¿Qué más puede decirse de un libro, después de varias reseñas, notas, posteos y entrevistas a su autor, de todo tipo? Lo que a una se le ocurra. Por ejemplo, que la propia no va a limitarse a transcribir lo que reza la contratapa, ni va a resumir los argumentos de los diecisiete cuentos, ni a jugar con la idea de que vienen a contrariar el significado del número para la quiniela, o a resignificarlo. La desgracia sería no entrar en esos universos que el autor pone al alcance de nuestra alegría, de nuestro desconcierto, de nuestro extrañamiento, de cuánto de jodidos o de sensibles tenemos, para hacerlos nuestros.
Hay autores desconocidos para algunos, entrañables para muchos; especiales, distintos, esos que siempre están o parecen estar de buda madre, aún cuando la procesión vaya por dentro.
Carlos Frontera, que es y no es Carlos Frontera, porque no se llama así, sino que el apellido es fruto de una confusión (vivía en Conil de la Frontera y lo adoptó), es alguien que anda sin ruido.
Sí, alguien que anda sin ruido, aunque algún desprevenido pudiera pensar que es imposible, con la retahíla de íes que lo definen: incisivo, hilarante, irreverente e inverosímil; además de impecable, imparable, imprevisible, inefable e inspirador.
Decía Felisberto Hernández sobre esto de escribir cuentos, que para decir cómo los hacía, debía recurrir a explicaciones ajenas a ellos mismos. “No son completamente naturales, en el sentido de no intervenir la conciencia. Eso me sería antipático. No son dominados por una teoría de la conciencia. Eso me sería extremadamente antipático. Preferiría decir que esa intervención es misteriosa. Mis cuentos no tienen estructuras lógicas. A pesar de la vigilancia constante y rigurosa de la conciencia, ésta también me es desconocida. En un momento dado pienso que en un rincón de mí nacerá una planta. La empiezo a acechar creyendo que en ese rincón se ha producido algo raro, pero que podría tener porvenir artístico. Sería feliz si esta idea no fracasara del todo. Sin embargo, debo esperar un tiempo ignorado: no sé cómo hacer germinar la planta, ni cómo favorecer, ni cuidar su crecimiento; sólo presiento o deseo que tenga hojas de poesía; o algo que se transforme en poesía si la miran ciertos ojos. Debo cuidar que no ocupe mucho espacio, que no pretenda ser bella o intensa, sino que sea la planta que ella misma esté destinada a ser, y ayudarla a que lo sea. Al mismo tiempo ella crecerá de acuerdo a un contemplador al que no hará mucho caso si él quiere sugerirle demasiadas intenciones o grandezas. Si es una planta dueña de sí misma tendrá una poesía natural, desconocida por ella misma. Ella debe ser como una persona que vivirá no sabe cuánto, con necesidades propias, con un orgullo discreto, un poco torpe y que parezca improvisado. Ella misma no conocerá sus leyes, aunque profundamente las tenga y la conciencia no las alcance. No sabrá el grado y la manera en que la conciencia intervendrá, pero en última instancia impondrá su voluntad. Y enseñará a la conciencia a ser desinteresada. Lo más seguro de todo es que yo no sé cómo hago mis cuentos, porque cada uno de ellos tiene su vida extraña y propia. Pero también sé que viven peleando con la conciencia para evitar los extranjeros que ella les recomienda.”
Para nuestro autor es completamente natural combinar lo cotidiano con lo extravagante, y en lo ordinario logra destacar la peculiaridad, que lo define y lo trasciende.
Si hay que creerle que durante veinte años escribió y reescribió los cuentos que forman parte de su primer libro, pues puede tener por bien invertidos esos años, en los que seguramente logró la forma de narrar el silencio, interpretado “como síntoma de que las cosas no van bien. Con frecuencia se alude a los ruidos fuertes, a los gritos, a los portazos, al arrastrar de muebles, como manifestación del terror doméstico. Y sí, un portazo pone en alerta al más pintado, pero a mí siempre me ha resultado más amenazante el silencio donde se supone que tendría que haber algún sonido. Que una casa que habitualmente hable un idioma de buenas a primeras enmudezca, no presagia nada bueno. Un ruido al menos te advierte de lo que ha ocurrido. Un silencio así, repentino, inusual, te sitúa ante una amenaza indefinida.”
