno que es precioso y está, es el de entrevistas y ahí veo a Cristina.
Cristina Fernández Cubas, una maestra.
M. Ah, de Carlos no dijimos nada, Carlos Frontera.
Carlos, por ahora es el autor más parecido que tengo a Cortázar. Muy buen escritor. Y vais a descubrir a otro Carlos… A otro Carlos… Tiene que ver algo con esa tristeza de Poli también.
Y un autor que quiero mucho, David Roha, es el autor más cachondo que tengo…
M. ¿Más cachondo?
Sí, sí, y que mejor juega al futbolín. Él y yo, creo que hacemos posiblemente una de las mejores parejas del futbolín, no sé ¿cómo le llamáis vosotros al futbolín?
M. Metegol. Como la película de Campanela.
Creo que David Roha y yo somos de las mejores parejas de la literatura en español.
M. Ah también nos estamos olvidando de otro argentino, Eduardo Berti.
Berti es el editor, y puedo hablar de editor a editor. Y luego, su literatura es la literatura de la textura. O sea, yo leo a Berti y sé cómo es… no como es una piedra, no… siento que como es poner una mano sobre una piedra. Leo a Berti y siento como es la mano de un niño sobre la mano de un adulto.
– Bueno. Tarea para el hogar.
-Dígame.
-Fotografías de….
-De las baldosas.
-De las baldosas y además fotografía, por favor, del robotito y del murciélago. ¿Y me vas a mandar unas fotos, alguna foto de pequeño?
– Sí, claro.
M. Y algo que te quiero preguntar y me quedo. Eloy habla de que en realidad la literatura siempre es epistolar de alguna manera, ¿no? ¿Con qué autor te hubiera encantado mantener correspondencia?
Es que hay tantos, a ver… Mira, hay un autor. Cuando empecé los primeros pasos de la editorial, esto creo que lo sabe poca gente, nuestro primer libro de ensayo fue «La lucidez de un siglo», que es un conjunto de ensayos. Repasaban un poco una definición cultural de lo que había dado de sí el siglo XX, y yo le pedí, un texto a Carmen Martín Gaite.
Yo a Carmen la había conocido por motivos familiares, porque era muy, muy amiga de mi tío, que era el jefe del Departamento de Literatura Española de Columbia en Nueva York, Erik Silver, y yo había estado en su casa en el Boalo, en la sierra madrileña. Me había bañado en su piscina, veíamos a su hermana Ana, pero a Carmen no la veíamos, sabíamos de niños que estaba allí metida, pero escribiendo. Y ella me escribió una carta, pocos días antes de morir. Como dos semanas antes. Y en esa carta me decía que estaría encantada de participar en algún proyecto de la editorial, pero que estaba cansada. Y hubiera sido bonito continuar esa correspondencia.
M. ¿Podés fotografiar esa carta para nosotros?
La tengo que buscar, porque es que creo que no la tengo en Madrid, creo que la tengo en Zaragoza, pero yo la busco. Esta historia yo no sé si la he contado alguna vez, por cierto.
-Entonces me has pedido: las baldosas, los juguetes que tengo aquí, fotografías de niño, fotografías de momentos de la editorial que se conocen menos… ¿y qué más?
– Alguna foto de algún paisaje que te resulte entrañable. ¡Ah, algo más!. Repasamos a todos, si dijéramos: Juan Casamayor, ¿qué diríamos?
– ¿Qué diríamos? Eso lo tenéis que decir vosotros.
– Pero, ¿qué diría él?
– Ah. Bueno, bueno ¿Qué diría de mí mismo? Madre mía, eso es difícil.
– A ver si lo hacemos fácil, ¿qué diría tu madre?
– Eso es más complicado. Mi madre diría: «Cuídate Juan». Sabe el ritmo de vida que llevo. Es médico… Me obliga a hacerme controles. Y a comer sano, y que me tome la tensión, y estas cosas.
– ¿Qué diría Fernando de su papá?
-¿Mi hijo qué diría? Eh… No creas papá que me voy a quedar con la editorial.
– Bueno, ¿y Juan de Juan?
– ¿Yo qué diría de mí?
– A ver, hay un sentido que yo creo que tiene muchas veces la vida, que tiene que ver sin saber, o sin formularlo, de tal manera con una cierta búsqueda de alguna cima en el mundo, ¿no? ¿Vos alcanzaste alguna cima en tu vida, hasta ahora? ¿Hasta acá?
-Qué va…. O sea, he hecho montaña, pero yo no hacía escalada hacia arriba, yo bajaba barrancos hacia abajo.
– Por ahí vamos, ¿ves?, ¿quién es Juan? Es alguien que no va hacia la cima.
-Pues por ejemplo. Es que además un editor no creo que deba estar en la cima, creo, de verdad que lo creo que lo que tiene que estar en la cima, es su trabajo, y su trabajo normalmente son sus libros y sus autores. Creo que un buen editor es como ese símil deportivo de los árbitros, ¿no? El mejor árbitro es el que no se siente que está en la cancha o en donde sea, creo que un editor debe estar por encima de todo el trabajo, pero no debe destacar por encima de ninguna de las partes de su trabajo.
-¿Dónde aparece el mejor Juan? ¿En qué rol aparece Juan en su estado más puro o la mejor versión de Juan?
-No sé, yo ahora, puede que cambie porque eso lo hemos hablando antes, pero yo ahora me encuentro muy buena versión y evidentemente no voy a decir nada de ser editor y nada porque ahora me gusta mucho mi papel de padre. Lo estoy disfrutando. Estoy contento porque tenía muchas cartas para haber podido ser un padre, un tanto ausente… Y bueno… Juan es también el que no quiere esa ausencia.
El lunes, Juan Casamayor, estará en México recibiendo el premio al Reconocimiento editorial, al frente de esa editorial dedicada al cuento, que es Páginas de espuma. En ese momento, pasarán por su cabeza y su corazón, muchas cosas.
Nosotros queremos recordar qué es el cuento, como género, para él.
Un género cómplice y sugerente como pocos. Un género que demanda esfuerzo y devuelve placer. Un género con el que le gusta convivir y vivir.
Leer cuento es ser lector a lo grande, dijo él, que de eso sabe.
Medardo Freile abrió un libro escribiendo: «Yo no sé lo que es un cuento».
Cuenta nuestro entrevistado que cuando lo conoció, le preguntó por qué no abandonaba Escocia, por qué no volvía a vivir en Madrid, y M.F. fijó en él su mirada azul y severa de hombre bueno: “Porque es allí donde tengo mis medicinas”; le respondió.
Juan Casamayor dijo entonces: «Podría ser el final de un cuento. Uno de Medardo. El cuentista de nunca acabar.»
¿Qué decir después de tanta generosidad como la que nos brindó el editor de nunca acabar?
Cuídate Juan, y ¡qué viva el cuento!