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Cero K

Hola Megarenses… o Megarianos… o el gentilicio que más les guste si habitan Mégara.

Soy fantasma… y mi etérea condición me permite ciertas licencias, como la de encarar la reseña de la última novela de un prócer de la literatura norteamericana posmoderna… un “escritor de escritores” cómo se lo ha definido en alguna oportunidad y permanente candidato al premio Nobel. Espero me perdone el autor, haciendo “vista gorda” a estos comentarios, si evoco la condición de hijo de inmigrantes italianos que compartimos (soy un optimista pidiendo disculpas por algo que no va a leer aquí en este mundo… pero en el que habito y al que irremediablemente él vendrá, les aseguro que nos cruzaremos).

“Cero K” de Don DeLillo es una obra de “cuasi ficción” ( la califico así porque todos los elementos que concurren a la historia están hoy día científica y técnicamente desarrollados o en desarrollo). Este relato gira alrededor de la encrucijada que se le plantea al protagonista y narrador de la novela, a partir del dilema que le propone su padre, un magnate mezcla de filántropo y filósofo.

Ross, el padre, es el principal financista y cicerone de un centro dedicado a conservar en estado suspendido, por medio de técnicas como la criogenia y otras, a personas con enfermedades terminales. Por el tiempo que fuere necesario hasta que la ciencia encuentre la cura a su enfermedad, o la técnica pueda generar cuerpos a partir de nanotecnologías biológicas que puedan trasplantar el cerebro (¿el alma?… ¿el ser?), a ese nuevo organismo.

Artis, la segunda mujer de Ross, sufre una enfermedad terminal. Ella y Ross deciden que sea sometida al proceso de conservación, pero participan a Jeffrey, por ser el único hijo del magnate, ya que éste ha decidido, pese a no estar enfermo, someterse al mismo proceso para estar junto a ella.

La exquisita prosa de DeLillo pone en palabras y pensamientos de Jeffrey las cuestiones sobre la finitud de la vida, el hecho de existir y el dilema de la eternidad científicamente probable… ¿Da sentido a la existencia el hecho de sabernos finitos? (ojo!! que esto se los pregunta un fantasma…jaja!!)

Son varios los dilemas, acertijos y situaciones que se le plantean al protagonista, en ese centro casi onírico poblado de operadores y anfitriones… pero para mí (es mi reseña, en definitiva) este excelso diálogo de las páginas 150 y 152, entre Jeffrey y un monje/rabino, muestran la esencia del libro:

     “ -Es humano querer saber más, y más, y todavía más – le dije – . Pero también es cierto que lo que no sabemos es lo que nos hace humanos. Y el no saber no tiene fin.
     -Continúa.
     -Y el no vivir eternamente tampoco tiene fin.
     -Continúa – me dijo
    -Si algo o alguien tiene inicio, entonces puedo creer que ese algo o alguien no tenga fin. Pero si has nacido, o has salido de un huevo o has brotado, entonces tienes los días contados.
     Él lo pensó un momento.
    -Es la piedra más pesada que la melancolía le puede tirar a un hombre, decirle que ha alcanzado el final de su naturaleza, que ya no se avecina ningún estado posterior.
    Esperé.
     -Siglo diecisiete – me dijo –. Sir Thomas Browne.
   Esperé un poco más. Pero eso fue todo. Siglo XVII. Dejó en mis manos La tarea de evaluar nuestro progreso a partir de entonces.
    Ahora soplaba un viento con todas las de la ley, pero el jardín seguía imperturbable, con aquella extraña quietud de las flores, la hierba y las hojas inmunes a las ráfagas perceptibles de aire. Y sin embargo, no era una escena insulsa y estática. Había tono y color, reverberación por todas partes, el sol empezaba a ponerse, los árboles estaban iluminados por los haces del día menguante.
    -Te sientas a solas en una habitación en silencio de tu casa y escuchas con atención. ¿Y qué oyes? No el tráfico de la calle, ni voces, ni la lluvia, ni una radio – dijo -. Oyes algo, pero ¿qué? No es el tono de la habitación ni tampoco un ruido ambiental. Es algo que quizás cambia a medida que escuchas con más atención, segundo a segundo, y empieza a subir de volumen: no es que suba de volumen, sino que de alguna forma se ensancha, se sostiene, se rodea a sí mismo. ¿Qué es? ¿La mente, la vida en sí, tu vida? ¿O es el mundo, ya no su masa de materia, la tierra y el mar, sino lo que habita en el mundo, la marea de la existencia humana? El zumbido del mundo. ¿Lo oyes tú alguna vez?
    Yo era incapaz de inventarle un nombre. No podía imaginármelo de joven. Había nacido viejo. Había vivido su vida entera en aquel banco. Era una parte permanente del banco, Ben-Ezra, Pantuflas, kipá, dedos largos y arácnidos, un cuerpo en reposo en un jardín de cristal hilado”.

De eso se trata. De estar en paz con el zumbido del mundo en este mundo. Y dejar que fluyan las formas de entender la vida en el futuro, que serán distintas a cómo las entendemos hoy, y que serían tan distintas de las nuestras, para aquellos hombres del siglo XVII, por ejemplo.
¡Chapeau!, Mr Don.


Ediciones

Mi fantasmal ejemplar (no sé para qué interesan estas cosas), me lo regalaron o lo compré, y es de la primera edición de junio de 2016, de la Editorial Seix Barral, Biblioteca Formentor, y cómo pasa siempre, no respetaron el título original, que bien podrían haberlo dejado: Zero K, ¿o no?.

1 Comment

  1. Silvina De Rosa dice:

    Cero K! Ya lo estoy saboreando…

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