Así dice Carlos Frontera.
CARLOS FRONTERA, nació en 1973 en Sevilla, y Andar sin ruido es su primer libro de cuentos, editado por Páginas de espuma, en septiembre de 2017. El mismo mes, en que un sábado por la tarde nosotros, que hablamos muchas veces de las dos orillas, nos encontramos, camino al río, en el atardecer de Buenos Aires, pergeñando cómo armar el programa radial del domingo, y se nos ocurrió convocarlo.
Es que yo había leído el libro, lo habíamos comentado, y me había quedado en algunas imágenes fantásticas, y lo relacioné con un texto corto de Juan José Becerra, en el que plantea que tiene más prestigio escribir, que hablar. ¿Esto es así? Pues eso, ahí estaba dándole vueltas a la idea de hablar del ruido de las charlas y de cómo emprolijarlas, de cómo me gusta escuchar a alguien, sin que pase por el tamiz de la corrección. Hablar, corregir, editar, la vocación, el hacer sostenido, sin pausa pero sin prisa. Y así fue como le pedimos a Carlos Frontera leer uno de los cuentos de su primera obra, y no solo nos dio el sí para la lectura de uno de los cuentos de Andar sin ruido; también nos respondió unas preguntas.
M: A propósito de tu intervención en las redes y la difusión de la presentación del libro en Madrid, hay una frase que nos llamó la atención: Yo voy a que me sorprenda Madrid, de espectador.
Para mí es una alegría inmensa que le hagáis un huequecito a Andar sin ruido en Mégara. Pues verás eso de que a Madrid yo iba como espectador, lo dije porque no me esperaba que la publicación de un primer libro tuviera tantísima repercusión, ni que yo fuera a recibir tantas muestras de cariño. Me sentí desbordado de felicidad. Tan desbordado así de felicidad estaba, que no quería ir a presentar un libro, yo quería ir a disfrutar de una presentación. Y por momentos sentí como una especie de azoramiento, como si no fuese yo el que presentaba un libro, sino yo era un espectador más que asistía a la presentación de un libro, llamado Andar sin ruido, que, por casualidades de la vida, estaba escrito por una persona que se llama como yo, Carlos Frontera.
M: A propósito de la presentación del libro, un posteo de tu editor, Juan Casamayor, nos llamó la atención, en esa oportunidad él preguntaba: “¿Sabéis ese caminar por un hogar sin levantar sospechas? ¿Ese incorporarse de una cama sin que el otro te sienta? ¿Ese andar sin ruido en el que acaban sumergiéndose algunas vidas y algunos momentos? Pasar desapercibido, pasar por ausente o invisible, pasar de puntillas por la vida.” Le preguntamos a Carlos Frontera si él sintió en algún momento que se puede por alguna circunstancia andar así por la vida. Y si nos podía compartir cómo había nacido el título del libro, por demás sugerente.
Pues efectivamente sí, yo creo que todos, en algún momento de nuestras vidas, nos hemos visto un poco obligados a caminar de ese modo, de puntillas, intentando pasar desapercibidos, para no molestar a quien tenemos al lado, que no nos descubra.
Andar sin ruido es el título de uno de los cuentos del libro, y en ese cuento en concreto hay una madre, hay una hija y hay un perro que tienen que aprender a caminar flojito, a andar sin ruido para no perturbar al padre, que cualquier sonido le hace perder la cabeza, empiezan a volar botellas y cualquiera puede salir malherido de aquello.
Entonces ese título Andar sin ruido define muy bien el espíritu del libro, porque en todos los cuentos del libro, hay necesidad de pasar desapercibido y de que no note tu presencia quien convive contigo en la misma casa.
M: En charla con tu editor, Juan Casamayor, dijo que eras el autor más parecido a Cortázar que tenía la editorial, y que los lectores se iban a sorprender con vos, que eras muy buen escritor y que tenías algo de la tristeza de Poli (Hipólito G. Navarro).
Te puedes figurar la alegría tan grandísima que acabo de sentir al escuchar eso del editor. Pues lo primero que sentí es que tengo un editor que no me merezco. Y luego, la comparación con Cortázar pues, Cortázar es uno de los autores, el primero, que me voló la cabeza y me hizo ver que la literatura era otra cosa, que se podía utilizar el humor, que se podía jugar con las palabras, que se podía mezclar lo fantástico con lo cotidiano para contar cosas que en realidad, muchas veces son terribles. Me ocurrió eso con Cortázar y me ocurrió eso también con nuestro querido Poli. Con él algo parecido, también descubrí que se podía utilizar estos referentes no tan comunes en la literatura para contar hechos tremendos, hechos realmente duros.
Yo diría que Cortázar e Hipólito G. Navarro son los autores que más he leído en mi vida, así que inevitablemente su literatura tuvo que incidir en la mía. Ahora que yo me pueda parecer a ellos es algo que si es cierto aunque más no sea un poquito, ya me debo sentir más que satisfecho por haber publicado este libro.
M: Queremos compartirte un texto de Juan José Becerra, a propósito de lo mucho que se escucha hablar acerca de la sobrevaloración que tiene la corrección:
“La mayoría de los libros industriales de personajes públicos son conversaciones grabadas y editadas para emprolijar el ruido que puede haber en una conversación entre dos personas. No entiendo por qué hablar tiene menos prestigio que escribir. A mí no me disgusta el vértigo de una literatura que no tenga derecho a la enmienda, en donde el error quedé como incrustado en el texto, como el habla, sin posibilidad de repliegue. El hecho de corregir tiene que ver con la experiencia de esconder. A uno no le gusta cuando corrige un libro que se vean las hilachas, que se hagan públicas las infracciones, que los errores que se multiplican en la mirada del lector no puedan ser erradicados. Esas trampas que uno resuelve en el nivel de la corrección, en el control de calidad, tiene que ver un poco con la vergüenza de uno que queda en el libro.”
¿Qué opinás de su expresión “hablar tiene menos prestigio que escribir”?
No conocía esa frase de Juan José Becerra y me ha resultado muy interesante. A ver, no sé si hablar tiene menos prestigio que escribir, pero desde luego no es lo mismo. El lenguaje hablado además de palabras, cuenta con el lenguaje gestual, con el lenguaje no verbal, y ese lenguaje verbal es muy poderoso. Tanto incluso, que frases incompletas tengan significado, tengan significación, por los gestos que efectuamos o el tono de voz que empleamos. Pero trasladar solamente las palabras del lenguaje hablado al lenguaje escrito, daría como resultado un texto bastante ilegible, no llegaría a entenderse del todo. Por eso, a la hora de escribir, las correcciones son fundamentales, no puedes trasladar un texto tal cual ha sido pronunciado en una conversación al modo escrito porque carecería de sentido.
Pero ahora bien, lo que me interesa bastante del textillo de la escritura y del habla, va más bien por otro lado, porque yo creo que hay unas ciertas palabras y expresiones más propias de la oralidad que gozan de muy poco prestigio literario, que se emplean muy poco por escrito y lo entiendo en cierta forma porque son muchas veces refranes, frases hechas, que de tan pronunciadas han dejado de tener sentido, han dejado de tener significación. Pero creo que hay una parte de estas expresiones orales o de estas frases más propias de la oralidad que se olvida con frecuencia, y es la carga emotiva que contienen. Me explico, hay frases que forman parte un poco de nuestro acervo cultural, escuchamos un refrán o una frase que decían nuestras madres, y no es solamente palabra lo que estamos escuchando, sino rápidamente uno detecta un recuerdo, incluso una sensación.
Yo creo que hay muchas de estas palabras, muchas de estas expresiones propias de la oralidad, empleadas en literatura de un modo dosificado, y en el punto exacto, le dan al texto una fuerza tremenda, una fuerza que no alcanzaría solo con palabras más literarias.
Nunca pasa nada hasta que pasa, dice en el epígrafe que dice su madre. Y en los cuentos de Carlos Frontera pasan cosas, algunas tan naturales como dice Felisberto, que al trastocarse, nos sorprenden o asombran, nos conmueven o asquean, como una planta extraña que nace en el rincón más inesperado de alguien, y de repente comienza a crecer, con vocación de quedarse y que solo hay que aceptar como un hecho innegable de la naturaleza.
Yo creo que a Frontera le pasa lo mismo que le pasaba al hombre del otro lado del charco, él no sabe cómo hacer con sus cuentos, porque ellos tienen vida propia y amenazan con desmentirlo a veces.
Y coincido con el editor, en que Frontera además de ser muy él, es muy cortazariano, sus cuentos invitan al juego.
¿Se acuerdan de Último round?, un verdadero collage literario, textos a modo de ensayo, poesía, fragmentos, microrrelatos alternados con fotografías, dibujos y poemas.
Andar sin ruido, trae un cuentómic, vaya, dedicado a “Poli, la barba más generosa a este lado del Guadalquivir”, a don Hipólito, el de la G. Navarro. Y son ellos los que me animan a dedicarles entonces esta reseña atrevida, porque seamos claros, algunas propuestas dejan mucho que desear. Hay que saber marcar el compás, y sobre todo dejarse llevar.
Ey Frontera, pstttt…Poli , y si Casamayor pasa por aquí, también a él le digo, les digo, hay que saber dar con un compás, uno que no sea de pacotilla, ni monocorde ni apresurado. Con ángel, con duende, de verdad les digo y sí, qué va, él también es flaco, alto y desgarbado, y espero que al tiempo que lea esta reseña, le haya crecido la barba, para atreverse a seguir jugando. O excavando, como dice el otro Navarro, Felipe R: “Al leer uno mantiene una conversación. Escucha, oye al escritor, sus palabras, sus silencios, observa sus gestos, aún esos gestos que no queremos, tantas veces, que se vean: gestos de escritura. El gesto de escritura es un gesto de excavación.” (Revista Tales Nro. 7)
Es que ya se escribieron reseñas, se ha dicho todo lo que se podía decir, con más o menos entusiasmo, y lo que yo espero es que él consiga tomar la palabra, como el doctor Lastra en Pida la palabra, pero tenga cuidado, del cronopio eterno. ¿Se acuerdan?:
“Cuando el catedrático doctor Lastra tomó la palabra, ésta le zampó un mordisco de los que te dejan la mano hecha moco. Al igual que más de cuatro, el doctor Lastra no sabía que para tomar la palabra hay que estar bien seguro de sujetarla por la piel del pescuezo si, por ejemplo, se trata de la palabra ola, pero que a queja hay que tomarla por las patas, mientras que asa exige pasar delicadamente los dedos por debajo como cuando se blande una tostada antes de untarle la manteca con vivaz ajetreo.
¿Qué diremos de ajetreo? Que se requieren las dos manos, una por arriba y otra por abajo, como quien sostiene a un bebé de pocos días, a fin de evitar las vehementes sacudidas a que ambos son proclives. ¿Y proclive, ya que estamos? Se la agarra por arriba como a un rabanito, pero con todos los dedos porque es pesadísima. ¿Y pesadísima?
De abajo, como quien empuña una matraca. ¿Y matraca? Por arriba, como una balanza de feria. Yo creo que ahora usted puede seguir adelante, doctor Lastra.” (pág. 150, Último round, Tomo 2, Siglo veintiuno editores)
Un tanto confundido, se dispuso Carlos Frontera, ir en auxilio del doctor Lastra, y cuando iba a retomar la palabra, ésta empezó a soplar fuerte, pero tan fuerte, que empuñada y todo, la matraca empezó a girar. El fallo volvió a ser el mismo, Carlos Frontera tampoco pudo sujetar la palabra retomada.
No la apretó por el gañote después del mordisco que le zarpó en el primer intento al doctor Lastra, y las consecuencias estaban a la vista. Alrededor la gente comenzó a inquietarse y la agitación de los organizadores se hizo evidente. Flor de jaleo.
¿Qué decir a esta altura de jaleo? Que se requieren los dos brazos bien enlazados como quien sostiene a una persona que está temblando de frío, con mucha pero mucha efusión.
¿Y efusión? Qué difícil, vea usted que no hay manera de agarrarla, se sacude para todos lados, como alguien muerto de risa, a quien le saltan las lágrimas.
¿Y las lágrimas? Enjugándolas nomás, don Frontera, con la manga del saco, un pañuelo o lo que tenga a mano, aproveche que nadie presta atención…orden, orden en la sala.
Yo creo que usted puede, vamos, hay que continuar, y que no sea, por favor, dentro de veinte años.